Tras más de 2 años contando historias por aquí, paralelamente, he ido acumulando muchas otras que, a mi juicio, se escapan de la dimensión de un blog; hay algo en ellas que transmiten una cierta "hidalguía"y el blog "se les queda chico". Digamos que su publicación en un instrumento como este, por muy de moda que esté, escapa a su autentico espacio, al correcto modo de cómo estos relatos se deberían leer.
La última historia que he sacado a la luz (la de una cumbreña) me ha dejado con el corazón encogido y me ha hecho mirar al blog con otros ojos.
Algo sospechaba desde hace algún tiempo y, sobre todo, desde que la carpeta de mi ordenador se llenaba de hechos y anécdotas que la historia vierte y desgrana por los archivos, publicaciones y testimonios.
Algo temía, como cuando te aventuras por terrenos pantanosos con el riesgo de quedarte atrapado en el fango, eres consciente de ello pero, aún así, lo intentas.
Me van a perdonar pero hay que tomarse un respiro, lo que no significa que paren los "aretes", y ver que destino y resultado adquiere lo que habíamos empezado en este blog. Mientras tanto, como Santiago Rusiñol a sus ensaimadas, pellizquen por aquí y relean a su antojo... Saludos.
Jesús Bermejo Bermejo Cáceres 2014
miércoles, 15 de octubre de 2014
lunes, 16 de junio de 2014
APARICIÓN
Una vez vi un caballo en el
cercanías, en el último vagón; la
libertad hermética de mí mismo contra mi propia mente; lo seguí viendo cuando
el tintineo del cierre de puertas predisponía el inicio, y allí seguía en medio
de olores y conversaciones cosmopolitas, enfangadas en miradas largas de caras
resignadas por el madrugón; desapareció cuando levité hasta el asiento y el
roce de la gente apelotonaba rutina, la novela de Johan Bojer completó el
trayecto, al llegar a Atocha alguien me lanzó una nota en el libro con una
frase: ¿tú también lo has visto?
Jesús Bermejo Bermejo Madrid 2014
jueves, 22 de mayo de 2014
ADOLESCENTE DE PUEBLO
Eh tú, si tú, que andas
por ahí por las calles de La Cumbre como un sonámbulo, que a tu padre le tienes
preocupado, bueno, en realidad, tu padre se preocupa por todo y demasiado, pero
el caso es que me ha contado que no sabe qué hacer contigo; o no sales de casa
o no entras, no hay término medio; no encajas con tus amigos y las costumbres
del pueblo te la pasas por la bisectriz de Lucía
Lapiedra. Me ha dicho que te escriba algo, que te gustan los “aretes” que
pongo en mi blog, que los lees y te llaman la atención, que no eres mal chico
en casa y en el instituto te defiendes; pero que hay algo que no acaba de
encajar en las piezas y objetivos que todos los padres quieren para sus hijos.
La vida se levanta
sobre los campos cuando sus rayos se cuelan por la ventana de tu cocina, un
colacao rápido y una magdalena, la mochila y arreando; en la esquina te espera
el Sopas y Menganito, sí, lo sé, son los amigos que te han tocado, tú no los
has elegido, esa determinación se hizo porque son de tu misma edad; a pesar de
que no tenéis nada, o muy poco, en común, estáis condenados a compartir
trinchera en todas las batallas que van poniendo los años, recuerdas eso y te
resignas; el “Sopas” ya ha encendido el porro mañanero, te lo pasa y le das una
calada, sienta bien mientras ves el clarear del cielo pero, acto seguido, lo
ocultas ingeniosamente cuando os cruzáis con Manolo, que asalta la calle mientras bailan sobre su cinturón un
montón de llaves, ausencia de saludo, os mira con una mezcla de desprecio y
superioridad ingenua pero vosotros continuáis. Ya en el banco del antiguo quiosco
de Nicolás, por fin, Menganito fuma
del porro, tu sabes por qué ha esperado, se ha escondido para que nadie le
viera, te fijas en él y te imaginas a su madre, en el Naya, con las amigas,
diciendo eso de <<pues mi hijo no fuma porros>>, <<y un jamón
señora>> piensas mientras le observas dar caladas profundas.
El Instituto es el
mundo que conoces más allá de La Cumbre, ya hace tres años que habéis dejado el
refugio escolar cumbreño y os habéis aventurado a la enseñanza secundaria en
Trujillo; el Instituto es un universo donde las tías están más buenas y son más
simpáticas porque son de fuera y los tíos son más buena gente porque no tienes
que lidiar con ellos en todo momento; pasar lista, lección, cuadernos tupidos
de pintadas, las matemáticas son una mierda, la filosofía no vale
para nada, no vocalizas bien en inglés; te mandan para leer, en lengua, “El amor en los tiempos del cólera” de Gabriel García Márquez <<¡pero
será pringao el Florentino Ariza ese!>> piensas mientras miras por la
ventana distraído, justo en el mismo momento en el que te ordenan que sigas
leyendo <<no sé por dónde vamos don Ataulfo>>, <<a la próxima
te vas fuera del aula>>; en el recreo te comes el bocadillo con “tu
gente”, ya está el Sopas de nuevo maquinando, Menganito no hace caso, anda “apretando”
a una de Belén, Karpanta devora su bocadillo de chorizo (luego sufriréis sus
eructos en clase), “Lujan” empieza a hacer el tonto con un balón hecho trizas,
“Tente” y tú os reis, ya por costumbre <<acho tú, que pasa>> Luján
se tira sobre vosotros, <<¿este sábado que?, nos vamos a
Trujillo>>, << a las 00:30 pasa el Ricky de Salvatierra>>,
<<si no, llamamos a Guaperas>>,
<< acho tengo la moto zaleá, tengo que cambiar la bujía>>. Esa es
otra, la moto, la puta moto que tantas veces has demandado en casa, tú no la
tienes y la mayoría de tus amigos sí; se trata de una de las directrices de tu
vida que no decides ni tú, ni tu familia ni nadie a tu alrededor, sino que la
marcan los padres de tus amigos, y contra la que no puedes hacer nada, empezó
uno y les siguieron los demás, el planteamiento hubiera ido de perlas sino
fuera porque tu padre es de esos pelmazos que piensa que toda recompensa debe
ir condicionada por un esfuerzo por conseguirla <<ya veremos cuando acabe
el curso y vengan las notas>> te ha soltado, <<¿y mientras tanto
que?>> piensas rabioso mientras te imaginas al corrillo de madres
hablando del tema <<su padre ha comprado la moto a Luján porque ha sacado
muy buenas notas>>, <<¿Ah sí señora, que le queden matemáticas,
filosofía e inglés es sacar buenas notas? venga no me jodas>>.
En el autobús casi
siempre os quedáis de pie o sentados en las escaleras, para colmo, el tonto de
siempre ha echado la pota en una bolsa y huele fatal; pelea antes de subir, eso
es casi familiar <<¡Dios! que gente tan gilipollas>>; Sebastián el
tripitidor y sus compinches están en la parte de atrás soltando carcajadas y os
lanza amenazas gesticulares a las que Karpanta responde con una buena tocada de
huevos. Tus amigos y tú vestís con la ropa que marca la época (sudaderas,
camisetas, vaqueros, zapatillas) sin entrar en estereotipos de tribus urbanas
porque, en el fondo, sabéis lo que sois y no podéis hacer nada, lo diste por
sentado cuando, el año pasado, en unos
carnavales, fuiste a una farmacia de Cáceres a ponerte un pendiente y a tu
abuelo casi le da un ataque al corazón cuando te vio <<¿así que de
tatuajes ni hablamos no?>>, <<¡vete de mí vista quinqui!>> la
gente mayor no entiende.
Sentado en la
habitación, los deberes deambulan en procesión, podrías hacerlos perfectamente
pero los realizas sin ganas, si me apuras, hasta te equivocas adrede, todo te
parece una chorrada, ¡menudo método educativo!, el profesor de historia está
loco y la maestra de inglés te tiene manía; para colmo tu madre te recuerda por
enésima vez que no le gusta que te “juntes” con el Sopas, Karpanta y Luján
<<¿y con quien me junto mamá?>>, <<pues con Tente y Menganito
que son más formales>>, ella no entiende que sois “el grupo” y este no se
puede separar así como así, no se puede hacer un juicio y dictar una sentencia
ilógica basada en un sistema socio-mierda-te-junto-por-la-apariencia-que-tienes;
pero no las explicas eso, la somnolencia se apodera de tu espíritu y la imagen de un melón estrellándose contra el
asfalto de la carretera te viene a la mente mientras tu madre sigue con la
conversación, mejor dicho, con el monologo, y te imaginas al corrillo de
madres, otra vez, tomando un trina en el Naya, alabando, sin escucharse las
unas a las otras, a sus hijos, te gustaría que aquel melón estrellado se
empotrara sobre la mesa y todas salieran completamente manchadas, enormes
manchas viscosas resbalando sobre palabras infladas de elogios absurdos
jajajaja <<¿me estas escuchando?>>, <<si mamá, si>>.
Por fin sales, en tu
vieja bicicleta de montaña a la que le falta un poco, bueno, bastante 3 en 1
pero te da igual, la cuestión es que subes con ella a la plazoleta de la
Iglesia a catequesis, otra característica que caracteriza tu característica
vida de adolescente de pueblo, con un tímido parpadeo al observar a tus amigas,
o a las tías como vosotros las llamáis, apelotonadas en los bancos al lado de
la casa del cura, a punto de escuchar las reflexiones morales y cristianas de
doña Guillermina, doctora honoris causa en rezos, engalanamiento de altares,
lecturas en misa, casullas de sacerdotes y otros menesteres eclesiales. Allí,
en la pequeña habitación del salón parroquial, sobre muebles antiguos, posters
donde se ve a un Jesucristo hippie con un mar de fondo, la Virgen María
sonriendo a una pastorcilla con cara de haberse comido un tripi y un crucifijo
hecho con pinzas de la ropa, escucháis la lección de hoy, la que os preparará
para ser dignos de la Confirmación, aunque lances al Sopas (en esos momentos
con cara de aburrimiento apocalíptico), Karpanta, Tente, Lujan y Menganito
miradas cómplices, fácilmente entendibles entre vosotros; porque lo que os
interesa de verdad de la catequesis, la confirmación, el cura, el obispo, el
cardenal y el papa de Roma es la fiesta que os vais a correr luego, bueno eso,
y el intento de enrollarse con alguna de “las tías” que, tan cándidamente,
parecen escuchar el sermón de doña Guillermina; justo en el momento en el que
Menganito se mete la mano por el sobaco y, en un movimiento familiar, emite un
ruido que suena como si alguien se tirara un peo; todo el mundo se ríe,
Karpanta hasta llora, a doña Guillermina se le pone roja la verruga de la nariz
y manda callar de manera colérica, solo le falta el gorro y la escoba para ser
una bruja, piensas tú, luego miras a Menganito que, como un zorro, se esconde
entre la algarabía, te imaginas a su madre presumiendo de lo bien que se porta
su hijo <<¡y una mierda señora!>>.
La noche empieza a caer,
ya está entrando el calor, en la cerca de al lado de “la telefónica”, las
chicharras, grillos y demás “bichos” han empezado su particular concierto,
evidenciando los asfixiantes meses que vienen, no sabes si con o sin moto, depende
de las notas y de tu padre; <<¡joder!>> aúllas al cielo, la tía que
te gusta del pueblo se ha bajado con Tente en su bultaco, el muy pijo tiene de
todo, seguro que en cuanto se saque el carné está su padre comprándole un
coche; y ahí estas tú, con tu herrumbrosa bicicleta, el Sopas y Karpanta, que
se ríen de las tonterías de Luján; tú también sonríes y descubres, en ese
momento, que adoras a tus amigos aunque tu madre te reprima, más que nada,
porque no los has elegido, empezasteis devorando los infantiles mocos de la
escuela y ahora compartís las horas icónicas y felices de la adolescencia. Y no
sabéis que pasará en el futuro porque a tu edad el futuro es cuando llegue el
verano, os confirméis y contemples la ,casi inaccesible, posibilidad de
enrollarte con alguna de tus amigas en la fiesta que tenéis preparada, porque
eres virgen de todo, hasta de pensamiento; quizá por eso tu padre te nota raro
y se preocupa; quizá por eso me ha pedido que te ponga algo en el blog, pero,
si te digo la verdad, no sé qué decirte, y tú lo sabes bien, para tus padres el
sistema solar de las drogas es un desconocido planeta que ha pertenecido a otra
galaxia pero tú lo tienes a la vuelta de la esquina, no has cumplido los 18
pero ya has visto rayas de farlopa sobre la sucia caratula de un CD; hasta ahora
habéis esquivado el tema, como José
Tomás en una enfurecida tarde taurina, pero el astado va a estar ahí
siempre y vas a tener que torearlo una y mil veces, valiente, sin huirle, sin
tenerle miedo, para que no te cornee, para que no vapulee vuestras aventuras, que
van a ser muchas, ya lo verás. No sé qué decirte, la verdad, si me pongo
nostálgico me veo reflejado en un espejo atemporal, solo que sin móvil, con
botas Martens y pantalón vaquero negro, haciendo botellón, con un grupo de
amigos que se parece al tuyo, en un pilón agrietado al lado del poli, con un
casete de cinta regrabable escupiendo canciones de Extremoduro, Reincidentes, Los Porretas, La Polla Records o el Maquina
Total 8 y el Bolero Mix 13, da igual, sabes que los de nuestro equipo no tienen
inclinaciones subversivas, sabes que nuestras oportunidades viene cogidas por
nuestra alma rota, a expensas de los que nos rodea y de la única influencia que
tenemos; eso es lo que eres, lo que fui yo también, adolescente de pueblo, una
tribu que no es tal, más que nada porque las modas, las costumbres y todas las
cosas te las marca el pueblo mismo, hasta tu propio carácter y tu forma de ser;
tu padre podrá estar preocupado pero no puede hacer nada, la única verdad es
que tú y solo tú eliges tu propio destino y tu propio “tú” interior. Pasaran
los años, se acabará el instituto y empezaras una carrera, en Cáceres o más
lejos, o te pondrás a trabajar; lo que elijas determinará tu vida, aunque no
necesariamente, todo dependerá si te va bien en el trabajo o en los estudios y
no la cagas en ninguno de los dos caminos.
Jesús
Bermejo Bermejo Madrid
2014
miércoles, 30 de abril de 2014
EL SUEÑO DEL ÁRABE
Esta
entrada se ha suprimido temporalmente para formar parte de una posterior
publicación.
Está
protegida con Copyright de acuerdo con lo establecido en el Real Decreto 1/1996
de 12 de abril, por el que se aprueba el texto refundido de la Ley de Propiedad
Intelectual y Ley 23/2006, de 7 de julio, por la que se modifica el texto
refundido de la Ley de Propiedad Intelectual.
Queda
prohibida la reproducción, distribución y comunicación con ánimo de lucro de
acuerdo con lo establecido en la presente ley.
jueves, 27 de marzo de 2014
HISTORIAS DE LA JARA (II)
Esta
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martes, 18 de febrero de 2014
VESPACIO: LA CUMBRE – SANTIAGO DE COMPOSTELA.
5º DÍA: LA MARAGATERÍA y EL BIERZO
Para Alberto, Patricia,
Alberto jr y Nerea
(la más leonesa).
- ¡¡ Te compro la vespa, te
compro la vespa!!- Ramiro lo dice
todo a voces ante el asombro de los extranjeros, con las mochilas a cuestas,
que van a sellar su peregrinaje. Ramiro regenta el “Bar Cowboy” en El Ganso
(León) <<¡¡de lo bueno, lo mejor!!>> vuelve a gritar; lo lleva
desde que vino de la legión, de aquella época cuando se emborrachaba y hacia
escapar al pueblo entero; ahora está más reformado, o al menos eso dice… un
peregrino alemán, con su acento “guiri”, le pregunta donde hay alguna fuente
para beber, <<¡¡no hay fuente, botella de agua, un euro!!>> y
sacude la botella, golpeándola contra una maravillosa barra de roble, a la vez
que, con los nudillos, destroza la chapa de las cámaras, sonriendo, porque sabe
que, justo al lado, hay una fuente de agua cristalina; ríe o al menos eso
pensamos, y revienta el espectáculo con chistes “machistas” ante la resignación
de Patricia y Noelia, volviendo a aporrear el metal de las cámaras, mirando al
horizonte, frunciendo el ceño, como si la luz de la portalona fuera un extraño
de mala ralea que llamase, incomoda, en busca de refugio.
Decididos a repetir lo de Zamora,
paramos el motor de la vespa en el antiguo establo de Alberto,
y junto a ella, reconducimos el tiempo en otras perspectivas, dispuestos a
empaparnos de esta tierra que nos atraía de una forma extraña, inexplicable,
como si reconociéramos, en cierto modo, una esencia ancestral; sentados,
tranquilos, en la armonía de los grandes bancos del Bar “Cowboy” o acodados en
su espectacular mostrador de roble, observando los aperos antiguos, sombreros y
demás cachivaches que adornan el techo y las paredes, como si estuviéramos en
La Cumbre, también, entre amigos, y el sol de la tarde convirtiendo nuestro
mundo en una franja rojiza agradable, rezumada en el deleite de poder analizar
el espacio, igual que el que otea un paisaje que solo le inspira sosiego y no
puede apartar la vista, contando los detalles que brincan en sus pupilas, como
los corzos por la parcheada carretera que comunica Astorga con Ponferrada;
pasando Rabanal del Camino, justo antes de llegar a Foncebadón y subir el
“Monte Irago”, donde la magia celta empieza a hechizar el ambiente y se
escuchan sus conjuros entre los robledales aledaños al pueblo, que duerme un
sueño fantasmagórico, tan solo perforado por las idas y venidas de los
peregrinos, campeando, curiosos por sus calle, azuzando los llanos donde se
alza una ruinosa espadaña, testigo del monasterio que, aquí, fundo el monje Gaucelmo, a finales del siglo XI, en
medio de la naturaleza salvaje, particular como los relatos embalsamados en lo
más profundo del corazón de esta tierra que, a duras penas, ha encontrado en el
milagro del Camino de Santiago, el sustento en el que sujetarse a la existencia
de un futuro con historia.
En efecto, el nombre del pueblo
alude a las fuentes del lugar. Foncebadón derivaría de Fuente de Abdón y,
durante años, fue un pueblo dormido, de calles oscuras, sin habitantes,
condenado a desaparecer y a que se desvaneciera el recuerdo de sus gentes,
cuyas voces surcaban los páramos, quejidos bajo madrugadas sin luna. Así se
quedó este lugar religioso, el punto más alto de la ruta jacobea entre la
Maragatería y el Bierzo. La emigración de los 60-70 lo destrozó como a tantas
zonas rurales, y la hierba empezó a abrazar sus calles mientras el musgo se
apoderaba de sus piedras y la carcoma hacia estragos en sus vigas.
Fue entonces cuando llegó Javi (nombre inventado a petición del
verdadero Javi), regente de la taberna Irago con su asombrosa historia, bajo
una crema de orujo y un conjuro contra las meigas que pudieran escuchar y aprovechar
la debilidad del narrador: Javi era un hombre de negocios que acababa de
enviudar, sus hijos estaban en el extranjero, uno estudiando en Estados Unidos
y otro, casado, trabajando y asentado en Alemania con su familia. Javi estaba
solo, tan solo, tan solo que sólo tenía dinero, apartamento de lujo en el centro
de Madrid (en pleno barrio de Salamanca), chalet en la sierra, casita en la
playa en Vera (Almería), una mini colección de coches de lujos (Duesenberg
Model J Coupe 1931, Ferrari 250 GT SWB California Spyder 1961, Toyota 2000GT
1967 y algunos más); viajes al extranjero, nadar entre delfines, vuelta al
mundo en globo,... y un sinfín de “caprichos” que hacían singular su propia
vida. Pero cuenta que, cuando enviudó, se quedó destrozado, no solo por la
terrible pérdida sino porque, en todos sus años de matrimonio, apenas había
convivido con su esposa, no había tenido vida familiar, carecía de la
experiencia de jugar con sus hijos. Quiso recuperar el tiempo perdido pero ya
era demasiado tarde, sus hijos habían perdido (o tal vez nunca lo tuvieron) el
anhelo de estar y vivir con su padre; como no había dado cariño en su vida, no
recibió ni una pizca de ese sentimiento vital. Un día se emborrachó en su
propio apartamento (ya lo hacía con frecuencia recorriendo las calles de Madrid
semitambaleandose), se metió en el jacuzzi y se quedó dormido, de repente oyó
un ruido en la calle, cuando fue a ver qué había pasado, debido a su estado, se
resbaló y cayó violentamente, golpeándose fuertemente en la cabeza; fue en ese
momento, en medio del inmenso cuarto de baño, con el sonido lujoso de las
burbujas del jacuzzi y el olor a sales aromáticas mezcladas con sangre, donde
quiso desaparecer, olvidarse, vivir de la tierra o padecer los tormentos de un
vagabundo. Pero no podía hacerlo sin más, aunque no mostraran por él afecto
ninguno, tenía familia lejos, su propia descendencia; así que puso en práctica
su plan de autodesaparición: primero vendió todas sus riquezas, sus inmuebles,
su colección de coches de lujo, ect y dividió lo recaudado en cuatro partes,
dos partes las envió, por separado, a cada uno de sus dos hijos; con la otra
puso en marcha una ONG, consistente en hacer negocio con ropa usada.
En el calor de la taberna de
Irago, bajo esencia celta, como los ingredientes de la pócima de un druida,
Javi desgrana su historia, se hace escuchar, movido por la crema de orujo o
porque al contarla, él mismo se desnuda y se vuelve a encontrar en el pasado.
La ONG se llamó “Arrópate”, consistía
en compra-venta de ropa usada, en una gran nave, la gente que quería deshacerse
de prendas de vestir la vendía a precio bajo o las donaba, a su vez, estas se
clasificaban en función de la calidad, si era buena se volvía a vender a un
precio más bajo, y si era mala, se reciclaba y el material se vendía a
industrias textiles que lo compraban a un precio, sorprendentemente, alto. El
caso es que los ingresos se quintuplicaron enseguida, designó a un equipo de
dirección y se abrieron varias naves más en las principales ciudades, todos los
derechos de propiedad se los traspaso a su hijo menor para que tuviera un gran
trabajo al acabar los estudios en EEUU, apartó un 25% de acciones para el mayor
y desapareció del panorama mientras grandes fortunas eran destinadas a la
creación de escuelas en Sudamérica, a la construcción de pozos en África y
numerosos proyectos solidarios más.
Desapareció y encontró refugio,
tras andar perdido solo con su mochila al menos 10 días, en Foncebadon; allí
compró el edificio de la escuela, a la entrada del pueblo y, durante el primer
año, no encontró más compañía que la de Ángel,
un pastor que, tras unos meses, le abandonó para irse a Barcelona a trabajar de
albañil. Al principio lo pasó mal, no sabía nada de agricultura ni de
ganadería, durante los meses de invierno apenas veía a nadie y en los meses de
verano, los peregrinos pasaban de largo por la carretera sin entrar siquiera en
el pueblo.
Una vez cayó una gran nevada y se
quedó aislado, malvivía calentándose al fuego alimentado de la madera carcomida
de las casas ruinosas aledañas; el hambre se hizo insufrible y cayó enfermo;
sin poder avivar el fuego, demacrado sobre un viejo colchón de muelle, parecía
que había llegado su fin, << quizá era mejor así>> pensó, ya que no
había sabido convivir con sus seres queridos, se merecía morir solo, enfermo,
deshaparrado sobre una vieja cama en una escuela por la que hacía más de 20
años que no asomaba ningún niño, mientras el cielo lloraba nieve y las noches
helaban las horas restantes, endureciendo de blanco el pavimento de su mortaja.
Entonces ocurrió el milagro, alguien, en medio de la madrugada, entró, al
principio creyó que era un espectro, un fantasma de los muchos que afirmaban
por los pueblos de alrededor que vagaban por Foncebadón, o la propia muerte
dispuesto a sesgar su agonía con su guadaña; pero no era ningún ser del otro
mundo, se trataba de Hanna, una
muchacha alemana, que atravesaba aquellos páramos en peregrinación a Santiago,
cuya nevada, y la noche, la había sorprendido en mitad de la jornada.
Javi nos cuenta que fue amor a
primera vista, lo cuidó y cuando se recuperó reformaron el edificio escolar,
Hanna era escultora y llevaba casi toda la vida dedicada a la cerámica, al
principio, se quedó hasta que nuestro ermitaño estuviera bien, luego lo ayudo a
terminar de instalarse y, hasta ahora, es su compañera, con la que no piensa
repetir sus errores pasados. Fue entonces cuando Javi decidió recurrir a su
habilidad, la única que se le daba realmente bien y que había sido, a la vez,
su condena: los negocios. Con el dinero que le quedaba montó la taberna “Irago”,
fiel al pasado de Foncebadón, decorándola con motivos medievales y célticos; la
montó para salir del paso y tener lo justo y suficiente para vivir, pero, algo
dentro de él, sabía que no iba a ser así; la taberna y albergue se convirtió en
un éxito, ahora todos los peregrinos, que antes pasaban de largo, quieren hacer
noche allí y los beneficios se han multiplicado. Parte de ese dinero sobrante
lo ha invertido en adecentar el resto del pueblo pero, aun así, según él, los
beneficios superan sus expectativas.
A nosotros no deja de
sorprendernos su peculiar “maldición”, Javi es un “rey midas” para los negocios
y no tiene ningún problema en vaciar con nosotros una garrafa de crema de
orujo, fabricación propia. Como, anteriormente hizo Gaucelmo, lleva varios años
con su albergue y taberna, un negocio, desde 1999, que es un canto a su forma
de entender la vida, adornado con muebles de peral, tejados de paja y pizarra…
hasta el cierre exterior de madera lleva su firma artesana.
-¿no volviste a saber de Ángel?-
pregunté alucinado con la historia.
- Si, bueno, era un hombre
bastante taciturno, no sé gran cosa, que está en Barcelona, que anda de aquí
para allá, en fin, le propuse que se viniera aquí y se emplease conmigo pero no
quiso, hubiera estado bien que hubiera vuelto, al fin y al cabo es el hijo de
la señora María.
- ¿Y quién es la señora María?-
preguntamos al unísono.
- Jajajajaja- Javi se ríe- la
señora María es la auténtica protagonista de este pueblo, este será un pueblo
sin habitantes pero con muchas historias jajajaja.
Y, como encadenado a su propio
testimonio, comienza a narrar la leyenda de María, que era la única habitante,
junto con su hijo Ángel, de Foncebadón años antes de la llegada de Javi, montañesa,
menuda y un poco huraña; vivía sola entre las ruinas de lo que fue su pueblo,
bajo la espesa hierba que ocultaba su esplendor en el devenir de los días, en
el umbral de las nevadas y ventiscas que casi la aislaban del mundo; pero eso a
ella le importaba un rábano ya que podría llevar más de 20 años solitaria, observando
el silencio del paisaje y el envejecer de las piedras.
Un día recibió una carta del
Obispado de Astorga comunicándola que iban a retirar las campanas de la iglesia
del pueblo, puesto que ya no tenía habitantes y no se oficiaban misas ni demás
ceremonias en décadas. Con la carta, nuestra montaraz hizo el fuego aquella
tarde y así quedó el asunto. El día señalado para el traslado de las campanas
una expedición, integrada por dos curas, seis obreros y cuatro guardias
civiles, avasalló el pueblo dispuestos a cumplir su cometido. Su sorpresa fue mayúscula
cuando empezaron a llover piedras y palos desde el campanario; decidida a
defender lo que es suyo, María recibió a la comitiva, desde el tejado de la
iglesia y de esa manera, diciéndoles que para llevarse las campanas antes
tendrían que matarla.
-Pero no se da cuenta, buena
mujer, que las campanas ya no sirven de nada aquí- argumentó uno de los
sacerdotes.
- Me sirven a mí por si me pongo
enferma o me quedo aislada y tengo que avisar ¡¡largaos de aquí!!- dictaminaba
María.
- Venga señora bájese de ahí que
esto no tiene sentido- bramaba un guardia civil.
- Además una de las campanas no
tiene badajo- justificaba otro cura.
- ¡¡Pues te corto el tuyo y se lo
pongo a la campana, pajarraco!!- enloquecía la montañera.
Y toda la expedición se tuvo que
esconder donde aguardaba Ángel, el hijo, sentado en una piedra, resignado y
familiarizado con la actitud de su madre.
-
Pero haga usted algo por el amor de Dios,
intente convencerla, que entre en razón- casi suplicaba el religioso.
-
Mire usted, señor cura, a mí las campanas
ni me llaman ni me dejan de llamar, por mi pueden ustedes llevárselas sin
problemas. Pero si mi madre no quiere que se las lleven sus razones tiene y,
créanme, no hay manera de convencerla de lo contrario… así que ya lo he dicho,
las campanas me dan igual pero que nadie toque a mi madre porque agarro la
escopeta y la lio.
María preconizaba a veces que,
tras su muerte, Foncebadón se moriría del todo, enfermo de silencio, oxidado
sus huesos bajo el olvido de sus historias; y así hubiese sido sino hubiera
aparecido un vagabundo dotado con un extraño don que huía de él mismo, Javi,
que no se llama así, narrador en la tarde leonesa bajo el encanto de su taberna
celta en un pueblo que estuvo a punto de desaparecer, un lugar donde sus
ancestros duermen tranquilos el sueño de los justos porque el tañer de sus
campanas les devuelve, todavía hoy, la melodía de su existencia, recorriendo el
sonido la senda de estos parajes sagrados.
Al día siguiente fuimos a visitar
una herrería medieval que sigue funcionando, en el pueblo de Compludo. Contra
todo pronóstico (o contra nuestra creencia y costumbre más bien), llovió en
pleno agosto, y no estaba de más una cazadora o un polar fino. Por escarpadas
carreteras, descendemos valles envueltos en hojas, guarecidos de recuerdos
cuyos riscos engalanan las vistas. Robledales y alisos que esconden los
pueblos, a los que se acceden por diminutos senderos, recientemente asfaltados,
donde las sombras se alargan avaladas por el propio paisaje.
Compludo se viste de flores entre
pizarras, con restaurantes típicos maragatos y alguna que otra casa rural para
deleitarse del desestresante ambiente que se respira. Aparcamos el coche de
Alberto justo al lado de la Iglesia de San Justo y San Pastor, que guarda la
arquitectura típica de la zona, limando asperezas con la comarca vecina de El Bierzo. Por un camino adornado de
castaños bajamos a un riachuelo por el que, siguiendo las señales, advirtiendo la
humedad del aire, llegamos a la famosa herrería.
Esta, la herrería, es el único
monumento que todavía funciona desde que se instalaran los monjes de San Fructuoso de Braga en este
tranquilo valle, allá por el siglo VII, constituyendo la primera fundación
monástica berciana; quizá, por estos monjes y por el obispo Fructuoso la
iglesia se llame San Justo y San Pastor y el pueblo Compludo: estos santos
sufrieron martirio en Complutum, lo que ahora es Alcalá de Henares, y quizá una
cosa lleva a la otra.
Cobijada entre macizos pétreos y
bautizada continuamente mediante un ingenioso aprovechamiento hidráulico, el
edificio recibe el asombro y la satisfacción de sus visitantes. Mientras
recorremos sus instalaciones y quedamos embelesados con el entorno, no puedo
evitar acordarme de los molinos de La Cumbre, abandonados a su suerte,
despojados de utilidad y protección, por mucho cariño que les profesemos, sus
ventanas se abren al Gibranzos en una comunicación ancestral cuyas palabras ya
no salen de sus rosneras y las pizarras yacen desparramadas y semienterradas
por el campo. El mecanismo de la herrería es rudimentario pero preciso y
lógico: unas aspas se impulsan por el agua, girando alrededor de un eje de
levas que se sustenta en una gran viga de nogal, con dientes en un extremo;
esta actúa de palanca para el martillo pilón, el cual, a su vez, golpea sobre
el yunque donde se trabaja el material. Con todo esto, el caudal de las aguas
son canalizadas para regular la velocidad de golpeo deseada y para que, con
fuerza, provoque una corriente de aire que avive el fuego de la fragua.
Llueve afuera y el cielo torna, aún
más grises, a las piedras. El destino hace que descubriéramos una carretera
recién asfaltada, ajena al trayecto turístico, bajamos para volver a subir,
esquivamos los acebos y el viento saluda nuestro tránsito; allí está, al final
del camino, no queda nada más, Carracedo de Compludo, un pueblo donde viven
menos de 10 habitantes y estuvo deshabitado algunas décadas atrás. Comprendí
entonces nuestra fascinación por el lugar, como aquellos indianos que emigraron
hacia América cuyos bisnietos regresan al principio de sus orígenes, así me
sentí yo. El pueblo no tiene plaza pero tiene el árbol de morera con los frutos
más exquisitos que haya probado jamás; la iglesia, cerrada ahora, estuvo
sometida al expolio y al bandidaje continuo; desde allí, el campanario ofrece,
sin lugar a dudas, la mejor vista en el tiempo detenido, rasgado sobre el
movimiento de las copas de los árboles, plasmado en el brillo de los tejados
que emergen en la soledad como setas cobijadas entre raíces y hojarasca; que gusto
da escuchar el mundo, pienso mientras observo, con asombro, una bicicleta
antigua de muchos colores, a quien la herrumbre ha empezado a devorar su cuerpo…¡qué
lugar! ni siquiera puedes pasear por sus calles porque no hay calles, solo
trazos convertidos en viviendas que lloran frente a los muros derruidos de las
casas vecinas y donde la madera se oscurece, atreviéndose a luchar contra las
inclemencias temporales. Solo en estos lugares te das cuenta de las nimiedades
de la vida, hay que llegar a ellos para darse cuenta de ciertas cosas, quizá
eso sea el verdadero sentido del peregrinaje; a lo mejor realizas un viaje de
miles de kilómetros y no encuentras nada, pero te sumerges en la espesura de
estos valles y das con la solución; como si el paraíso, la búsqueda del ser, el
verdadero correo donde se afanan los sentimientos, estuviera al lado, y solo en
estos lugares eres capaz de verlo, ajustar tus pupilas para que el cristal sea
traslúcido y se explaye, sobre ti, la armonía de tu alma, que andaba
extraviada.
Por la tarde, camino de El Ganso,
con Alberto, guía, Patricia y Alberto
hijo, torcemos por un sendero que conduce a un parque eólico, allí la
altitud ofrece un paisaje portentoso; el sol cae lentamente sobre los montes,
acicalando el horizonte, mientras contemplamos el lento oscurecer del monte
Teleno, a la izquierda, donde los romanos erigieron altar al dios “Tilenus”,
cumbre de 2.180 metros que germinó del rayo divino; el Puerto del Manzanal, a
la derecha, se abre ante nosotros en un juego de luces, con los coches, diminutas
hormigas, por la carretera Madrid-A Coruña, recorriendo el valle del Bierzo y
el imponente sistema montañoso que separa, como un hermano celoso, la adusta
meseta de Galicia.
A pesar de que tenemos una ruta
pendiente, insistimos en observar la majestuosidad que se abre a nuestro
alrededor, a la vez que el mecanismo rutinario de los molinos de viento rompe
el equilibrio de sombras que se han cernido sobre el vasto territorio desde el
origen más remoto.
Bajamos por un camino apretado
de alisos hasta el “charco de las hoyas” (imposible no compararlo con nuestro
“chaco la olla”), hasta abordar un reguero de álamos en la vereda de un
riachuelo que nos conduce hasta los restos de la iglesia de Poibueno, otro de
los pueblos abandonados cuyo centro religioso y los muros desplomados de sus
casas son el epítome de una existencia, no tan lejana. De la antigua parroquia
apenas quedan los restos del coro provisto de una puerta con arco de medio
punto vislumbrando el pardo de las pizarras entre el follaje. Allí, en una
escena de cuento de hadas, quedamos sorprendidos cuando un hombre de barba y
pelo largo, vestido con ropas parecidas a las de un indio americano, continúa el
sendero, callado, con aperos de labranza sobre su hombro. Decidimos seguirle
por la senda salpicada de escobas verificando nuestras sospechas, en
parte culpa de Alberto que ya nos había advertido lo que nos encontraríamos;
antes de llegar a Matavenero, arboles pintados con colores vivos y tipis en sus
copas delatan la renovación de este pueblo, convertido en “ecoaldea” o, como lo
llaman en los lugares vecinos: “hogar de hippies”.
Matavenero, o Mataveneiro, fue
localidad dependiente del municipio de Torre del Bierzo y a finales de los años
60 quedó deshabitado, hundiéndose su recuerdo en la profundidad de estos valles
bercianos, hasta que, en 1989, un grupo de personas crearon en él una junta
vecinal, conformando la nueva población bajo la estructura de aldea ecológica.
El origen de sus ideas y su forma de vida viene determinada por el movimiento
Rainbow: contracultural, libertario y pacifista; cuyos discípulos son los,
conocidos y, muchas veces incomprendidos, hippies.
De una forma pausada, mezclando
pensamientos suspendidos en la bóveda de madera del único bar, nos explicaba Kjetil, un noruego que fue uno de los
fundadores neo-pobladores del nuevo Matavenero, los problemas y la ilusión con
la que comenzaron.
Recurriendo a métodos primitivos,
el agua potable es suministrada por arroyos de montaña y la luz a través de
paneles solares.
Pasado el tiempo, la población
creció, se crearon negocios artesanales y agrícolas cuyos productos se
comercian en ferias y mercados de poblaciones colindantes, principalmente
Ponferrada y Astorga.
El pueblo dispone de panadería,
bar, restaurante, escuela (que llaman “escuela libre”) donde hay más de 30
niños; una tienda, un centro común destinado a reuniones y asambleas; yurta de
artesanía; hasta un Dome, que se alza como una cúpula multicolor despuntado en
la distancia, donde se llevan a cabo
encuentros y actividades de lo más variopintas.
Creamos o no lo que nos cuenta
Kjetil y veamos, un poco dolidos para no engañarnos, la nueva confección y
estructura de vida de este lugar; lo cierto es que (la historia no deja de
sorprendernos), estas personas tienen atada allí su propia trenza de entender
el día a día, auspiciado por la entrega total a la madre tierra y a las
fuerzas, de distinto orden, que ejercen su círculo de fuego sobre todos
nosotros al experimentar este tipo de convivencia, en un valle perdido al que
se accede por una, casi intransitable, vereda o por una pista sin asfaltar,
recientemente acondicionada para acceder a los molinos de un parque eólico,
cuyas aspas remueven los nuevos tiempos, agitando las pinturas pregoneras de
pensamientos distintos y verdaderos, que cicatrizan sus heridas con melisa, ortiga,
caléndula y tomillo.
Ramiro cierra puntualmente a las
doce de la noche, comprometidos con él para una nueva visita después de cenar,
el paladar nos supo a gloria con los chichos y unas deliciosas hamburguesas
doradas al fuego alimentado con leña de manzano. Apenas dejamos hueco para la
cecina, <<complemento que nos causará deleite cuando la almorcemos
mañana, camino de Ponferrada>>, decía yo; <<¿mañana?, de eso nada,
mañana comemos “botillo” y pasamos el día en El Ganso, para que descanséis de
la “paliza” de hoy y continuéis a gusto al día siguiente>> zanjaron
Alberto y Patricia sin otorgar la posibilidad de negociar su decisión por
nuestra parte.
El café nocturno en el “Cowboy”
bajo el silencio corrompido por el transformador antiguo del bar y las “lecciones
morales” de Ramiro otorga un sabor enigmático a la velada, cargada de historias
y risas, boicoteada, de vez en cuando, por las voces de nuestro anfitrión,
quien se remonta, como suele hacerse en estas tertulias, los años atrás, cuando
sus primeros ligues pueblerinos en “el fontanal” o su diversión nocturna
cazando jabalíes entre los pinares cercanos, o su sempiterna misoginia
aderezada de lujuria, << ¿¡unas copas?!>>, <<pues no sé,
vamos a acostarnos pronto y…>>, <<¡¡no, unas copas!!, ¡así te
emborracho y me quedo con la vespa, jajajaja!>>.
El pueblo está dormido pese a ser
un poco más tarde de las doce de la noche, una línea de farolas esparcidas arrebatan
a la oscuridad su razón, con dos brazos que le otorgan un aspecto de cruz latina
iluminada. La vuelta al término municipal no nos da para más de 10 minutos,
andando muy despacio y atendiendo al pequeño Alberto corretear y subirse a los
escalones del crucero de madera en lo que, podríamos llamar, la plaza; o
quedarse sorprendido del tablero granítico donde fecundan los huecos del famoso
juego de los “bolos maragatos” al pie de la antigua escuela, edificio del que
se cree que estuvo el antiguo hospital de peregrinos, allá por el siglo XIII,
hoy es un recinto que suspira vacío a través de la claridad que entra por sus
cristales.
Gracias a este hospital, El Ganso
ha sabido sobresalir a pesar de su, siempre, escasa población, de la condena al
olvido que sufren muchas zonas rurales; referencias históricas desatan las
crónicas hacia este hospital en varios documentos que citan entre sus líneas el
territorio de Cassum, próximo al pueblo, donde se han encontrado vestigios de
época romana entre sus cimientos rectangulares y donde ya se palpaba las luchas
internas de los pueblos de alrededor por delimitar el territorio de cada uno.
Pero al preguntar, al día
siguiente, a los gansinos/as, nadie nos sabe hablar de los orígenes de su
pueblo; nadie lo explica muy bien aunque, de lo que dicen unos y otros, enlazo
mi propia conclusión. Lo cierto es que la cultura popular habla de que “allí se
guardaban los patos de la Sra. Marquesa”; al preguntar que marquesa, de nuevo, incógnita.
Para colmo, Ramiro lo acaba de rematar <<¡¡Pero es que tú no sabes que
esto es el Camino de Santiago!!, ¡esto es como el juego de la oca, con sus casillas
de trampa, sus atajos y sus casillas de oca!, ¡¡por eso se llama así este
pueblo!! ¡Aquí se está a salvo de los peligros del camino!, bueno, depende,
porque el otro día le dije a una peregrina que se viniera a mi casa y si
hubiera dicho que sí hubiera sido una trampa ¡¡mortal!! Jajaja>>.
Ahora que lo dice, si es posible
que el camino pueda asemejarse con un gran juego de la oca, con sus visitas
obligadas, posadas, puentes, sus lugares encantadores, las casillas trampa y
demás infortunios que aparecen en el peregrinaje. Pero, esta similitud nos
descuadra un poco de los orígenes de El Ganso, menos mal que, al visitar la
iglesia, la mujer que tiene las llaves (se nos olvida preguntarle el nombre)
desempolva un recorte periodístico y arroja algo de luz a la esperpéntica
afirmación de Ramiro.
Detenidos en el tiempo, la bóveda
eclesial evidencia la compostura de iglesias maragatas con su peculiar espadaña,
campanario pétreo incrustado a los pies del coro donde nos llama la atención el
acristalamiento de una cruz templaria y un esquilón gracioso, confeccionado con
una hilera de campanitas haciendo un circulo.
El escrito redacta la doración
por parte de Juan Antonio de Arrojo
del retablo mayor y los colaterales del Ángel de la Guarda y San Benito; y la
construcción del portal, a la salida poniente del pueblo. También nos habla,
del vasallaje de este territorio a los Marqueses de Astorga y la dependencia
del lugar al señorío de Turienzo de los caballeros, evidenciando el poblamiento,
dedicado a la ganadería y labranza, antes de entrar en los bosques y acceder a
las montañas del Bierzo.
Este parece ser el origen de El
Ganso, un pueblo originado por las familias que se asentaron para civilizar el
camino hacia Santiago de Compostela, cuyos peregrinos encontraban cobijo en un
antiguo hospital, que luego fue escuela; y donde los Marqueses de Astorga
tuvieron tierras, ganados y no sabemos si ocas, que dieron lugar a la leyenda de
los patos de la marquesa, cruzando la antigua carretera por la que, al día
siguiente, esta vez sí, continuamos viaje mientras el sol de agosto bate sus
rayos sobre los montes y valles, donde los hippies viven, un poco, al margen del
mundo; y las aspas de los molinos cercanos escarban en el bosque surcado por
jabalíes y corzos que beben del riachuelo, la misma corriente que sirve de
combustible principal para que una herrería medieval siga vigente en el
silencio de las calles, enhebradas de vegetación, de Carracedo de Compludo, donde
es posible encontrar la estabilidad que conduce la razón del ser; la misma que
encontró Javi en su taberna de Foncebadón, cuyas campanas, eternamente
inmóviles, repican la victoria para todos aquellos que buscamos algo verdadero
en el andar de la vida.
Jesús Bermejo Bermejo El
Ganso (León) Agosto de 2011.
Glosario:
·
Tipis: es una tienda cónica, originalmente hecha de pieles de
animales como el bisonte y popularizada por los pueblos indígenas de los
Estados Unidos de las Grandes Llanuras, pero también han sido construidos y
habitados en otras partes geográficas.
·
Yurta: es una tienda de campaña utilizada por los nómadas en las
estepas de Asia Central. Distintos pueblos han usado este tipo de vivienda
desde la Edad Media. En la antigüedad, la yurta era modular y desmontable, pues
estaba formada por varias partes y realizada con diversos materiales. Las
actuales conservan la forma, pero los materiales utilizados en su construcción
se han cambiado por otros más evolucionados y mejorados tecnológicamente.
·
Dome: Estructura de forma cóncava o de cúpula de gran tamaño.
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