lunes, 2 de marzo de 2015

EL MONSTRUO DEL TAJO (1)

Río Tajo a su paso por Extremadura, enero de 1879.


Cirilo y Basilio eran primos hermanos y cabreros de toda la vida; la escarpada ladera del Tajo se mostraba inclinada a su corriente que, ese día, lucía calmada, desembocando mansamente, casi al compás de los segundos del reloj; los dos jóvenes descansaban después de haber andado los riberos con los animales, asaban un poco de tocino intentando atrapar todo el alimento en unos chuscos duros de pan:
-          Eres más tonto que Abundio, no sabes ni asar ¡quita!
-          Cállate haragán, déjame que tú tienes una manos que parecen los pies de otro.
-          Como vuelvas a llamarme haragán te tiro al río.
-          ¿haragán? Igual que la chaqueta de un guarda en verano, al río, al río te voy a tirar yo, pa te espabiles y no te duermas debajo de una encina.
-          Cagüen Cirilo, que te cojo como a este peñasco y te “ajogo”.

Basilio, rabioso, tiró una piedra al Tajo, entorpeciendo la regularidad de su corriente; en ese momento, algo raro se movía en las aguas, parecía un tronco enorme flotando con una tela en su base, de repente, el tronco se movió y los dos muchachos parpadearon incrédulos, aquel bulto extraño se dirigía a ellos, retorciéndose; seguros de que asistían a una alucinación, Cirilo y Basilio permanecieron inmóviles mientras el bulto salía de la orilla y se ponía de pie; levantando la capucha, la cabeza de un hombre emergió de aquella criatura:
-          ¡Buenos días hermanos!- pronunció con acento extraño aquel ser humano salido directamente del río.

Pero no le dio ni tiempo a terminar el saludo, los dos cabreros, muertos de miedo, salieron despavoridos, dejando abandonadas todas sus pertenencias, <<¡¡que es esto, el diablo, un monstruo, un monstruo ha salido del río!!>> Los gritos se oían mientras las escobas se agitaban en la huida y las cabras se arremolinaban nerviosas ante la actitud de sus cuidadores.

Ya en el camino, al lado del pueblo, los dos amigos intentaron recuperar el aliento:
-¡Dios mío, que era eso Cirilo!.
- ¡Yo no sé, vamos a la iglesia a contárselo al cura que este se lo cuente a la Guardia Civil, que con los del tricornio no quiero cuentas!
- Pero tenemos que volver a por las cabras que son del marques.
- ¡Cállate marques ni ostia, pa que nos coja eso y nos meta en una pozata negra!

Con el pánico en el alma, los muchachos se presentaron en la iglesia y contaron, como pudieron, lo presenciado hacía un rato.
-          ¿Qué un bicho enorme ha salido del agua y os ha dicho “buenos días hermanos” y vosotros  habéis salido corriendo dejando las cabras del señor marques? ¡sois unos insensatos, venid conmigo!- bramó Don Esteban el párroco.
<<Ya está aquí, es verdad el mensaje que llegó al ayuntamiento hace unos días>> pensaba el cura mientras se dirigían, con Cirilo y Basilio, al ayuntamiento.

En la Casa Consistorial, Don Emeterio, lejos de enfadarse, estalló de júbilo ante la noticia:
-          ¡Ha llegado Lord Boyton, el recomendado del Rey Alfonso XII!, ¡ha llegado el hombre pez!, ¡rápido, vamos a buscarle!, tenemos que atenderle muy bien, que no le falte de nada ¡es un héroe!.

Todos, don Esteban el párroco, don Emeterio el alcalde, Juan el secretario, Emilio el pregonero, Leopoldo el boticario, agentes de la Guardia Civil y gran número de curiosos siguieron a los dos cabreros al lugar donde se encontraron a ese extraño leviatán del Tajo.
Cuando llegaron, el hombre pez se encontraba degustando el tocino que habían dejado Basilio y Cirilo momentos antes de su espectacular huida, con el atuendo acuático quitado, sentado y fumando un puro tranquilamente. Al ver a todos, el forastero se puso en pie, iba a decir algo pero el alcalde le frenó rápidamente:
-          ¡Lord Boyton, lord Boyton!, es un grandísimo honor y privilegio contar con vuestra presencia, somos conscientes de su hazaña y del mandato imperial de nuestra majestad solicitando que a usted no le falte de nada.
El capitán Boyton tenía un acento extraño, metálico, pero hablaba bien el castellano.
-          Muchísimas gracias, amigos, estoy honrado y agradecido… eh eh- se dirigió a los muchachos que esos momentos estaban rojos de vergüenza- lo siento, no quería asustarles a ustedes, por favor, acepten una propina por la comida, ha sido agradable.
Acto seguido, de una bolsa de caucho, extrajo dos dólares americanos y lo repartió entre los dos primos que asentían sin mediar palabra, bajando la cabeza una y otra vez.
De inmediato, al ver que los chicos cobraban protagonismo otra vez, el alcalde zanjó el asunto, interponiéndose entre los cabreros y relegándoles  a un segundo plano:
-          Por favor capitán, vamos hacia el pueblo, permitidme que sea más que este mísero tocino lo que os ofrezca esta tierra.

De esta forma el capitán Paul Boyton dejó aparcada su aventura por el río Tajo, adentrándose tierra adentro, esperando los irremediables agasajos de las autoridades de aquel lugar extremeño.
Todo el pueblo salió a la calle para ver al hombre pez con el que babeaban los más hacendados de la localidad, entre miradas curiosas llegaron al casino donde se improvisó una gran mesa y se asaron varios cochinillos para que Boyton complaciera a todos los representantes pudientes de la villa con su aventura.
-          Tendrá que perdonarnos Lord Boyton, pero los periódicos y las noticias no son todo lo rápidas que nos gustaría- se disculpó el alcalde, dirigiéndose, acto seguido, al grupo de comensales- permitidme que os informe señores que el capitán Boyton salió de Toledo el pasado 31 de diciembre de 1879, saltando desde el puente de San Martín, con su particular traje acuático, río Tajo adelante y que tiene intención de llegar a Lisboa, toda una hazaña por la que su majestad el rey Alfonso XII nos ha pedido a todas las autoridades que le ayudemos en todo cuanto esté en nuestras manos; don Boyton, estamos muy honrados con su visita y espero que todo sea de su agrado, permitidme señores que alce mi copa y brinde por este fabuloso encuentro, ¡Por Lord Boyton, por su proeza!.

Todos corearon el brindis y el capitán asintió agradecido; de nuevo a la mesa, los comensales devoraban con pudor el asado, regándolo con abundante vino. Entre los comentarios al excelente resultado culinario, don Leopoldo el boticario fue el primero que inicio la conversación:
-          Siento curiosidad señor por el fabuloso traje, ¿es una adaptación de alguna goma?, ¿cómo es posible que flote y no se moje?
-          Es más sencillo de lo que parece señor, yo lo llamo “merriman” en honor a su inventor, Clark Merriman. El traje está hecho de caucho vulcanizado.
-          ¿Caucho vulcanizado? ah sí, ya veo- el boticario fingía ante todos saber cuál era el material.
-          Sí señor, el caucho vulcanizado me protege del frío, es un magnifico aislante térmico; el traje consta de dos piezas, chaqueta y pantalón, alrededor tiene un cinturón de acero para facilitar la inmersión, y una botas altas. Para que funcione se inflan cámaras de aire ubicadas en las piernas, pecho y cabeza, y de esta manera floto sobre la corriente; modificando la presión puedo variar mi posición, llegando a ponerme literalmente de pie sobre el agua, muy útil para comer, consultar un mapa o simplemente descansar.
-          ¿Y dice usted que ese Merriman inventó el artilugio?- interrumpió Juan el secretario.
-          Bueno, podemos decir que sí en un 90%, he añadido una pequeña vela para aprovechar la acción del viento y poder guiarme como si yo mismo fuera un barco, coloco el mástil en una de las botas y desplego la vela en cuyo extremo tengo una jarcia para mantenerla tensa.
-          ¡Increíble!- el alcalde no había estado más embobado en toda su vida.
-          Además, tengo una corneta para avisar de mi presencia, una bolsa atada al cinturón, también de caucho, con mi brújula, cuchillo, linterna,… y mis cuchillas para atármelas a las botas por si tengo que atravesar aguas con tiburones y otros animales peligrosos.

Lógicamente nadie de los presentes, excepto Boyton, había visto un tiburón en su vida, lo más parecido eran aquellos dibujos exagerados, ilustrados en los periódicos de la época.
-          ¡Maravilloso!- el alcalde babeaba más por la conversación que por el cochinillo- y díganos capitán ¿Cómo ha sido su experiencia desde que salió de Toledo?
-          Bueno, ha sido una vivencia interesante, no exenta de peligros y complicaciones. Inicialmente siempre trazo una fisonomía del viaje, lo que a mi juicio me puedo encontrar, envié mis cosas por correo a Lisboa y, después de visitar turísticamente Toledo, me lancé al agua. La cartografía que me regaló el señor Ministro del Interior no estaba bien calculada y he tenido que improvisar e intuir muchas cosas.
-          ¿Quiere decir que ya ha recorrido otros ríos con su peculiar traje?- de repente, don Esteban el párroco, que asistía la conversación ajeno y escéptico, se interesó por aquel individuo que, a su modo de ver, tentaba a Dios al compararse con un pez.
-          No solo ríos padre, sino mares también, he cruzado el Canal de la Mancha entre Inglaterra y Francia; y el Estrecho de Mesina entre la Italia peninsular y la isla de Sicilia; también he nadado por el Ródano, en Suiza y Francia; el Rihn de Alemania y el Danubio; y tengo intención de cruzar el Estrecho de Gibraltar cuando acabe esta empresa.

El silencio era la prueba de que los asistentes no habían conocido historia y persona tan enigmática y aventurera. El alcalde, estupefacto casi imploró que siguiera hablando.
-          El Tajo me sorprendió en cuanto navegué los primeros kilómetros, en algunos tramos era ancho como una pradera y en otros era estrecho con corrientes traicioneras, ahí improvisaba e iba más deprisa; durante unos días perdí la noción del lugar, no vi a nadie, ni una persona, ni un camino, ni siquiera un poste eléctrico.
-          Tenga en cuenta señor Boyton que en su Inglaterra todos los municipios tienen luz pero aquí en España muchos pueblos carecen de electricidad y  por tanto los poste de tendido no llega a ellos- volvió a intervenir Juan el secretario, un tanto airado, ante la mirada aviesa del alcalde que le traspasaba con los ojos esa interrupción sin sentido.
-          Soy americano señor, de origen irlandés; lo que quiero decir es que la naturaleza y los paisajes entorno al río me parecieron de una belleza prehistórica. Más adelante, cansado de varios días, utilicé mi corneta y unos pastores acudieron a la orilla para ver que era ese ruido traído por la corriente, aquella noche cené con ellos una sopa que me supo a gloria. Pero no todo era amabilidad, muchas personas huían de mí, supongo que no están acostumbrados a que un loco extranjero viaje de esa manera río abajo jajajaja.
-          Suponemos que no jajajaja- el alcalde buscaba la sonrisa cómplice de todos con su comentario.
-          Después de cuatro días crucé a Talavera de la Reina donde esperaban mi llegada con mucho júbilo; la gente me saludaba y todos querían estrechar mi mano enguantada; pero según mis cálculos, iba con retraso y decidí no detenerme. Más adelante me encontré a un grupo de campesinos en una ladera, uno de ellos estaba subido a una encina, creo que estaba podándola, yo saludé con la mano pero aquel hombre se pegó un buen susto, tanto que se cayó del árbol, espero que no se hiciera daño.
-          Supongo que habrá tenido encuentros similares a juzgar por el espanto que han pegado los dos chicos de aquí que le han visto esta mañana ¿Cómo se llamaban?- Leopoldo el boticario se alisaba, constante, el bigote en señal de superioridad.

-          Bueno, tengo que decir que sí jeje, una niña que estaba con un rebaño de cabras me tiró varias piedras pero cuando vio que era una persona que le saludaba se empezó a reír y sustituyó los pedruscos por flores. Luego pasé por acantilados y rápidos que serpenteaban entre cárcavas, en una turbulencia se me rompió el cinturón pero lo pude arreglar al llegar al Puente del Arzobispo donde la gente llevaba esperando desde hacía horas y los disparos de la Guardia Civil alertaron de mi presencia, una balsa extraña en el río que se movía por las ondulaciones de la corriente; pero de repente, delante de todos, un salto de agua me cogió por sorpresa y me hundió varias veces; conseguí llegar a la orilla desorientado, casi inconsciente, lo primero que vi tras el accidente fue la sotana del cura que me tendía la mano y preguntaba <<¿está vivo usted?>>.
-          Si si, Don Emilio, el sacerdote de Puente del Arzobispo, fuimos compañeros de seminario- se vanagloriaba don Esteban el párroco, muy interesado, como los demás por el relato de aquel extranjero.
-          Si cierto padre, se portó muy bien conmigo, y el resto del pueblo también; al igual que ahora con ustedes, las autoridades del lugar organizaron una cena exquisita, con gran placer para mi paladar; cansado  y dolorido como estaba, resolví quedarme un día en la localidad; exploré el entorno acompañado de las autoridades, visitamos una almazara ¡es curioso como obtienen ustedes el aceite y aprovechan los restos para el ganado!.
-          Una tradición desde hace siglos, España es una tierra de olivos señor- se enorgullecía Don 
Paco, el mayor ganadero del pueblo, que hasta ese momento había pasado desapercibido.

Lord Boyton no prestó atención al comentario y siguió, con su relato…


Continuará…


Jesús Bermejo Bermejo        Madrid, abril de 2014.


Nota: Historia muy curiosa e interesante que adapto de la información, encerrando un gran trabajo de investigación, del biólogo Atanasio Fernández García en su blog titulado “Desde mi Chajurdo”.


Jarcia: los aparejos, los cabos o cuerdas, los cables empleados en la cabullería de una embarcación a vela.