A la generación nacida en 1980,
por todos los desafíos superados.
Lo
bueno de mi generación es que siempre ha ido por ese acervo matemático que
promulga el tiempo. Esas múltiples ecuaciones se han ido formulando y
resolviendo con nuestro paso por los años y, de esa manera, siempre teníamos la
edad apropiada en el momento adecuado. Por eso, (a lo mejor es cosa mía), solo
puedo decir que ¡Somos especiales!
1980
fue, como este, un año bisiesto, pensar en ese año es imaginar la “movida
madrileña” pero esta sobrevendría, de súbito, más tarde; apenas se estaba
gestando cuando los restos de Alfonso
XIII volvían a España y la película “El Crimen de Cuenca” se estrenaba y se
censuraba a partes iguales, con su directora, Pilar Miró, juzgada por un Tribunal Militar.
Y
es que todavía los/as españoles/as estábamos a “medio hacer” en el sentido
democrático. Y esa expresión me recuerda a aquellas felicitaciones que recibía
cuando era pequeño.
Porque cuando se tienen abuelas y eres un niño
emigrante, la mejor forma de felicitarte y mantener una conversación por teléfono
era contarte la historia de tu nacimiento. Esa primera aventura de tu vida narrada
cada natalicio, siempre en el mismo tono, desde La Cumbre a San Fernando (Cádiz) y, después Montehermoso,
a través de la línea telefónica por la que viajaban, también, el sonido de esos
besos repetidos que tanto ha puesto de moda, recientemente, Pedro Almodóvar con sus películas.
Y en
ese momento en el que me sentía el protagonista absoluto del salón, con el “aparato”
al oído, escuchaba a mi abuelas Piedad
y Josefa detallarme que mi madre
quiso que fuera extremeño y parirme en su tierra que, también, iba a ser la mía
para siempre; que todo el mundo estaba tranquilo, pues presuponían que iba a
ser géminis e iba a nacer un 25 de mayo pero quise ser tauro y romper aguas un
24 de abril; que, con ocho meses, cuando salí al mundo, tenía las carnes “rositas”
y las orejas “tiernas” como a “mediohacer”… como España, pienso ahora, que se
abría a la Transición, a la Democracia y a la Libertad.
Desde
entonces hemos crecido en el acerado de los acontecimientos sucesivos y en el
resplandor del futuro que se abría en nuestras manos.
En
el 81, fuimos esos bebés despreocupados cuando nuestros padres (aquellos
idealistas) atendían cabizbajos a la radio un 23 de febrero, con las persianas
bajadas, a un nuevo Golpe de Estado (por suerte fallido).
Aprendimos
a dibujar y colorear las Comunidades Autónomas. Eramos párvulos que asistíamos a la
promulgación de sus Estatutos, aquellas normas institucionales que depararían mayores logros y progresos en los territorios que llevaban siglos desmadejados.
Con
la “Bruja Avería” y los “Electroduendes” en nuestros desayunos, salíamos a la
calle y adornábamos nuestras bicicletas con pegatinas azules y estrellas amarillas en círculos. Toda la estructura europea se alzaba para abrazar al país
que, a su vez, clamaba a gritos modernidad y expansión. De esto nos dimos
cuenta más tarde cuando observamos, por la tele, cómo la gente rompía a mazazo limpio el
último muro de la discordia (1989).
Nos
divertíamos con los juegos de siempre en la plaza: jugar a cuco, a bombilla, a “torito
en alto”, al bote,… fue siempre una algarabía tradicional en las noches, al grito de “¡tufa!”; no teníamos a nadie que nos lo organizara y nos bastábamos
para ingeniárnosla, hasta para hacer obras de teatro o contar historias de
miedo confeccionadas por nosotros/as mismo/as… y, a la vez, empezamos a
disfrutar de aquellos juegos en pantalla al tener una videoconsola como regalos
de comunión y cumpleaños; aunque a nosotros/as nos gustaba más echar cinco
duros a las máquinas de Naya, Rafa o “an cá” Sixto.
Hicimos
la E.G.B y cursamos B.U.P pero tuvimos que correr porque la E.S.O nos pisaba
los talones. Estudiamos latín, griego y los clásicos (también en eso fuimos los últimos); y muchos/as nos detuvimos
a pensar lo que realmente querían decir los filósofos Nietzsche, Kant, Marx o Platón.
Hemos
sido los que cerramos el baile tradicional para siempre pues, en ferias, pedíamos
bailar a las chicas y “aguantábamos” el pasodoble agarrados y satisfechos por
su “sí”. Los más valientes se atrevían con las rumbas y todo era un desafío de
miradas y olores a perfume y colonias mezclados con las sensaciones de quienes
dejaban atrás la niñez.
Tuvimos
doce años en 1992, no podía ser de otra manera y no podíamos tener mejores ojos para una Exposición Universal (la Expo de Sevilla) y unos Juegos Olímpicos (los
de Barcelona) donde todo relucía novedoso y el país se iba enfilando hacia un
nuevo siglo; aunque al llegar al pueblo, ese verano, no tuviéramos piscina (por
la sequía) y la necesidad e imprudencia nos convirtiera en improvisados “ingenieros
de charcos y ríos”.
Fuimos
los últimos “quintos”. Nos tallamos una tarde noche de noviembre en el antiguo
Consultorio médico, nos fumamos un cigarro en el portalón del Corral Concejo
(que ya no existe) y nos fuimos al “Cano” a bebernos unos Dyc con naranja para celebrarlo.
Pero nadie nos aupó a hombros en la silla “trajeaos” una mañana de carnavales y
algunos se fueron a hacer la mili, o se convirtieron en objetores de conciencia
haciendo horas solidarias en el Centro Social y otros, como yo, nos hartamos de
pedir prórrogas de estudio hasta que la patria se cansó y nos llamó a filas; ya
íbamos haciendo el “petate” cuando, de repente, quitaron el servicio militar
obligatorio. Supongo que será de esa manera como algo cotidiano deja de ser
actual para convertirse en tradición a recordar.
Los
noventa nos engulló con la adolescencia efervesciendo sobre la última moda
establecida y tuvimos 20 en el 2000. La ecuación volvía a resolverse
satisfactoriamente. Somos especiales, ya lo he dicho, la edad del nuevo milenio
era la nuestra y el futuro se depositaba en nosotros como una apuesta segura:
una generación nueva con fuertes raíces en el siglo pasado. Pero no éramos
conscientes y quisimos permitirnos el lujo de ser “pasotas” aunque el mundo no
nos tenía preparado ese “papel”. De eso nos dimos cuenta un 11 de Septiembre de
2001 cuando dos aviones se estrellaron en toda nuestra pubertad.
Los
que fuimos universitarios disfrutamos con los últimos años dorados del Cáceres
de la movida, con los botellones atestado de gente en la plaza y “la Madrila”
proyectando ruido. Algunos incluso estábamos en la plaza de Albatros en el año
2002 cuando se quemaron contenedores en protesta porque se acababa, para
siempre, la fiesta y Cáceres volvía a ser “la ciudad feliz”.
Durante
esos años, estudiamos y trabajamos (algunos a la inversa) y celebramos los 30
por todo lo alto (2010: 2+1=3 y 0). Esa década la sobrellevamos de la forma en
la que todos van descubriendo como cada semana vas dejando algo de lo que has
sido atrás. Algunos, los muchos, tuvimos que emigrar y nos convertimos en la “gran
generación” a la que le correspondía transmitir el orgullo de sus paisanos y de
su tierra fuera; y mostramos altivez, por primera vez, al descubrir que a los extremeños nos tienen por trabajadores, honrados y "buena gente".
Siempre
solemos meditar el paso de los días, los
años, el tiempo que va recogiendo promesas de futuro y hechos presentes. El
tono de las sorpresas llegar y la nomenclatura de los recuerdos hilvanar los
sucesos que se te aparecen en el camino. Vivir experiencias y fechas en las que
vamos mezclándonos con los demás,
sabiendo que somos especiales, que nuestros números se alinean entorno
al devenir de los acontecimientos.
Por
eso, como poseídos por un hechizo matemático, mi generación cumple “cuarenta en cuarentena”.
No nos bastaba con la difícil tarea de buscar a todos/as los/as quintos para la
“cena de los 40” y la típica foto en el rollo con camisetas para la ocasión. No
podíamos ser como las otras generaciones que se arriman al mundo sin
importarles que los algoritmos no despejen la incógnita exacta.
Ahora
es cuando dejo que esta reflexión se traslade a los ochenteros que son médicos,
enfermeras, sanitarios, policías, bomberos, soldados, reponedores, cajeros,
empleados (públicos o privados), maestros, cuidadores, trabajadores de todos
los sectores… papás y mamás, hijos e hijas que resisten día a día y hora a hora
la embestida de esta pandemia. Que han soplado las velas en los diversos
escenarios que pueden plantearse en esta guerra o en la infinita intimidad de
sus casas con una pantalla ajustada donde sus familiares intentan absorber los
momentos que, inevitablemente, se están perdiendo. Todos con la esperanza de
volver a abrazar las cosas buenas que hemos dejado atrás en este mundo.
Solo deseo que la ecuación sea satisfactoria
para todos y todas.
Jesús Bermejo Bermejo, La Cumbre 24 de abril de 2020 (con Cuarenta en Cuarentena)
Nota: téngase en cuenta el uso generalizado del masculino que dicta la RAE para referirse por igual a todos y a todas.