sábado, 25 de abril de 2020

CUARENTA EN CUARENTENA


A la generación nacida en 1980,
por todos los desafíos superados.



Lo bueno de mi generación es que siempre ha ido por ese acervo matemático que promulga el tiempo. Esas múltiples ecuaciones se han ido formulando y resolviendo con nuestro paso por los años y, de esa manera, siempre teníamos la edad apropiada en el momento adecuado. Por eso, (a lo mejor es cosa mía), solo puedo decir que ¡Somos especiales!

1980 fue, como este, un año bisiesto, pensar en ese año es imaginar la “movida madrileña” pero esta sobrevendría, de súbito, más tarde; apenas se estaba gestando cuando los restos de Alfonso XIII volvían a España y la película “El Crimen de Cuenca” se estrenaba y se censuraba a partes iguales, con su directora, Pilar Miró, juzgada por un Tribunal Militar.

Y es que todavía los/as españoles/as estábamos a “medio hacer” en el sentido democrático. Y esa expresión me recuerda a aquellas felicitaciones que recibía cuando era pequeño.

 Porque cuando se tienen abuelas y eres un niño emigrante, la mejor forma de felicitarte y mantener una conversación por teléfono era contarte la historia de tu nacimiento. Esa primera aventura de tu vida narrada cada natalicio, siempre en el mismo tono, desde La Cumbre a San Fernando (Cádiz) y, después Montehermoso, a través de la línea telefónica por la que viajaban, también, el sonido de esos besos repetidos que tanto ha puesto de moda, recientemente, Pedro Almodóvar con sus películas. 
Y en ese momento en el que me sentía el protagonista absoluto del salón, con el “aparato” al oído, escuchaba a mi abuelas Piedad y Josefa detallarme que mi madre quiso que fuera extremeño y parirme en su tierra que, también, iba a ser la mía para siempre; que todo el mundo estaba tranquilo, pues presuponían que iba a ser géminis e iba a nacer un 25 de mayo pero quise ser tauro y romper aguas un 24 de abril; que, con ocho meses, cuando salí al mundo, tenía las carnes “rositas” y las orejas “tiernas” como a “mediohacer”… como España, pienso ahora, que se abría a la Transición, a la Democracia y a la Libertad.



Desde entonces hemos crecido en el acerado de los acontecimientos sucesivos y en el resplandor del futuro que se abría en nuestras manos.

En el 81, fuimos esos bebés despreocupados cuando nuestros padres (aquellos idealistas) atendían cabizbajos a la radio un 23 de febrero, con las persianas bajadas, a un nuevo Golpe de Estado (por suerte fallido).

Aprendimos a dibujar y colorear las Comunidades Autónomas. Eramos párvulos que asistíamos a la promulgación de sus Estatutos, aquellas normas institucionales que depararían  mayores logros y progresos en los territorios que llevaban siglos desmadejados.

Con la “Bruja Avería” y los “Electroduendes” en nuestros desayunos, salíamos a la calle y adornábamos nuestras bicicletas con pegatinas azules y estrellas amarillas en círculos. Toda la estructura europea se alzaba para abrazar al país que, a su vez, clamaba a gritos modernidad y expansión. De esto nos dimos cuenta más tarde cuando observamos, por la tele, cómo la gente rompía a mazazo limpio el último muro de la discordia (1989).

Nos divertíamos con los juegos de siempre en la plaza: jugar a cuco, a bombilla, a “torito en alto”, al bote,… fue siempre una algarabía tradicional en las noches, al grito de “¡tufa!”; no teníamos a nadie que nos lo organizara y nos bastábamos para ingeniárnosla, hasta para hacer obras de teatro o contar historias de miedo confeccionadas por nosotros/as mismo/as… y, a la vez, empezamos a disfrutar de aquellos juegos en pantalla al tener una videoconsola como regalos de comunión y cumpleaños; aunque a nosotros/as nos gustaba más echar cinco duros a las máquinas de Naya, Rafa o “an cá” Sixto.

Hicimos la E.G.B y cursamos B.U.P pero tuvimos que correr porque la E.S.O nos pisaba los talones. Estudiamos latín, griego y los clásicos (también en eso fuimos los últimos); y muchos/as nos detuvimos a pensar lo que realmente querían decir los filósofos Nietzsche, Kant, Marx o Platón.  

Hemos sido los que cerramos el baile tradicional para siempre pues, en ferias, pedíamos bailar a las chicas y “aguantábamos” el pasodoble agarrados y satisfechos por su “sí”. Los más valientes se atrevían con las rumbas y todo era un desafío de miradas y olores a perfume y colonias mezclados con las sensaciones de quienes dejaban atrás la niñez.

Tuvimos doce años en 1992, no podía ser de otra manera y no podíamos tener mejores ojos para una Exposición Universal (la Expo de Sevilla) y unos Juegos Olímpicos (los de Barcelona) donde todo relucía novedoso y el país se iba enfilando hacia un nuevo siglo; aunque al llegar al pueblo, ese verano, no tuviéramos piscina (por la sequía) y la necesidad e imprudencia nos convirtiera en improvisados “ingenieros de charcos y ríos”.

Fuimos los últimos “quintos”. Nos tallamos una tarde noche de noviembre en el antiguo Consultorio médico, nos fumamos un cigarro en el portalón del Corral Concejo (que ya no existe) y nos fuimos al “Cano” a bebernos unos Dyc con naranja para celebrarlo. Pero nadie nos aupó a hombros en la silla “trajeaos” una mañana de carnavales y algunos se fueron a hacer la mili, o se convirtieron en objetores de conciencia haciendo horas solidarias en el Centro Social y otros, como yo, nos hartamos de pedir prórrogas de estudio hasta que la patria se cansó y nos llamó a filas; ya íbamos haciendo el “petate” cuando, de repente, quitaron el servicio militar obligatorio. Supongo que será de esa manera como algo cotidiano deja de ser actual para convertirse en tradición a recordar.

Los noventa nos engulló con la adolescencia efervesciendo sobre la última moda establecida y tuvimos 20 en el 2000. La ecuación volvía a resolverse satisfactoriamente. Somos especiales, ya lo he dicho, la edad del nuevo milenio era la nuestra y el futuro se depositaba en nosotros como una apuesta segura: una generación nueva con fuertes raíces en el siglo pasado. Pero no éramos conscientes y quisimos permitirnos el lujo de ser “pasotas” aunque el mundo no nos tenía preparado ese “papel”. De eso nos dimos cuenta un 11 de Septiembre de 2001 cuando dos aviones se estrellaron en toda nuestra pubertad.

Los que fuimos universitarios disfrutamos con los últimos años dorados del Cáceres de la movida, con los botellones atestado de gente en la plaza y “la Madrila” proyectando ruido. Algunos incluso estábamos en la plaza de Albatros en el año 2002 cuando se quemaron contenedores en protesta porque se acababa, para siempre, la fiesta y Cáceres volvía a ser “la ciudad feliz”.

Durante esos años, estudiamos y trabajamos (algunos a la inversa) y celebramos los 30 por todo lo alto (2010: 2+1=3 y 0). Esa década la sobrellevamos de la forma en la que todos van descubriendo como cada semana vas dejando algo de lo que has sido atrás. Algunos, los muchos, tuvimos que emigrar y nos convertimos en la “gran generación” a la que le correspondía transmitir el orgullo de sus paisanos y de su tierra fuera; y mostramos altivez, por primera vez, al descubrir que a los extremeños nos tienen por trabajadores, honrados y "buena gente".

Siempre solemos meditar el paso de los días,  los años, el tiempo que va recogiendo promesas de futuro y hechos presentes. El tono de las sorpresas llegar y la nomenclatura de los recuerdos hilvanar los sucesos que se te aparecen en el camino. Vivir experiencias y fechas en las que vamos mezclándonos con los demás,  sabiendo que somos especiales, que nuestros números se alinean entorno al devenir de los acontecimientos.

Por eso, como poseídos por un hechizo matemático,  mi generación cumple “cuarenta en cuarentena”. No nos bastaba con la difícil tarea de buscar a todos/as los/as quintos para la “cena de los 40” y la típica foto en el rollo con camisetas para la ocasión. No podíamos ser como las otras generaciones que se arriman al mundo sin importarles que los algoritmos no despejen la incógnita exacta.

Ahora es cuando dejo que esta reflexión se traslade a los ochenteros que son médicos, enfermeras, sanitarios, policías, bomberos, soldados, reponedores, cajeros, empleados (públicos o privados), maestros, cuidadores, trabajadores de todos los sectores… papás y mamás, hijos e hijas que resisten día a día y hora a hora la embestida de esta pandemia. Que han soplado las velas en los diversos escenarios que pueden plantearse en esta guerra o en la infinita intimidad de sus casas con una pantalla ajustada  donde sus familiares intentan absorber los momentos que, inevitablemente, se están perdiendo. Todos con la esperanza de volver a abrazar las cosas buenas que hemos dejado atrás en este mundo.
 Solo deseo que la ecuación sea satisfactoria para todos y todas.



Jesús Bermejo Bermejo, La Cumbre 24 de abril de 2020 (con Cuarenta en Cuarentena)







Nota: téngase en cuenta el uso generalizado  del masculino que dicta la RAE para referirse por igual a todos y a todas.

miércoles, 15 de abril de 2020

CONFINADO


Unos versos en cuaresma
me despiertan de lo que soy,
en medio de una siesta de inertes
horas, donde solo se escucha el péndulo
de un reloj también dormido.

No hay senderos para pedalear
ni formas que dar al paraíso,
solo la casa donde el espacio
precede al encuentro.

A pesar de todo, en la entrada,
las flores blancas del jazmín
se rebelan de fragancias
dispuestas a no declinar el tiempo
que vivimos, a seguir meciéndose al sol
de la tarde, a franquear murallas
invisibles que ni nosotros podemos ver.

Es en el silencio donde no estamos cómodos,
uno quisiera que esta avalancha de puertas cerradas
fuera fugaz en las salas de espera
de quienes quisieran volver;
me gustaría que todos los refugios
tuvieran ese manto mágico
que les suponemos a los lugares sagrados.

Confinado y acuartelado de libros,
reviso cartas, notas, emails y audios de colegio;
no imagino el mundo si su vuelo,
me atrevería a decir que el aire está más limpio
y la tierra procura germinar el fruto
de quien anuncia el paso de los días.

No soy quien para disertar sobre esta incertidumbre,
abro los ojos en el patio donde mi rastro se repite
en medio de elucubraciones que se antojan absurdas
si las comparamos con la actitud
de quienes están en primera línea;
solo puedo no contribuir a la verborrea sin sentido
que manchan las redes sociales, agolpadas
con sed de asedios que solo conducen a la impotencia.

A través de la ventana o en el pequeño balcón
aplaudimos al aire contemplando el anonimato
de nuestro gesto, como despidiéndonos de otro día
en el que la calma parte de nuestras miradas
hacia el silencio de las calles,
donde solo se escucha el péndulo
de un reloj, también dormido.



Jesús Bermejo Bermejo. La Cumbre, 10 de abril de 2020.







jueves, 9 de abril de 2020

TUNDRA


Camino abajo, entre el espacio sin senderos que custodian los sedimentos de cuarcitas, había dejado a la yegua en el prado de Tío Martín. Mientras el animal arrancaba de la tierra bocanadas de hierba yo trataba de arrancar, a su vez, el Suzuki Jimmy  que se había quedado frío de la helada. “Tundra” no paraba de jadear. Arriba se habían quedado “Peluso” y “Extremeña” custodiando el ganado. Otra noche ganada al lobo, otra victoria de la luz sobre las sombras. Pero “Tundra” no lloraba por dejar el monte; desde el 13 de marzo lo llevábamos haciendo para ir desde Argenzo, 89 almas, a Rio Luz, 56 habitantes, y Otero de San Fidel, con 38. A la perra no le gustaba que bajase solo al valle, era la única vez que se separaba de las vacas; a veces olfateaba el ambiente y miraba a la sierra y al cargamento que transportaba en el remolque. Más adelante, las veredas se ensanchaban y el humo silencioso de las ventanas encendidas del pueblo clareaba la espera de sus moradores. Los ojillos pardos de “Tundra” no paraban de avizorar en zigzag por la única calle; hice lo correcto y me puse la mascarilla y los guantes. Detrás, el ensanche de esta vía, cuyo cemento estaba vencido de años, se había convertido en la plaza de Rio Luz y en el punto de encuentro de Marcial “el Tomate”, Crescencia “la Molinera”, Maider “la Vasca” y una cuarentena de vecinos que, separados a más de dos metros, se iban turnando para que les entregara los encargos del pasado jueves.

-          Decirle a Tomas el de la panadería que me aparte cuatro hogazas para Otero, ¿ha pasado alguien por aquí?- pregunté a Juan, el mayor de todos, que hace las veces de alcalde.

Un ligero ladeo de cabeza y la sonrisa por el paquete anhelado eran las palabras que esperaba. Miguelito se puso a jugar con “Tundra” hasta que la reprimenda de su madre truncó la única risa en el ambiente.

-          Todavía habrá más confinamiento ¿verdad?- me preguntó Hortensia.
-          Dicen que hasta el 26 de abril pero “la cosa” se alargará más, ¡el jueves vengo otra vez! ¿tengo todas las notas con los “recaos”?

<<Cuídate mucho; recuerdos a los de Otero; a ver si se acaba esto…>> las frases se agolpaban en aquella plaza de un pueblo de la España vacía que parecía revivir tiempos inciertos del pasado. Al subir, de nuevo, las montañas, las curvas del río Ardáligas me hicieron virar el volante y la perra gimoteaba mareada. Sobre el salpicadero del Suzuki se mezclaba el polvo, crotales de las vacas, cartuchos de la escopeta, una campanilla vieja sin badajo y, bailando al compás de los baches, una caperuza cetrera de halcón con una pluma remera de buitre.

-          Tranquila “Tundra”- dije palpando el lomo del mastín- dos curvas más y llegamos.

Dicen los entendidos que en Otero existe una pila bautismal en la Iglesia que era de cuando se bautizaba por inmersión y que la trajeron de un monasterio de Galicia. A mí lo que me gusta es la torre de madera que tiene el antiguo ayuntamiento y ese cartel a la entrada que pone “Nitrato de Chile”. Allí si hay una plaza con una fuente de piedra con cuatro chorros y una casa señorial con soportales donde se habían distribuidos los vecinos para que les repartiera lo que me habían anotado.

-          ¡Me has traído eso!- Nicolás “el maragato” se coló de todos y me miró con ojos suplicantes.

Le hice la señal de silencio y le di cuatro “litronas” envueltas en bolsas de supermercado. Los niños de María se habían puesto muy contentos con la tablet para poder seguir las clases, aunque tuvieran que subirse al repetidor a buscar cobertura. La comida estaba envuelta en papel de periódico o en cartón, las bolsas no abundaban.

-          Para que luego nos digan que tiramos plástico, ¡si no tenemos!, ¿este es el tinte?- le digo a Pilar.
-          Si- musitó con la cabeza tímida- llévale esto a la de “Reguera” anda.

La carretera acababa a dos kilómetros de llegar al último pueblo. La tarde parpadeaba grisácea y las zarzas que limpié hace tres semanas no se atrevían a invadir, de nuevo, el camino. Solo había una lámpara encendida con una bombilla desnuda en la primera casa. La mujer se llamaba Inés y presentaba un aspecto asilvestrado al que, sin embargo, estoy acostumbrado; sus pelos rubios se retorcían enmarañados y contrastaban con las arrugas y su tez morena. Ese aspecto de ermitaña hace que “Tundra” siempre la ladre.

-          Aquí tiene el encargo señora Inés, y estos tomates son de su hija Pilar que me los acaba de dar… ¿tiene todas la medicinas, quiere que le traiga algo de la farmacia?
-          No hijo, con esto me vale ¿hasta el jueves no?

Asentí con la cabeza y, con la nota nueva, volví al coche. Sabía que tenía ganas de conversación y que, en otras circunstancias, incluso hubiera cenado en su casa; pero, en la inmensidad de la sierra, con el viento arrastrando una nueva noche; intentaba cumplir las normas de quienes, muchas veces, no han querido nunca observar.

-          ¿Y ese “ganao”? ay esas vaquitas en el monte sin que estés allí, al aguardo, por si viene el lobo... ay si no estuvieras tú que íbamos a hacer los cuatros viejos que quedamos en estos pueblos olvidados… y dice la tele que si héroes en los hospitales, en la policía, en los bomberos, ¿y acaso tú no?, ¿Qué eres tú? ¡un héroe también!, si no te lo dice nadie te lo digo yo.

Sonrío tranquilo porque “Peluso” y “Extremeña” no se separarán de las vacas, armados con sus carlancas artesanas; pero, en esa única calle, con el silencio como testigo, es la primera vez que me da por pensar en eso del héroe. Abro la boca para decir algo pero la mirada de “Tundra” evita que mis palabras estropeen mi gesto.  


Jesús Bermejo Bermejo.   Abril de 2020 
#NuestrosHéroes








domingo, 29 de marzo de 2020

CUATRO EN CUARENTENA


Más allá de las macetas que decoran el patio,
entre gardenias salvajes que plantó tu padre inconsciente,
un agujero es el lago donde van a beber los animales
y las plantas selvas para despistarse del mundo unos días.

Dibujamos paisajes en los cartones y el horizonte
es el motivo sobre el que aplaudir, cada tarde,
aliados a los vecinos con los que, mediante voces,
tratamos de reconducir la resistencia
y hacer más amable la espera.

A pesar de todo, cumplir cuatro años
en cuarentena esplenden la luz de tu risa
corriendo por el pasillo, vuela como tú “iron-man”
al rescate de los indefensos, espanta el temor
a las turbulencias del destino.

Escribimos letras con tiza en el cemento
para no caer en la abulia de las horas cerradas,
lanzamos números a las paredes
para contar el cambio de esta época;
y volvemos la vista a la esperanza con un grito,
en la creencia de que existe, más allá, el momento
de volver a vivir despiertos.




Jesús Bermejo Bermejo 29 de marzo de 2020 (encerrados en casa, en Estado de Alarma por la pandemia del COVID-19).






domingo, 22 de marzo de 2020

PANDEMIAS


Las enfermedades y los virus que las provocan han viajado con el ser humano a lo largo de la historia. Son minúsculos compañeros de viaje en el tiempo que han desafiado la voluntad y la templanza de los pueblos.

Creemos que nos hallamos ante una situación excepcional, pero lo cierto es que nuestros antepasados ya vivieron estados parecidos (y bastante peores). A la enfermedad se unía el miedo, el desconocimiento y  el catastrofismo que crea el ambiente, un contorno que infectaba hasta el aire, como el que ahora vivimos.

Nos piden que estemos en casa, para algunos/as de nosotros, casi la mayoría ya, un Estado de Alarma es algo del todo inusual, que impone y que irremediablemente tememos que acatar. A lo mejor, viviendo esto, somos conscientes de otros tiempos en los que se vivieron situaciones muy difíciles y nos ponemos en el lugar de las personas que las padecieron; y así comprenderemos la importancia de “arreglar” ciertas cosas del pasado.

Estamos en casa y no podemos salir pero tenemos la despensa llena y tenemos internet, por eso estáis leyendo este “areté” en estos momentos; nuestro móvil no para de sonar: Whatsapp , correos, video llamadas (muchas grupales), prensa digital; el teléfono en la mesita con llamadas ilimitadas para conectar con todos los puntos donde tenemos familiares; aplausos planificados; información directa, y al instante, de todo lo que está ocurriendo… pues bien, imaginaros que todo esto no lo tenemos, pensad en las mismas circunstancias sin la comodidad de los avances actuales; suponer que esto nos coge en un lugar donde no tenemos la sanidad pública con la que nos enorgullecemos hoy y no conocemos métodos exactos que paralicen la pandemia.

Me gustaría exponeros dos casos, no tan lejanos, centrados en Extremadura: la epidemia del cólera en 1834-1885 y la de la gripe en 1918.

El cólera es una enfermedad diarreica provocada por una infección intestinal por la bacteria vibrio cholerae, que Robert Koch descubrió en 1883. Se adquiere bebiendo agua o comiendo alimentos contaminados. Produce diarrea acuosa profusa, vómitos y entumecimiento de las piernas, lo que conlleva a la deshidratación y puede originar la muerte en cuestión de horas.

Los brotes de Cólera se sucedieron en cuatro fases durante el siglo XIX.  En Extremadura, hubo epidemias de cólera en 1833, 1853-1856, 1865, 1885 y 1890. Entre 1853 y 1856, se vieron afectadas unas 34.000 personas, de los que fallecieron 9.426. En 1865, los muertos ascendieron a 329 en Cáceres.

La enfermedad, que venía de la India, se coló, en1833, por Portugal hasta Alcántara. En esa época en Alcántara fallecieron 148. En Torrejoncillo el cólera se llevó 59 vidas y 123 en Plasencia, en donde se llegó a controlar la entrada de forasteros a la ciudad. En Cáceres, había patrullas que no dejaban entrar a personas 'sospechosas' de estar enfermas.

Como se puede apreciar, el aislamiento era (y es) la medida-tipo para parar cualquier Pandemia y el estricto cumplimiento su más fiable solución, desde hace siglos.

Los informes de las Juntas Provinciales de Cáceres y Badajoz de 1849 exponían que las posibles causas de propagación de la pandemia se debían al falta de aseo y limpieza en las calles de los pueblos; las aguas sucias de los corrales; estercoleros dentro de la población; venta de carnes muertas con enfermedad; ect.

Las autoridades acataban las disposiciones que les llegaban. La forma de aislar a las poblaciones fue la clausura de las entradas de las localidades mediante tapias, con las debidas sanciones y denuncias al incumplir los mandatos. (Se repite, ¿verdad?).

Cuando se escribe sobre pandemias, al texto asaltan una gran cantidad de datos estadísticos; es casi imposible separarlo del punto literario, diría más, la estadística desbanca a la literatura si hablamos de enfermedades colectivas.

Es por eso que en Trujillo, las actas de defunción fueron 17 muertos a causa del cólera en 1855, lo que supone el 8,5% del total de muertes de ese año. De estos 17, cuatro corresponden a edades comprendidas entre 1 y 15 años y trece entre 20 y 70 años.

En La Cumbre de 1887 el Alcalde se llamaba Francisco Casero Moran, el cura párroco Víctor Sánchez, el juez municipal Gregorio Toril, el médico  Vicente Mora,  el farmacéutico Francisco Cáceres e Ignacio Caldera era el maestro de niños. Estas personas, las celebridades de aquel tiempo, mandaron a la Junta provincial el informe poblacional con las altas y bajas sufridas (que se debieron a otros motivos, no al cólera):
Población de derecho en 1887:
  • Varones: 961, Hembras: 929.
  • Nacimientos: 36 varones y 33 hembras.
  • Fallecimientos: 29 varones y 13 hembras.
  • Población total resultante en 1887 en La Cumbre: 1949 habitantes.
Como hemos visto  ahora con el Coronavirus en Madrid y, aquí en Extremadura, en Arroyo de la Luz o Berzocana, aquellas muertes del Cólera se hicieron sentir en las noticias que llegaban a La Cumbre del siglo XIX. La Junta de Sanidad de entonces mandó a los pueblos una serie de medidas preventivas que pasaban por la construcción de atarjeas para conducir las aguas residuales; la obligación de depositar la basura en los estercoleros que, a su vez, debían estar a una distancia mínima de 500 metros del pueblo; prohibir a los cerdos deambular por las calles y adquisición de cajas de desinfectantes que, después, repartiría el ayuntamiento.

Esta pandemia se vivió con mucho miedo: en Peraleda de la Mata, cuando llegó el Gobernador y toda su comitiva se encontraron que los miembros de la Junta Municipal de Sanidad había abandonado el pueblo junto a 300 familias; los dos médicos y el boticario estaban enfermos y de los tres sacerdotes,  uno había fallecido, otro se había fugado y otro no daba abasto atendiendo al gran número de moribundos.

En 1855 esta enfermedad fue la culpable del 51% de las 295 muertos de Salorino, de la mitad de los 136 fallecidos de Montehermoso, del 52% de los 121 muertos de Pasarón, el 42% de los 147 que perdieron la vida en Torremocha, el 65% de los 172 fallecidos en Sierra de Fuentes... Arroyo de la Luz, que vuelve a repetir su historia con el COVID-19, tuvo tantos muertos de cólera que convirtió su castillo en cementerio.

Los médicos tuvieron que acatar su papel y su conocimiento en la ciencia; obligados a no abandonar bajo pena de inhabilitación, aquellos que cumplieron con su deber recibieron un incremento del sueldo. También los sacerdotes (estamos en el siglo XIX) fueron importantes para calmar el pánico y el terror que provocó esta enfermedad.

El cólera, que tantos estragos causó en el pasado, es una enfermedad observada hoy en la distancia, cuando, por desgracia, sigue causando muchas muertes y miedo en países del tercer mundo de África y Asia.

Estas circunstancias, que ahora no nos parecen tan distantes debido a la situación que vivimos, ocasionaron la obligación de sanear los pueblos de aguas residuales y fue la precursora de sacar los cementerios de las poblaciones, entre otras muchas medidas higiénicas que, actualmente, nos parecen normales.



Veamos otro caso, el de la gripe en 1918.  La virulencia de esta epidemia gripal de principios del siglo XX  se debió a una mutación del virus gripal de ese año que, parece ser que se recombinó genéticamente  entre un virus animal, concretamente la gripe porcina, y otro humano, ante la cual la memoria inmunológica de la humanidad era inexistente (¿les resulta familiar?).

Esta gripe afectaba especialmente al sistema neurológico y se llamaba “gripe española” porque nuestro país era el único que informaba sobre la pandemia (y no porque la exportáramos). Los periódicos de los demás países europeos, que estaban inmersos en la Primera Guerra Mundial, no facilitaban ningún dato, por lo que las fuentes de información, básicamente, eran españolas, al ser nuestro país neutral.

Esta pandemia llegó, en mayo de 1918, de la mano de los obreros españoles y portugueses que regresaban de Francia hacia Extremadura, Madrid, Andalucía y puntos de Castilla León.

En esa ocasión no fue la manifestación del 8M (ni los mítines políticos, partidos de fútbol, conciertos, ect que también se celebraron) la desencadenante de la propagación sino la festividad de San Isidro, que concentró a un gran número de gente en su tradicional pradera, facilitando el contagio. Las deficiencias higiénicas hicieron el resto.

Hasta el 27 de septiembre, nadie se atrevió a decretar oficialmente el estado de epidemia. A partir de esa fecha comenzó una segunda oleada que afectó a los pueblos precisamente por las multitudes que se habían realizado en las celebraciones de las fiestas patronales. A este dato se añadió el de la vuelta de los “quintos”, que habían realizado el servicio militar en cuarteles en malas condiciones higiénicas y contribuyeron a propagar la enfermedad en sus lugares de origen.

En octubre de 1918 se cerraron las escuelas, los espectáculos y bailes; también se suspendieron las procesiones, ferias y mercados.

En muchos pueblos existieron enfermos que se quedaron sin asistencia por muerte o huida de los médicos. Familias enteras enfermaron sin que nadie les atendiera o alimentara. En el mundo rural (que pedía a gritos modernidad y mejoras sociales), el atraso, la pobreza y la malnutrición eran factores crónicos, y la gripe causó importantes estragos cebándose con los más desfavorecidos.
Cuando el 23 de noviembre se pudo, por fin, debatir el tema en las Cortes, desde las filas de izquierda se denunciaba  el atraso de la asistencia médica, así como las nefastas condiciones de vida de la población que había contribuido a la mortandad.

En Extremadura, en Cáceres, el alcalde Germán Rubio Andrada, publicaba medidas que debían tomar los vecinos de la ciudad para prevenir la epidemia de gripe, y que pasaban por que cada vecino barriera su espacio entre la calle y su casa precedido de un buen regado (si había varios individuos se establecía un orden, primero los del piso bajo, ect); las basuras se depositarían en lugares determinados para ser recogidas por carros (de estas necesidades nacerían los servicios de basura y limpiezas actuales).

Los criaderos de cerdos, considerado un animal sucio, no debían estar en los núcleos urbanos, ni estos debían pasearse a sus anchas por los pueblos; también se estipuló que los estercoleros se situarían fuera de la población y a una distancia mínima de 1000 metros; y si no se disponía de corral, las gallinas, pavos, conejos, ect no se podían criar en las casas.

Como los coches de la época eran las caballerías; los establos debían limpiarse diariamente, desinfectando las cuadras con productos químicos recogidos en el ayuntamiento.

Estas necesidades fueron las precursoras de las bases de los servicios de higiene que tenemos en nuestro día a día.

En la zona de Trujillo entre 1918 y 1919 se contabilizaron 25 personas (1918: 17 y en 1919: 8), fallecidas en el hospital de Cáceres; de ahí que aparezcan registradas.
Tampoco se libró Arroyo de la Luz, que entonces se llamaba Arroyo del Puerco, con 11 víctimas entre los dos años.

En La Cumbre, en 1918, el alcalde se llamaba Francisco Delgado Delgado; Clodoaldo Naranjo Alonso era el cura presbítero; Ángel Risco Izquierdo el medico titular; Felipe Soria Delgado el Secretario del Ayuntamiento; y  Antonio Illera Sánchez el profesor de instrucción pública. Estas personas, entre otras celebridades,  presentaron el informe a la Junta de Sanidad con el fin de adoptar las medidas oportunas para combatir a la conocida “gripe española”.

Como ven, hemos sufrido muchos “coronavirus” en forma de cólera, gripe, sarampión, tifus, ect. La buena posición de nuestro pueblo, la ventilación de sus calles y la ausencia de aguas contaminadas han hecho que, cuando se producían estas pandemias, el índice de muertes fuera menor (o nulo) que en otros municipios. Se repiten algunos cánones como el aislamiento y la higiene continua (ahora no paramos de lavarnos las manos, utilizamos guantes desechables y los más afortunados disponen de mascarillas).

Al igual que en aquellos años, la economía de los pueblos y ciudades se resintió pero estas circunstancias históricas nos vienen a demostrar que el ser humano sale victorioso y que, en estos periodos, toda medida preventiva es poca. Si nuestros antepasados, con peores medios, vencieron; nosotros/as venceremos y seremos más fuertes para afrontar el futuro. La esperanza debe ser la bandera de la victoria. ¡Mucho ánimo La Cumbre!

Jesús Bermejo Bermejo, La Cumbre, marzo de 2020 (en plena pandemia por el Coronavirus, con el país en Estado de Alarma, encerrados en casa).




sábado, 9 de noviembre de 2019

LA ALBUERA


Uno escribe un blog, entre muchas cosas, para saciar esa curiosidad que despierta el entorno y la nomenclatura de sus acciones; para tratar de descifrar el viaje al origen del tiempo; la senda por la que surcan los elementos que, continuamente, observamos.

Por esto mismo, no es de extrañar que, por ejemplo, nuestro cordel (del que ya hablaremos) deje su trazo romano de antiguos miliarios; atraviese, con el polvo del paso de las vacas y las ovejas, los ojos de sus puentes medievales y acabe encontrándose con la carretera Ex–381, a la altura de Trujillo y de la Albuhera, evidenciando el gran abrevadero que fue y el desprestigio que, de manera insulsa, nos empeñamos en otorgar a estos monumentos.
La hemos visto y la vemos de continuo, en nuestras incursiones a Trujillo y los viajes allende la distinguimos durante unos instantes; y esa cotidianidad nos hace sentirla, un poco, nuestra. En esos segundos (un poquito más cuando estaban las curvas) hemos padecidos sus malos olores; nuestras pupilas infantiles y adolescentes se han asombrado con los galápagos prehistóricos amontonándose encima de las piedras en el calor de las mañanas de verano; el verde de su valle en agosto era una lengua de frescura que se abría al horizonte; y en los atardeceres de invierno, el reflejo del sol en el agua nos parece un brasero de picón recién avivado.
Pero la Albuera de Trujillo (albuera, albuhera, albufera, palabras árabes que significan 'mar pequeño'), como sucede con muchas de estas construcciones, es mucho más de lo que parece.

Sobre la puerta del molino, se lee esta inscripción:

TRUGILLO FECIT
REGNANTE PHILIPO SEGUNDO
Y SIENDO CORREGIDOR POR SU MAG.
EL DOCTOR PAREJA DE PERALBA.
AÑO DE 1577.

Estamos, por tanto, ante la presa de contrafuertes más antigua de la que se tiene noticia. Trujillo, en aquella época, necesitaba un molino de cereales para abastecer al pueblo. La harina, entonces, se elaboraba en lugares demasiados alejados y los caudales de los ríos, con sus fuertes sequías, hacían que la producción fuera discontinua e insuficiente.

En 1571, una Comisión, presidida por el mencionado Dr. Peralba y el maestro cantero Sancho Cabrera, eligió como lugar más apropiado la Dehesa de las Yeguas, por su desnivel y cercanía a Trujillo. Dicha Comisión nombró como maestros de obras al citado Sancho de Cabrera y Francisco Becerra.
Decir Francisco Becerra en el siglo XVI es como decir hoy día Norman Foster, Philip Johnson, Le Corbusier, Antoni Gaudí y miles de grandes arquitectos de gran reconocimiento internacional. Definido en su época como “el mejor arquitecto que pasó a América en el buen tiempo de la arquitectura española”, la vida de Francisco Becerra da para mucho más que un “areté”. En los tiempo que narramos, este joven de menos de treinta años ya había demostrado sus dotes con su padre Alonso Becerra y su abuelo Hernán González (que fue maestro mayor de la catedral de Toledo), trabajando con ellos en la Iglesia de Herguijuela. El maestro Sancho de Cabrera se dio cuenta de su talento cuando proyectaban la Iglesia de San Martín y Santa María la Mayor en Trujillo, en los años 1558-1560, y le “fichó” para este cometido.

Desde sus inicios, el conjunto de sus obras mostraban una limpieza de líneas y formas, con predominio de los valores puramente arquitectónico sobre los ornamentales. Por ello, al conjunto de la Albuera le dotó de la magnífica puerta renacentista que se puede observar en la Dehesa de las Yeguas, cuya estructura de vano adintelado, sobre columnas toscanas y frontón triangular, además de los flameros, repetiría en sus obras americanas futuras.

El 23 de abril de 1572 se puso la primera piedra de la que se conoció como “Albuera de San Jorge” (por el santo del día). A este acto asistieron el Consejo y una gran comitiva eclesiástica. Se rezó por el bien de la construcción y, cuando quisieron colocar bajo el primer sillar cinco monedas diferentes con las armas de Felipe II, nadie de los hacendados visitantes tenía la intención de “rascarse el bolsillo”. Al final, quizás movido por la tensión (sírvase este relato para reconocer su acto), el Mayordomo Francisco Loaiza las puso con la promesa de pagársela después el Concejo, que no lo hizo hasta octubre, seis meses después.
Francisco Becerra vigilaba la construcción, en el acuerdo del Concejo de 20 de junio de 1572 se cita su jornada laboral: “se notifique a Francisco Becerra, Maestro de la albuhera que si piensa y quiera estar y asistir como es obligado desde las cinco de la mañana hasta que se ponga el sol de cada día, que lo haga y diga y para que ello se obligue con pena, porque a la obra conviene su asistencia”.

En la presa se combinó piedras irregulares y sillares. Así mismo, se añadieron enormes contrafuertes a la estructura para darle más solidez, empleándose jambas y dinteles de granito en las puertas y las ventanas de los edificios anexos. En 1577 estaba el molino construido pero no terminada la presa, por lo que el primero no pudo funcionar durante años. En 1585 un documento certifica que la obra estaba “sacada de cimientos y alta, y  fundado el molino en que se gastaron cuarenta mil reales”, por lo que hace pensar que la construcción del embalse se quedó sin fondos y se denunciaba que, ya que se había gastado el dinero en la construcción del molino, se buscara, nuevamente, capital para terminar el muro.
Pero en aquella época, Francisco Becerra ya estaba en América convirtiéndose en el gran arquitecto que fue, ¿Qué pasó?

Parece ser que el arquitecto trujillano tuvo algunos problemas en el trazo que quería dar a este proyecto. Sus múltiples construcciones, hoy alabadas con notoriedad, no estaban exentas de polémicas. Obviamente, “nadie es profeta en su tierra” y en una ciudad donde había más “de cincuenta oficiales del oficio”, las rencillas y envidias hacia quien destacaba tuvieron que saltar a la vista. Un ejemplo lo tenemos en las religiosas dominicas, seguramente “asesoradas” por algún rival, que obligaron a Becerra a colocar, dentro del convento que proyectaba, unos estribos, innecesarios y antiestéticos, en los arcos por el infundado temor que las obras no pudieran sostenerse sobre apoyos tan frágiles.
Como profesional e innovador, (ahí nos queda los balcones de esquina de los palacios trujillanos, entre otros logros, como elementos característicos de sus obras y de la influencia que dejó) las diferencias y tensiones con clientes dan muestra del carácter y de la seguridad que mostró en su oficio.

En todo caso, son razones infundadas en documentos que nos conducen al pleito que el ayuntamiento de Trujillo llevó a la Cancillería de Granada sobre las construcción de la Albuhera, obra que tuvo, en su etapa final, como maestro, otra vez, a Sancho de Cabrera.
Quizá, el levantamiento de esta laguna fuera el detonante de la marcha de Francisco Becerra a América y, por tanto, de la construcción de la catedral de Puebla de los Ángeles, Iglesia Del Convento De S. Francisco (en Ciudad de México), iglesia de Santo Domingo y San Agustín (en Quito), el trazado de las catedrales de Cuzco y Lima (en Perú) y un gran número de obras religiosas y civiles (como el Hospital De Santa Ana, las Casas Reales y el Palacio de los Virreyes en Lima) que le han valido el renombre que ocupa en la arquitectura colonial en Hispanoamérica, (no deja de tener su gracia, hoy día, que los extremeños turistas en Perú vayan a ver, precisamente, estos monumentos).

Volviendo a la albuera, en 1676, el Corregidor Yáñez volvió a insistir en la terminación y reparación de la obra (quizá estuviera terminada pero mal acabada por la falta de efectivos); recalcó que era muy necesaria la necesidad de los molinos y el enorme beneficio del estanque como abrevadero para el ganado que estuviera en la dehesa de las Yeguas.
En 1689 se termina el tercer molino, con conducción del tipo Aruba, es decir, con dos niveles, uno para todo lo relacionado con el agua (canal, rodete, piedra, etc.) y otro para la molienda del cereal (limpia, clasificación del grano, etc.).

Debemos imaginarnos el trasiego constante de ganado, carros y gentes desde nuestro cordel y carretera hacia Trujillo pasando por este enclave que funcionaba a pleno rendimiento. Y aquí cabe destacar un gran detalle:
Y es que es muy curioso como los trabajos de ingeniería se “fosilizaron” durante los siglos siguientes. Las circunstancias políticos sociales de la región y la ausencia de una revolución industrial provocó tal atraso que este tipo de construcciones se reproducía de manera similar siglo tras siglo. La pervivencia de las técnicas de la Edad Media las tenemos, por ejemplo, en la Charca Ronel que, siendo del siglo XVIII, reproduce sin innovar muchos de los elementos de la Albuera de Trujillo (sillarejo en los muros, contrafuertes, tres molinos, ect), quitándole, para más inri, los elementos ornamentales de antaño.
Otros ejemplos, desperdigados por Extremadura, los encontramos en las presas de Feria o Zalamea de la Serena.



Pero no acaba aquí la historia de este estanque de Trujillo cuyo muro es de 190 metros de longitud. Se utilizó también como criadero de peces, por eso tiene un contraembalse. Desde el molino de la base del muro sale un pequeño canal (50 cm de ancho por un metro de profundidad, todo de bloques de granito), que conducía el agua unos 400 metros hasta la cubeta del segundo molino y después salía esa misma agua, por un segundo canal hasta el tercer molino, 100 metros abajo.

Debió de funcionar así hasta principios del siglo XX, cuando empezaron a verterse las aguas residuales de Trujillo. Más arriba se encuentra la Estación depuradora de aguas residuales; una acción, sin duda, digna de ser juzgada y que debería requerir la obligación de volver a dotar al conjunto histórico natural de la Albuera el rango que se merece.



Parece ser, y esto es una reflexión personal, que Trujillo tiene elementos históricos de sobra como para despreciar muchos de los que tiene. Le pasó con el lavadero, que está siendo rehabilitado; y le sigue pasando con muchos de los edificios y monumentos de la ciudad. Cuando voy a los Coloquios Históricos de Extremadura, me quedo maravillado con el Convento de la Coria; pero hay que recordar que fue un importante historiador, Xavier de Salas, quien se fijó e impulsó su restauración. Hoy día, cuando vamos  a la Coria, justo enfrente, sigue habiendo ruinas de otro edificio que tuvo similar belleza, a juzgar por los bordones franciscanos esculpidos en las puertas; y lo mismo pasa con otros muchos edificios.

Hace 120 años destinaron las aguas residuales de la ciudad a la Albuera de San Jorge, pero también dijeron NO al paso del ferrocarril ¿debemos seguir en los mismos errores que aquellos carcundos de finales del siglo XIX? Ahí dejo esa cuestión, con todo respeto, mientras me imagino el magnífico paseo por el muro de una Albuhera de aguas limpias, con muchos patos y peces donde poder pescar, descansar y maravillarse con esta construcción del mayor arquitecto extremeño del siglo XVI.
Será porque en La Cumbre conocemos muy bien el paisaje que separa este embalse de nuestro pueblo; será porque sabemos que nuestro cordel es historia viva escrita en sus veredas; será porque debemos cuidar estos enclaves que, tan apropósito, destronaron quienes no supieron valorarlos. En todo caso, allí siguen su muro,su portada y sus molinos, atrincherados en los berrocales de lo que son materia.




Jesús Bermejo Bermejo


Foto portada Dehesa de las Yeguas: Jesús Bermejo Bermejo.
Fotos de la Albuera de Trujillo: José Antonio Amarilla Jaraíz.