miércoles, 5 de agosto de 2015

ASOCIACIÓN JUVENIL RODACIS-CUMBREÑ@: 10 AÑOS DE UN SUEÑO

Para Noelia, sin la cual
esto, sencillamente,
no existiría

El Recuerdo. No logro hacer memoria del momento en el que Juanmi y yo hablamos por primera vez de crear una Asociación Juvenil, sin duda fue en la piscina, donde trabajábamos de socorristas y, entre otras cosas, teníamos tiempo para hablar y abordar muchos temas; quizá fue una tarde, rodeados de jóvenes entrando y saliendo del vaso, de niños correteando con los “manguitos” a modo de musculatura adicional, de risas y voces esparcidas en el recinto verde que contrasta con el horizonte amarillo de la dehesa.
No sé por qué lo hicimos o qué nos empujó a ello, el entusiasmo se apoderó de nosotros y contagiamos a todos los de nuestro alrededor, pensando más en el proyecto que en la interrogante de su origen; a esta iniciativa se unió Noelia, Esther, Sergio, Miguel y Reme, pero su fundación habrá que buscarla en la propia juventud, en los pasos ligeros de una carrera al viento, esa sensación de que puedes hacer cualquier cosa, solo tienes que elegir el método y estirarlo tanto como puedas hasta que el sabor del triunfo endulce el ambiente y la luz del verano proyectada en las ondulaciones del agua te hagan parpadear en la realidad.
O a lo mejor porque somos de la generación “que llegó tarde a La Cumbre”, los que conocimos una selva de eucaliptos por parque y un campo de futbol degradado al más absoluto abandono, lo mismo que el polideportivo, que estaba descubierto, cuya pista te hacía sangrar cada vez que te caías. Sencillamente porque crecimos sin que otros nos aportaran mucho, la biblioteca era (y es) terreno tabú, las excursiones se explayaban en la ausencia (la primera excursión que hice, solo, con mis amigos y amigas fue a las alberguerías y tenía 17 años) y las actividades eran una novedad efímera (una vez vino un chino a enseñarnos tae kondo en la Casa de Cultura, la mayoría duramos dos clases).
Quizá por eso a algunos de aquellos/as nacidos entre 1975-1985 nos interese que las cosas no sigan siendo así, y por eso empezamos por nuestro pueblo, creando, por ejemplo…

La Asociación. Decidimos que el sábado  preliminar a Semana Santa era el idóneo para celebrar nuestra convivencia anual; el primer año estábamos en “La Puente” haciendo migas; sobre una sábana habíamos improvisado una pancarta, al colocarla me di cuenta de que cada grupo se hallaba dispersado por el campo sin mucha comunicación entre sí, en ese momento me dije <<esto tiene que cambiar>> y ese fue el propósito interior, explayado en el tiempo.
 Éramos conscientes de que, con nosotros, empezaba todo, había que trazar las líneas de lo que se suponía que iba a convertirse “Rodacis”; el día de convivencia, la semana joven, las actividades de invierno, eran el foco central; pero luego estaban los propósitos y las ideas que iban más allá de lo que hasta nosotros mismo imaginábamos, dar voz a los jóvenes en La Cumbre se convirtió en una meta; que el pueblo, el resto de las asociaciones y el propio ayuntamiento entendieran que allí estábamos y que nos pensábamos quedar parecía una tarea muy sencilla, como una pieza de relojería que encaja a la perfección, pero era necesario una conciencia por parte de todos.
Las primeras “Semanas Joven” eran un boom, un pueblo acostumbrado a que los/as jóvenes participaran y no organizaran se quedó estupefacto cuando movilizábamos a cientos y la plaza, la piscina, el polideportivo o cualquier escenario vibraba con lo que hacíamos, cierro los ojos y escucho los sonidos y las formas de todos/as los que hacíamos posible aquello.
Rodacis estaba ahí, era una realidad, los/as jóvenes se apuntaron en masa, participaban en todas las actividades, lo hacíamos todo de manera coordinada por la directiva, al principio, y asamblearia con el resto de socios/as, después; por lo que, de esta forma, a mi juicio, el éxito estaba asegurado en cualquier cosa que nos proponíamos; la satisfacción de la excursiones, los conciertos, las gymkhanas, las actividades culturales, la colaboración con otras asociaciones, la creación de nuestra propia revista socio-cultural, éxito para todo el pueblo, ect; nos hizo ponernos en el primer escalafón en medio de una algarabía ensordecedora que solo era provocada por la energía revitalizante de la juventud.
Todas esas sensaciones y esfuerzos por sacar todos los proyectos adelante estallaban en la cena, donde sucedía un acontecimiento que no se había producido hasta ahora: los/as jóvenes de La Cumbre compartiendo un mismo equipo, el grupo que habíamos creado, todos/as bajo una misma bandera,  un mismo deseo, un nombre: Rodacis.

Los/as Jóvenes. Mirados siempre con ese recelo que provoca quien observa a alguien que tiene un tesoro "divino"; los/as jóvenes siempre serán examinados con la perfección de un cirujano, cualquier error mínimo será tenido en cuenta y multiplicado por veinte, pero será mil veces perdonado porque, en la más pulida claridad de piedra diáfana, la memoria de que un día fuimos jóvenes nos asaltará, dejando entrever, como luz entre los árboles, las mismas sensaciones que experimentan los que ahora nos preceden.
Los/as jóvenes no son tontos, así se lo dije a la anterior corporación municipal y así se lo digo a la actual y venideras, a los/as jóvenes no se les puede tomar el pelo, son los primeros en reconocer cuando se hacen las cosas bien y los primeros en criticar cuando se hacen mal; son un medidor de acciones que evalúan cuando el mundo calla; estoy leyendo el cartel de ferias 2015 y pienso en voz alta: ¡Por fin se hace justicia a Rodacis!, por fin se le reconocen todas las actividades que organizan; me alegro porque la actual directiva y demás socios se están esforzando como nunca para ser los mejores, y lo están consiguiendo.
Y digo esto, porque Rodacis también fue rebelde y demandó ciertas cosas imprescindibles, que hoy son miradas con normalidad, como tener una sede, ciertas ayudas en la elaboración de sus actividades, tener un lugar cálido para juntarse todos en las fiestas navideñas, independencia y libertad para actuar, ect; un gran número de elementos cuyos contornos desvelan lo que ha sido esta Asociación y hacia dónde camina.

Reflexión. Yo, por mi parte, me voy desligando, poco a poco, de Rodacis, la música empieza a sonar de fondo pero lejos de entristecerme me siento orgulloso. Hace unos años creíamos que la Asociación desaparecería (y lo más triste era ver la indiferencia al respecto), pero ha conseguido levantarse gracias a la unión de aquellos/as que siempre han creído en su espíritu, y trabajan, codo con codo, sin conseguir más que la satisfacción personal de estar haciendo algo muy fructífero para su pueblo y para su entorno.
Hoy día no se concibe la feria sin antes la Semana Joven de la Asociación, los mayores la llaman, simplemente, “Rodacis”… <<¿Quién organiza esto? Rodacis>> y el nombre basta para designar el pensamiento, la memoria y la acción de todo; resucitamos aquella “villae” romana cercana para proyectarla en los más jóvenes de nuestro pueblo, por el que merece la pena luchar y hacerlo evolucionar, viviéndolo, sintiéndolo, escuchándolo; quizá por eso fundamos esta Asociación, quizá por eso siga tan viva o más que cuando la iniciamos, con todas las actividades y proyectos, los cuales, sin la ayuda de los demás miembros de la directiva, especialmente Juanmi y muy especialmente Noelia (a quien va dedicado este relato), no se habrían podido realizar.
Rodacis camina hacia un futuro donde su propia existencia reside en las gargantas de quienes quieren gritar por ella, démosle entre todos y todas ese aliento para que pueda respirar, alzarse, existir, innovar, saltar hacia adelante en el tiempo, vivir, para siempre, en los lugares donde reside nuestra alma.

¡¡¡Viva La Cumbre, Viva Rodacis!!!


Jesús Bermejo Bermejo
(Primer Presidente y cofundador de la Asociación Rodacis-Cumbreñ@).
 La Cumbre 2015


viernes, 17 de abril de 2015

EL MONSTRUO DEL TAJO (y 2)

Río Tajo a su paso por Extremadura, enero de 1879.

La narración del capitán americano retumbaba en la bóveda del casino por las expectación de sus contertulios; años de juegos y conversaciones entre ellos, comentando las tardías noticias que llegaban de fuera, sufridas o beneficiadas siempre desde la lejanía, los habían convertido en un selecto club aburrido que tenía que lidiar, al salir de aquellas puertas, con la gente corriente, la que ellos constantemente miraba por encima del hombro, la que constituía, paradójicamente para ellos, la composición de su país. Todos sabían que aquella conversación les daría para meses y meses de tertulia ininterrumpida, jugando al mus o haciendo bailar las bolas de un decrepito billar, acuartelado en una esquina de la estancia principal; de todo ello era consciente aquel extranjero con aquel extraño traje de baño.

-        En Puente del Arzobispo, por la tarde, fuimos a ver la prisión del pueblo, me interesé por la situación de los reos y estos me contaron su historia individual; uno de ellos, “Marrajo” creo que se llamaba, me rogó que le pidiera al Gobernador que les dejara verle partir al día siguiente.

-          ¿y accedió el Gobernador a la petición del criminal?- se interesó don Emeterio el alcalde.

-          No sé si por mi presencia o no pero la verdad es que sí, los presos estaban en la orilla del río al día siguiente y me despidieron sonrientes, alzando los brazos al sol, enjuagándose con los vítores del resto de vecinos.  


-          Una vez en el agua, más abajo, el Tajo se apretaba, parecía encogerse entre la roca viva; dispuesto a que no me pasara lo mismo que en Puente del Arzobispo, ponía especial cuidado en las turbulencias que iban y venían; cuando salí me encontré a un matrimonio que estaba con las ovejas, fueron muy hospitalarios y me dejaron dormir aquella noche en su cabaña. Pasadas unas horas, de repente, en plena madrugada, unos golpes secos retumbaron la puerta, al abrir nos encontramos a una pareja de la Guardia Civil con los fusiles en ristre.

-          ¿Se presentaron a detenerle o a esos pastores?- preguntó don Juan el secretario frunciendo el ceño.

-          La verdad es que todos nos pegamos un buen susto, los agentes de la ley me tranquilizaron diciéndome que estaban allí de parte del Rey Alfonso XII para ofrecerme protección y asistencia.

-          ¿Y que hizo usted?- saltó el alcalde.

-          ¿Qué que hice? Les di las gracias y seguí durmiendo.

-          ¡Les dio las gracias y siguió durmiendo en aquella choza!- corearon el cura, el secretario, el boticario y el alcalde; don Paco el ganadero solo miraba a unos y a otros esperando su reacción.

La risa de todos desencadenó, por primera vez, una verdadera algarabía desde que empezó la comida, Paul Boyton no tuvo más remedio que unirse a las carcajadas.

-          Al día siguiente volví a zambullirme, atravesé cárcavas donde la vegetación apenas dejaba entrar la luz del sol; no me encontré a nadie, al caer la noche los aullidos de los lobos coreaban el valle, los vi deslizarse con maestría ladera abajo, había luna llena y podía observar sus siluetas merodear entre las encinas y las escobas; dispuesto a no correr más riesgos de los necesarios, resolví seguir hacia adelante y durante unos días dormía de día y navegaba de noche.

-          ¡Malditas alimañas! Más de una oveja me han costao esos demonios- exclamó don Paco, palpándose, inconscientemente, su bolsillo.

-          Tras unos días así, ¡por fin entré en Extremadura!, en el Puente de Almaraz me esperaba una comitiva parecida a la que encontré en Talavera; el Gobernador de Cáceres me dio la bienvenida a tierras extremeñas, celebramos mi llegada con un gran banquete en una carpa que había levantado en la misma orilla del río.

-          ¿Le dijo algo en especial el señor Gobernador?- intervino don Juan el Secretario.

-          No, bueno, en realidad sí, me previno más bien, jajajaja ¡todos los altos cargos que he conocido en este viaje no han hecho más que prevenirme!... me dijo que más adelante se encontraban los peligrosos rápidos del “Salto del Gitano”, la verdad es que no se equivocaba el Gobernador, en más de una ocasión fui arrastrado por alguno de esos rápidos y golpeado contra las estructuras enormes de pizarras que coronan esa parte del Tajo; más adelante un remolino me tragó literalmente, me empujó hasta las profundidades, no sé cómo pude salir a la superficie.

-          ¡Dios mío, está usted loco al tentar a nuestro señor de esa manera!-  encolerizó don Esteban el cura.

-          Sólo hay dos palancas que muevan a los hombres padre: el miedo y el interés; no lo pienso yo solo, ya lo dijo Napoleón Bonaparte. A mi parecer las dos cosas hacen que queramos perseguir nuestros objetivos de una manera mucho más romántica y ferviente.

-          ¡Jajajajaja es usted un temerario capitán Boyton!- estalló de júbilo don Emeterio el alcalde ante la mirada desaprobatoria del párroco.

-          El caso es que puedo confirmar por experiencia que aquellos parajes son los más duros y salvajes del río; en el “Salto de Quitasustos” se desgarró una pernera de mi traje, menos mal que unos pescadores me ayudaron a coserlo bien, ya por Garrovillas de Alconetar. Después, he estado un par de días “nadando” aguas abajo, hasta asustar esta mañana a los dos muchachos que estaban cuidando sus cabras en la ladera derecha del río y encontrarme con ustedes, mis respetados amigos, en esta tarde tan jovial y a la vez mesurada.

En ese instante se produjo el silencio, Paul Boyton había terminado su relato y la primera sensación de sus oyentes fue de malestar por no poder seguir oyendo, aún más, sus aventuras. A don Emeterio el alcalde le pareció correcto terminar la intervención del hombre pez con un aplauso; con su aspecto rechoncho se levantó y empezó a dar palmadas, los demás le miraron extrañados pero acto seguido imitaron su gesto.
-          ¡Magnifico, magnifico don Boyton, no encuentro palabras, este ha sido un gran día en nuestras vidas y todo gracias a usted, gracias, muchas gracias!- el entusiasmo del alcalde era colosal.

Todos alabaron la gesta de este extraño capitán que viajaba enfundado en un traje de caucho vulcanizado, solamente por el puro placer de demostrar el invento y de saciar su sed de aventura constante, sumergiéndose en el peligro y la incertidumbre que ofrece una tierra salvaje y antigua, una tierra que se había convertido en una meca para los viajeros de otros países que buscaban la identidad perdida de una forma de vida, olvidada ya en los lugares donde procedían.

Por la tarde pasearon por el pueblo y la gente, conocedora del objetivo de aquel visitante americano, se arremolinaba curiosa entorno a las calles por donde pasaban; los chiquillos danzaban saltando por detrás de las autoridades, ya había dispuesto el alcalde que los vecinos engalanaran los balcones con mantas floreadas y banderas nacionales; un gran arco de flores decoraba la entrada a la plaza y al llegar a ella el aplauso del pueblo coreó la entrada de las autoridades. En un improvisado libro de firmas, Paul Boyton trazó su estancia y su agradecimiento; tío Nicasio Avis, un fotógrafo ambulante, se apresuró a sacar varias instantáneas del momento; los hombres lucían  orgullosos junto al aventurero de ojos claros y el resto de la población, en segundo plano, observando el prototipo en el trípode de forma extraña y, de fondo, una  fachada del ayuntamiento que todavía sangraba, por una desproporcionada grieta, la consecuencias del terremoto de Lisboa, en 1755.

Durante unos días, el “cetáceo”, que era como le conocía la prensa británica, navegó las aguas del Tajo, sorteando cañones rocosos y grandes cascadas. Más adelante no existe ningún pueblo en sus orillas por lo que la soledad volvió a invadir a Lord Boyton, soledad interrumpida por el vaivén de las olas y el sonido de la naturaleza, algunas veces amiga y otras enemiga, como los gritos nocturnos que se arremolinaban en las noches salvajes de aquella Extremadura indómita.

Alcántara esperaba con mucha ilusión la llegada del hombre pez, el capitán recibió a la población haciendo alarde de su vela y su maestría para zigzaguear las corrientes, en un acto de autosuficiencia, en medio del río, con los enormes pilares del puente romano sobre su cabeza, Boyton se presentó ante las autoridades fumando un puro, alardeando de la eficacia de su traje, hecho que causó un gran asombro entre los presentes.

Como no había parado desde que dejó el pueblo protagonista de nuestra historia, se quedó un día en Alcántara; allí volvió a contar su aventura en una conferencia y asistió a una obra de teatro. Al día siguiente todos le despidieron efusivamente, el americano se quedó prendado de las mujeres de Alcántara, en sus notas escribiría más tarde “Allí encontré las mujeres más hermosas de España”.

Al atravesar la frontera con Portugal se acabó su aventura extremeña; justo allí, un barco enviado por el Ministro de Marina portugués le escoltó hasta Lisboa. Las cárcavas se iban ensanchando y los rápidos se volvían mansa corriente; el río se hacía mar a cada kilómetro y la vegetación se divisaba cada vez más lejos.

Paul Boyton, el hombre pez, atravesó el río Tajo en un traje de caucho vulcanizado, esta hazaña cobraba fuerza con cada milla ganada, nadó e hizo parada de Castelo Branco, Abrantes y Santarem hasta llegar a Lisboa, el destino final, tras recorrer más de 700 kilómetros. Unas 200.000 personas le estaban esperando; allí le hicieron entrega de las cartas de felicitación del rey Alfonso XII de España y del Ministro de Marina de Portugal, en una Conferencia a los miembros de la Sociedad Geográfica de Lisboa, donde contó su historia por enésima vez; después, las celebraciones se sucedieron entre vítores y alegrías, nadie, absolutamente nadie en la Península Ibérica de 1879, había intentado navegar el río Tajo en un barco, no digamos en un traje extraño, que hace flotar a quien le viste, y con el que se puede navegar, con una vela en sus botas y unas jarcias bien tensadas.

Don Emeterio el alcalde no tenía tiempo para las gestiones del ayuntamiento, como un ciervo acosado corría por las calles del pueblo en dirección al casino a ver la noticia de “su camarada” Boyton, en el periódico que Matías el cartero traía casi todas las semanas. Don Emeterio, sentado ya en el sillón de terciopelo envejecido, sudando chorreones líquidos como una vela en misa, albergaba la esperanza de que “su amigo” le nombrara y de esta forma pavonearse desmesuradamente delante de don Juan el secretario, don Esteban el cura y don Leopoldo el boticario. La noticia contaba, a grandes rasgos, el trayecto del americano; al final del texto se advertían, en letra cursiva, una declaraciones del protagonista, el alcalde tragó saliva y abriendo, aun mas, los ojos leyó:  Puedo recalcar, al finalizar mi viaje, que  pese a haber sido advertido de que mi vida corría peligro por las gentes salvajes e ignorantes que habitan las orillas del Tajo, sólo he encontrado a mi paso personas hospitalarias y generosas, tanto en España como en Portugal. Destaco también que, aunque llevaba conmigo suficiente provisión de dinero, no he conseguido que nadie aceptase mi gratitud por los favores que me prestaron, fuese cual fuese su condición.

La noticia se cerraba con la intención del capitán Paul Boyton de cruzar el Estrecho de Gibraltar desde Algeciras a Ceuta. Don Emeterio cerró decepcionado el periódico justo en el momento en el que don Leopoldo entraba, alertado también por la noticia periodística.
-          ¿Qué cuenta nuestro amigo acuático?- preguntó sin evitar su excitación.
-          ¡Míralo tú mismo!- refunfuñó el alcalde a la vez que se levantaba y salía de la estancia decepcionado.

Ya en la calle, don Emeterio se encendió un puro; en ese momento pasó un rebaño de cabras capitaneadas por Cirilo y Basilio, el alcalde y los muchachos cruzaron miradas en silencio, Basilio balbuceó algo, como si fuera a hablar, pero al final calló, bajó la cabeza y siguió adelante; el rechoncho regidor se quedó mirando el puro y, acto seguido, lo arrojó con rabia, iba a volver a entrar pero, en un acto reflejo, cambio de parecer y se apresuró al ayuntamiento, justo en la misma dirección de los cabreros; mientras andaban, antes de separarse, iban pisando, por igual medida, las cagarrutas que iban dejando las cabras, impacientes por dar cuenta del pasto crecido en las laderas del Tajo.



Jesús Bermejo Bermejo         Madrid, abril de 2014.




Nota: Historia muy curiosa e interesante que adapto de la información, encerrando un gran trabajo de investigación, del biólogo Atanasio Fernández García en su blog titulado “Desde mi Chajurdo”. En él se cuenta estos datos y amplia aún más la historia de este americano que iba navegando con su traje de caucho vulcanizado ríos y mares, eligiendo entre ellos el río Tajo de 1879, un río muy cercano a nosotros pero muy diferente en aquella época, pues hay que tener presente que no existían los embalses que hay ahora, con las modificaciones que estos afectan sobre el caudal, ect.



lunes, 2 de marzo de 2015

EL MONSTRUO DEL TAJO (1)

Río Tajo a su paso por Extremadura, enero de 1879.


Cirilo y Basilio eran primos hermanos y cabreros de toda la vida; la escarpada ladera del Tajo se mostraba inclinada a su corriente que, ese día, lucía calmada, desembocando mansamente, casi al compás de los segundos del reloj; los dos jóvenes descansaban después de haber andado los riberos con los animales, asaban un poco de tocino intentando atrapar todo el alimento en unos chuscos duros de pan:
-          Eres más tonto que Abundio, no sabes ni asar ¡quita!
-          Cállate haragán, déjame que tú tienes una manos que parecen los pies de otro.
-          Como vuelvas a llamarme haragán te tiro al río.
-          ¿haragán? Igual que la chaqueta de un guarda en verano, al río, al río te voy a tirar yo, pa te espabiles y no te duermas debajo de una encina.
-          Cagüen Cirilo, que te cojo como a este peñasco y te “ajogo”.

Basilio, rabioso, tiró una piedra al Tajo, entorpeciendo la regularidad de su corriente; en ese momento, algo raro se movía en las aguas, parecía un tronco enorme flotando con una tela en su base, de repente, el tronco se movió y los dos muchachos parpadearon incrédulos, aquel bulto extraño se dirigía a ellos, retorciéndose; seguros de que asistían a una alucinación, Cirilo y Basilio permanecieron inmóviles mientras el bulto salía de la orilla y se ponía de pie; levantando la capucha, la cabeza de un hombre emergió de aquella criatura:
-          ¡Buenos días hermanos!- pronunció con acento extraño aquel ser humano salido directamente del río.

Pero no le dio ni tiempo a terminar el saludo, los dos cabreros, muertos de miedo, salieron despavoridos, dejando abandonadas todas sus pertenencias, <<¡¡que es esto, el diablo, un monstruo, un monstruo ha salido del río!!>> Los gritos se oían mientras las escobas se agitaban en la huida y las cabras se arremolinaban nerviosas ante la actitud de sus cuidadores.

Ya en el camino, al lado del pueblo, los dos amigos intentaron recuperar el aliento:
-¡Dios mío, que era eso Cirilo!.
- ¡Yo no sé, vamos a la iglesia a contárselo al cura que este se lo cuente a la Guardia Civil, que con los del tricornio no quiero cuentas!
- Pero tenemos que volver a por las cabras que son del marques.
- ¡Cállate marques ni ostia, pa que nos coja eso y nos meta en una pozata negra!

Con el pánico en el alma, los muchachos se presentaron en la iglesia y contaron, como pudieron, lo presenciado hacía un rato.
-          ¿Qué un bicho enorme ha salido del agua y os ha dicho “buenos días hermanos” y vosotros  habéis salido corriendo dejando las cabras del señor marques? ¡sois unos insensatos, venid conmigo!- bramó Don Esteban el párroco.
<<Ya está aquí, es verdad el mensaje que llegó al ayuntamiento hace unos días>> pensaba el cura mientras se dirigían, con Cirilo y Basilio, al ayuntamiento.

En la Casa Consistorial, Don Emeterio, lejos de enfadarse, estalló de júbilo ante la noticia:
-          ¡Ha llegado Lord Boyton, el recomendado del Rey Alfonso XII!, ¡ha llegado el hombre pez!, ¡rápido, vamos a buscarle!, tenemos que atenderle muy bien, que no le falte de nada ¡es un héroe!.

Todos, don Esteban el párroco, don Emeterio el alcalde, Juan el secretario, Emilio el pregonero, Leopoldo el boticario, agentes de la Guardia Civil y gran número de curiosos siguieron a los dos cabreros al lugar donde se encontraron a ese extraño leviatán del Tajo.
Cuando llegaron, el hombre pez se encontraba degustando el tocino que habían dejado Basilio y Cirilo momentos antes de su espectacular huida, con el atuendo acuático quitado, sentado y fumando un puro tranquilamente. Al ver a todos, el forastero se puso en pie, iba a decir algo pero el alcalde le frenó rápidamente:
-          ¡Lord Boyton, lord Boyton!, es un grandísimo honor y privilegio contar con vuestra presencia, somos conscientes de su hazaña y del mandato imperial de nuestra majestad solicitando que a usted no le falte de nada.
El capitán Boyton tenía un acento extraño, metálico, pero hablaba bien el castellano.
-          Muchísimas gracias, amigos, estoy honrado y agradecido… eh eh- se dirigió a los muchachos que esos momentos estaban rojos de vergüenza- lo siento, no quería asustarles a ustedes, por favor, acepten una propina por la comida, ha sido agradable.
Acto seguido, de una bolsa de caucho, extrajo dos dólares americanos y lo repartió entre los dos primos que asentían sin mediar palabra, bajando la cabeza una y otra vez.
De inmediato, al ver que los chicos cobraban protagonismo otra vez, el alcalde zanjó el asunto, interponiéndose entre los cabreros y relegándoles  a un segundo plano:
-          Por favor capitán, vamos hacia el pueblo, permitidme que sea más que este mísero tocino lo que os ofrezca esta tierra.

De esta forma el capitán Paul Boyton dejó aparcada su aventura por el río Tajo, adentrándose tierra adentro, esperando los irremediables agasajos de las autoridades de aquel lugar extremeño.
Todo el pueblo salió a la calle para ver al hombre pez con el que babeaban los más hacendados de la localidad, entre miradas curiosas llegaron al casino donde se improvisó una gran mesa y se asaron varios cochinillos para que Boyton complaciera a todos los representantes pudientes de la villa con su aventura.
-          Tendrá que perdonarnos Lord Boyton, pero los periódicos y las noticias no son todo lo rápidas que nos gustaría- se disculpó el alcalde, dirigiéndose, acto seguido, al grupo de comensales- permitidme que os informe señores que el capitán Boyton salió de Toledo el pasado 31 de diciembre de 1879, saltando desde el puente de San Martín, con su particular traje acuático, río Tajo adelante y que tiene intención de llegar a Lisboa, toda una hazaña por la que su majestad el rey Alfonso XII nos ha pedido a todas las autoridades que le ayudemos en todo cuanto esté en nuestras manos; don Boyton, estamos muy honrados con su visita y espero que todo sea de su agrado, permitidme señores que alce mi copa y brinde por este fabuloso encuentro, ¡Por Lord Boyton, por su proeza!.

Todos corearon el brindis y el capitán asintió agradecido; de nuevo a la mesa, los comensales devoraban con pudor el asado, regándolo con abundante vino. Entre los comentarios al excelente resultado culinario, don Leopoldo el boticario fue el primero que inicio la conversación:
-          Siento curiosidad señor por el fabuloso traje, ¿es una adaptación de alguna goma?, ¿cómo es posible que flote y no se moje?
-          Es más sencillo de lo que parece señor, yo lo llamo “merriman” en honor a su inventor, Clark Merriman. El traje está hecho de caucho vulcanizado.
-          ¿Caucho vulcanizado? ah sí, ya veo- el boticario fingía ante todos saber cuál era el material.
-          Sí señor, el caucho vulcanizado me protege del frío, es un magnifico aislante térmico; el traje consta de dos piezas, chaqueta y pantalón, alrededor tiene un cinturón de acero para facilitar la inmersión, y una botas altas. Para que funcione se inflan cámaras de aire ubicadas en las piernas, pecho y cabeza, y de esta manera floto sobre la corriente; modificando la presión puedo variar mi posición, llegando a ponerme literalmente de pie sobre el agua, muy útil para comer, consultar un mapa o simplemente descansar.
-          ¿Y dice usted que ese Merriman inventó el artilugio?- interrumpió Juan el secretario.
-          Bueno, podemos decir que sí en un 90%, he añadido una pequeña vela para aprovechar la acción del viento y poder guiarme como si yo mismo fuera un barco, coloco el mástil en una de las botas y desplego la vela en cuyo extremo tengo una jarcia para mantenerla tensa.
-          ¡Increíble!- el alcalde no había estado más embobado en toda su vida.
-          Además, tengo una corneta para avisar de mi presencia, una bolsa atada al cinturón, también de caucho, con mi brújula, cuchillo, linterna,… y mis cuchillas para atármelas a las botas por si tengo que atravesar aguas con tiburones y otros animales peligrosos.

Lógicamente nadie de los presentes, excepto Boyton, había visto un tiburón en su vida, lo más parecido eran aquellos dibujos exagerados, ilustrados en los periódicos de la época.
-          ¡Maravilloso!- el alcalde babeaba más por la conversación que por el cochinillo- y díganos capitán ¿Cómo ha sido su experiencia desde que salió de Toledo?
-          Bueno, ha sido una vivencia interesante, no exenta de peligros y complicaciones. Inicialmente siempre trazo una fisonomía del viaje, lo que a mi juicio me puedo encontrar, envié mis cosas por correo a Lisboa y, después de visitar turísticamente Toledo, me lancé al agua. La cartografía que me regaló el señor Ministro del Interior no estaba bien calculada y he tenido que improvisar e intuir muchas cosas.
-          ¿Quiere decir que ya ha recorrido otros ríos con su peculiar traje?- de repente, don Esteban el párroco, que asistía la conversación ajeno y escéptico, se interesó por aquel individuo que, a su modo de ver, tentaba a Dios al compararse con un pez.
-          No solo ríos padre, sino mares también, he cruzado el Canal de la Mancha entre Inglaterra y Francia; y el Estrecho de Mesina entre la Italia peninsular y la isla de Sicilia; también he nadado por el Ródano, en Suiza y Francia; el Rihn de Alemania y el Danubio; y tengo intención de cruzar el Estrecho de Gibraltar cuando acabe esta empresa.

El silencio era la prueba de que los asistentes no habían conocido historia y persona tan enigmática y aventurera. El alcalde, estupefacto casi imploró que siguiera hablando.
-          El Tajo me sorprendió en cuanto navegué los primeros kilómetros, en algunos tramos era ancho como una pradera y en otros era estrecho con corrientes traicioneras, ahí improvisaba e iba más deprisa; durante unos días perdí la noción del lugar, no vi a nadie, ni una persona, ni un camino, ni siquiera un poste eléctrico.
-          Tenga en cuenta señor Boyton que en su Inglaterra todos los municipios tienen luz pero aquí en España muchos pueblos carecen de electricidad y  por tanto los poste de tendido no llega a ellos- volvió a intervenir Juan el secretario, un tanto airado, ante la mirada aviesa del alcalde que le traspasaba con los ojos esa interrupción sin sentido.
-          Soy americano señor, de origen irlandés; lo que quiero decir es que la naturaleza y los paisajes entorno al río me parecieron de una belleza prehistórica. Más adelante, cansado de varios días, utilicé mi corneta y unos pastores acudieron a la orilla para ver que era ese ruido traído por la corriente, aquella noche cené con ellos una sopa que me supo a gloria. Pero no todo era amabilidad, muchas personas huían de mí, supongo que no están acostumbrados a que un loco extranjero viaje de esa manera río abajo jajajaja.
-          Suponemos que no jajajaja- el alcalde buscaba la sonrisa cómplice de todos con su comentario.
-          Después de cuatro días crucé a Talavera de la Reina donde esperaban mi llegada con mucho júbilo; la gente me saludaba y todos querían estrechar mi mano enguantada; pero según mis cálculos, iba con retraso y decidí no detenerme. Más adelante me encontré a un grupo de campesinos en una ladera, uno de ellos estaba subido a una encina, creo que estaba podándola, yo saludé con la mano pero aquel hombre se pegó un buen susto, tanto que se cayó del árbol, espero que no se hiciera daño.
-          Supongo que habrá tenido encuentros similares a juzgar por el espanto que han pegado los dos chicos de aquí que le han visto esta mañana ¿Cómo se llamaban?- Leopoldo el boticario se alisaba, constante, el bigote en señal de superioridad.

-          Bueno, tengo que decir que sí jeje, una niña que estaba con un rebaño de cabras me tiró varias piedras pero cuando vio que era una persona que le saludaba se empezó a reír y sustituyó los pedruscos por flores. Luego pasé por acantilados y rápidos que serpenteaban entre cárcavas, en una turbulencia se me rompió el cinturón pero lo pude arreglar al llegar al Puente del Arzobispo donde la gente llevaba esperando desde hacía horas y los disparos de la Guardia Civil alertaron de mi presencia, una balsa extraña en el río que se movía por las ondulaciones de la corriente; pero de repente, delante de todos, un salto de agua me cogió por sorpresa y me hundió varias veces; conseguí llegar a la orilla desorientado, casi inconsciente, lo primero que vi tras el accidente fue la sotana del cura que me tendía la mano y preguntaba <<¿está vivo usted?>>.
-          Si si, Don Emilio, el sacerdote de Puente del Arzobispo, fuimos compañeros de seminario- se vanagloriaba don Esteban el párroco, muy interesado, como los demás por el relato de aquel extranjero.
-          Si cierto padre, se portó muy bien conmigo, y el resto del pueblo también; al igual que ahora con ustedes, las autoridades del lugar organizaron una cena exquisita, con gran placer para mi paladar; cansado  y dolorido como estaba, resolví quedarme un día en la localidad; exploré el entorno acompañado de las autoridades, visitamos una almazara ¡es curioso como obtienen ustedes el aceite y aprovechan los restos para el ganado!.
-          Una tradición desde hace siglos, España es una tierra de olivos señor- se enorgullecía Don 
Paco, el mayor ganadero del pueblo, que hasta ese momento había pasado desapercibido.

Lord Boyton no prestó atención al comentario y siguió, con su relato…


Continuará…


Jesús Bermejo Bermejo        Madrid, abril de 2014.


Nota: Historia muy curiosa e interesante que adapto de la información, encerrando un gran trabajo de investigación, del biólogo Atanasio Fernández García en su blog titulado “Desde mi Chajurdo”.


Jarcia: los aparejos, los cabos o cuerdas, los cables empleados en la cabullería de una embarcación a vela.