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El
Puerto de Santa Cruz y Santa Cruz de la Sierra son dos pueblos que descansan
abrigados en las faldas de la imponente Sierra que les da nombre. Como todos
los núcleos urbanos de nuestra zona, son asentamientos de calles irregulares,
estrechas y anchas, que serpentean para cruzarse unas con otras hasta llegar a
grandes plazuelas, donde se deja ver una importante raigambre histórica,
mientras la naturaleza del paisaje se torna salvaje, difícilmente doblegada, en
un conjunto realmente extraordinario.
Llegamos
al Puerto de Santa Cruz una mañana primaveral nublada, dispuestos a coronar la
cima del Pico San Gregorio, un lugar donde los mitos nunca fueron irreales y se
forjó la historia de toda nuestra zona. El pueblo, durante la dominación
romana, fue refugio y posada para los caminantes, sobre todo a los que iban de
la Emerita Augusta (Mérida) a Cesar Augusta (Zaragoza); algo muy parecido a
nuestra Rodacis Cumbreña, lugar de paso de caminantes y viajeros que subían
también hacia Trujillo y el norte de la antigua Hispania por nuestro particular
sendero romano (el cordel).
Nos
hicimos la foto de inicio de nuestra marcha ante la Iglesia de San Bartolomé Apóstol, del siglo XVI,
subidos en la honorable fuente del Caño, también de esa época, en la cual se
conservan los escudos de la familia Vargas
Carvajal.
Las
calles se tornaron en caminos, y estos en veredas abruptas, escondidas entre
jarales y esparragueras cada vez más prominentes, a medida que ascendíamos,
mientras el Puerto se quedaba atrás con sus casas adornadas de lapidas
milenarias, caídas desde los secretos de esta Sierra, únicamente conocidos por
los chaparros que crecen salvajes, agarrándose, como las piedras, en la
escarpada subida, zigzagueante entre el cuerpo granítico que la moldea.
Según
subíamos, la simetría entre la roca se mostraba cada vez más fragmentada,
dejando picos desnudos donde, claramente, se podían entrever antiguos puestos
de centinelas, en esta gran fortaleza natural. La ruta es dura al principio,
pero, poco a poco, se amilana porque lo que quiere es rodear la parte oriental
para, desde allí, ir subiendo lenta y progresivamente a la cima y, de esta
manera, contemplar las maravillas de la Sierra en todo su esplendor.
La
vegetación se recorta, los chaparros, jaras, esparragueras,… dejan paso a las
duras escobas que bailan al son del viento entre las rocas y los restos de las
primeras construcciones antiguas que nos vamos encontrando. También los primeros
abrigos y cuevas se dejan descubrir a nuestro transito, mientras, a lo lejos,
un ejercito de helechos custodian el poblado árabe, cuyas paredes y calles
sobresalen para atestiguar su existencia.
Aquí,
mientras aprovechamos un descanso para beber agua y retomar energías, las
mismas piedras nos delatan su propia historia; de cuando los almohades,
aprovechando los vestigios prerromanos, fortificaron este lugar, convirtiéndolo
en un asentamiento clave para evitar el avance de las tropas cristianas. En
este mismo enclave, el califa Abu-Al-Munin
fortifica el territorio en 1148, asegurando el tránsito de sus tropas por la
zona y haciendo más fuertes tres puntos estratégicos: el de esta Sierra, el de
Trujillo y el de Montánchez.
El
poblado, actualmente, parece un conjunto de pequeñas parcelas pedregosas, pero
al seguir el camino por sus calles, nos invade un profundo respeto histórico al
contemplar las primeras “varas”, sistemas de canalizaciones que transportaban
agua desde los aljibes de las alturas hasta el núcleo urbano.
Ya
para entonces, la necesidad del ser humano por tener agua corriente disponible
y cercana a su vivienda hizo que ideara estos sistemas, realmente
extraordinarios desde el punto de vista histórico y antropológico, ya que nos
da una idea de la cotidianeidad diaria de sus gentes y su modo de vida.
Al
llegar a la cima se pierden los pensamientos, la escalera esculpida en la roca
y la forma del moldeado granítico nos delata la existencia de un antiguo altar
de sacrificio celta o vetón donde la sangre de los animales, principalmente
cabras, ovejas o bueyes servían para calmar a las divinidades de la tierra, el
agua, el fuego, el viento o la luz; sí, la luz de un sol furioso que golpea a
la memoria para que despierte la esencia de los hechos en este mismo lugar,
para que despliegue sus múltiples formas y sigamos sus pistas en el encuentro
de nosotros mismos, de nuestros ancestros, de la raíz que compartimos,
condensada bajo una misma savia.
La
cima, solitaria y salvaje, se entretiene con nuestros gritos y exclamaciones de
asombro ante la vista tan majestuosa de toda la Penillanura trujillano-cacereña
al norte, el valle del Guadiana al sur, Las Villuercas al este y la Sierra de
Montánchez al oeste. No ha sido hasta ahora cuando nos hemos dado cuenta del
enorme tesoro, estratégico y guerrero, que poseían los árabes, allá cuando las
alturas permitían observar el avance enemigo desde leguas a la redonda.
Allí,
donde se encuentra la principal ventana de nuestro territorio, se improvisan
las sensaciones y los flashes de nuestras cámaras inmortalizan nuestra efímera
presencia, mientras nos atrevemos a observar el aljibe y los vestigios de la
antigua fortaleza que tanto esfuerzo costó a las Ordenes militares cristianas
conquistar; clara muestra la tenemos en los cruceros que se multiplican por
toda la cúspide de la Sierra, seguramente, herederos del proceso de
cristianización de la zona, allá por el 1234, dos años después de la
reconquista definitiva de Trujillo al Islam.
La
temperatura es agradable e invita a tomarse tranquilamente un bocadillo,
dejando a la impaciencia escondida en lo más profundo de la mochila, mientras,
simplemente contemplamos la magnitud del paisaje y observábamos, curiosos, como
La Cumbre se alza sencilla, unido al resto de pueblos. El punto de vista se
torna al revés, tantas y tantas veces he observado esta Sierra de Santa Cruz
desde el campo, la terraza de mis abuelos, la carretera de Ibahernando,… que no
imaginaba como se vería el pueblo, la dehesa y los encinares de La Jara desde
esta cúspide donde, dicen, las estrellas fugaces relampaguean el cielo, sobre
todo en las noches de verano, y se ven luces mágicas, como si, realmente,
habitaran aquí los dioses antiguos de épocas pasadas y nos manifestaran su
presencia. Continuará