sábado, 9 de noviembre de 2019

LA ALBUERA


Uno escribe un blog, entre muchas cosas, para saciar esa curiosidad que despierta el entorno y la nomenclatura de sus acciones; para tratar de descifrar el viaje al origen del tiempo; la senda por la que surcan los elementos que, continuamente, observamos.

Por esto mismo, no es de extrañar que, por ejemplo, nuestro cordel (del que ya hablaremos) deje su trazo romano de antiguos miliarios; atraviese, con el polvo del paso de las vacas y las ovejas, los ojos de sus puentes medievales y acabe encontrándose con la carretera Ex–381, a la altura de Trujillo y de la Albuhera, evidenciando el gran abrevadero que fue y el desprestigio que, de manera insulsa, nos empeñamos en otorgar a estos monumentos.
La hemos visto y la vemos de continuo, en nuestras incursiones a Trujillo y los viajes allende la distinguimos durante unos instantes; y esa cotidianidad nos hace sentirla, un poco, nuestra. En esos segundos (un poquito más cuando estaban las curvas) hemos padecidos sus malos olores; nuestras pupilas infantiles y adolescentes se han asombrado con los galápagos prehistóricos amontonándose encima de las piedras en el calor de las mañanas de verano; el verde de su valle en agosto era una lengua de frescura que se abría al horizonte; y en los atardeceres de invierno, el reflejo del sol en el agua nos parece un brasero de picón recién avivado.
Pero la Albuera de Trujillo (albuera, albuhera, albufera, palabras árabes que significan 'mar pequeño'), como sucede con muchas de estas construcciones, es mucho más de lo que parece.

Sobre la puerta del molino, se lee esta inscripción:

TRUGILLO FECIT
REGNANTE PHILIPO SEGUNDO
Y SIENDO CORREGIDOR POR SU MAG.
EL DOCTOR PAREJA DE PERALBA.
AÑO DE 1577.

Estamos, por tanto, ante la presa de contrafuertes más antigua de la que se tiene noticia. Trujillo, en aquella época, necesitaba un molino de cereales para abastecer al pueblo. La harina, entonces, se elaboraba en lugares demasiados alejados y los caudales de los ríos, con sus fuertes sequías, hacían que la producción fuera discontinua e insuficiente.

En 1571, una Comisión, presidida por el mencionado Dr. Peralba y el maestro cantero Sancho Cabrera, eligió como lugar más apropiado la Dehesa de las Yeguas, por su desnivel y cercanía a Trujillo. Dicha Comisión nombró como maestros de obras al citado Sancho de Cabrera y Francisco Becerra.
Decir Francisco Becerra en el siglo XVI es como decir hoy día Norman Foster, Philip Johnson, Le Corbusier, Antoni Gaudí y miles de grandes arquitectos de gran reconocimiento internacional. Definido en su época como “el mejor arquitecto que pasó a América en el buen tiempo de la arquitectura española”, la vida de Francisco Becerra da para mucho más que un “areté”. En los tiempo que narramos, este joven de menos de treinta años ya había demostrado sus dotes con su padre Alonso Becerra y su abuelo Hernán González (que fue maestro mayor de la catedral de Toledo), trabajando con ellos en la Iglesia de Herguijuela. El maestro Sancho de Cabrera se dio cuenta de su talento cuando proyectaban la Iglesia de San Martín y Santa María la Mayor en Trujillo, en los años 1558-1560, y le “fichó” para este cometido.

Desde sus inicios, el conjunto de sus obras mostraban una limpieza de líneas y formas, con predominio de los valores puramente arquitectónico sobre los ornamentales. Por ello, al conjunto de la Albuera le dotó de la magnífica puerta renacentista que se puede observar en la Dehesa de las Yeguas, cuya estructura de vano adintelado, sobre columnas toscanas y frontón triangular, además de los flameros, repetiría en sus obras americanas futuras.

El 23 de abril de 1572 se puso la primera piedra de la que se conoció como “Albuera de San Jorge” (por el santo del día). A este acto asistieron el Consejo y una gran comitiva eclesiástica. Se rezó por el bien de la construcción y, cuando quisieron colocar bajo el primer sillar cinco monedas diferentes con las armas de Felipe II, nadie de los hacendados visitantes tenía la intención de “rascarse el bolsillo”. Al final, quizás movido por la tensión (sírvase este relato para reconocer su acto), el Mayordomo Francisco Loaiza las puso con la promesa de pagársela después el Concejo, que no lo hizo hasta octubre, seis meses después.
Francisco Becerra vigilaba la construcción, en el acuerdo del Concejo de 20 de junio de 1572 se cita su jornada laboral: “se notifique a Francisco Becerra, Maestro de la albuhera que si piensa y quiera estar y asistir como es obligado desde las cinco de la mañana hasta que se ponga el sol de cada día, que lo haga y diga y para que ello se obligue con pena, porque a la obra conviene su asistencia”.

En la presa se combinó piedras irregulares y sillares. Así mismo, se añadieron enormes contrafuertes a la estructura para darle más solidez, empleándose jambas y dinteles de granito en las puertas y las ventanas de los edificios anexos. En 1577 estaba el molino construido pero no terminada la presa, por lo que el primero no pudo funcionar durante años. En 1585 un documento certifica que la obra estaba “sacada de cimientos y alta, y  fundado el molino en que se gastaron cuarenta mil reales”, por lo que hace pensar que la construcción del embalse se quedó sin fondos y se denunciaba que, ya que se había gastado el dinero en la construcción del molino, se buscara, nuevamente, capital para terminar el muro.
Pero en aquella época, Francisco Becerra ya estaba en América convirtiéndose en el gran arquitecto que fue, ¿Qué pasó?

Parece ser que el arquitecto trujillano tuvo algunos problemas en el trazo que quería dar a este proyecto. Sus múltiples construcciones, hoy alabadas con notoriedad, no estaban exentas de polémicas. Obviamente, “nadie es profeta en su tierra” y en una ciudad donde había más “de cincuenta oficiales del oficio”, las rencillas y envidias hacia quien destacaba tuvieron que saltar a la vista. Un ejemplo lo tenemos en las religiosas dominicas, seguramente “asesoradas” por algún rival, que obligaron a Becerra a colocar, dentro del convento que proyectaba, unos estribos, innecesarios y antiestéticos, en los arcos por el infundado temor que las obras no pudieran sostenerse sobre apoyos tan frágiles.
Como profesional e innovador, (ahí nos queda los balcones de esquina de los palacios trujillanos, entre otros logros, como elementos característicos de sus obras y de la influencia que dejó) las diferencias y tensiones con clientes dan muestra del carácter y de la seguridad que mostró en su oficio.

En todo caso, son razones infundadas en documentos que nos conducen al pleito que el ayuntamiento de Trujillo llevó a la Cancillería de Granada sobre las construcción de la Albuhera, obra que tuvo, en su etapa final, como maestro, otra vez, a Sancho de Cabrera.
Quizá, el levantamiento de esta laguna fuera el detonante de la marcha de Francisco Becerra a América y, por tanto, de la construcción de la catedral de Puebla de los Ángeles, Iglesia Del Convento De S. Francisco (en Ciudad de México), iglesia de Santo Domingo y San Agustín (en Quito), el trazado de las catedrales de Cuzco y Lima (en Perú) y un gran número de obras religiosas y civiles (como el Hospital De Santa Ana, las Casas Reales y el Palacio de los Virreyes en Lima) que le han valido el renombre que ocupa en la arquitectura colonial en Hispanoamérica, (no deja de tener su gracia, hoy día, que los extremeños turistas en Perú vayan a ver, precisamente, estos monumentos).

Volviendo a la albuera, en 1676, el Corregidor Yáñez volvió a insistir en la terminación y reparación de la obra (quizá estuviera terminada pero mal acabada por la falta de efectivos); recalcó que era muy necesaria la necesidad de los molinos y el enorme beneficio del estanque como abrevadero para el ganado que estuviera en la dehesa de las Yeguas.
En 1689 se termina el tercer molino, con conducción del tipo Aruba, es decir, con dos niveles, uno para todo lo relacionado con el agua (canal, rodete, piedra, etc.) y otro para la molienda del cereal (limpia, clasificación del grano, etc.).

Debemos imaginarnos el trasiego constante de ganado, carros y gentes desde nuestro cordel y carretera hacia Trujillo pasando por este enclave que funcionaba a pleno rendimiento. Y aquí cabe destacar un gran detalle:
Y es que es muy curioso como los trabajos de ingeniería se “fosilizaron” durante los siglos siguientes. Las circunstancias políticos sociales de la región y la ausencia de una revolución industrial provocó tal atraso que este tipo de construcciones se reproducía de manera similar siglo tras siglo. La pervivencia de las técnicas de la Edad Media las tenemos, por ejemplo, en la Charca Ronel que, siendo del siglo XVIII, reproduce sin innovar muchos de los elementos de la Albuera de Trujillo (sillarejo en los muros, contrafuertes, tres molinos, ect), quitándole, para más inri, los elementos ornamentales de antaño.
Otros ejemplos, desperdigados por Extremadura, los encontramos en las presas de Feria o Zalamea de la Serena.



Pero no acaba aquí la historia de este estanque de Trujillo cuyo muro es de 190 metros de longitud. Se utilizó también como criadero de peces, por eso tiene un contraembalse. Desde el molino de la base del muro sale un pequeño canal (50 cm de ancho por un metro de profundidad, todo de bloques de granito), que conducía el agua unos 400 metros hasta la cubeta del segundo molino y después salía esa misma agua, por un segundo canal hasta el tercer molino, 100 metros abajo.

Debió de funcionar así hasta principios del siglo XX, cuando empezaron a verterse las aguas residuales de Trujillo. Más arriba se encuentra la Estación depuradora de aguas residuales; una acción, sin duda, digna de ser juzgada y que debería requerir la obligación de volver a dotar al conjunto histórico natural de la Albuera el rango que se merece.



Parece ser, y esto es una reflexión personal, que Trujillo tiene elementos históricos de sobra como para despreciar muchos de los que tiene. Le pasó con el lavadero, que está siendo rehabilitado; y le sigue pasando con muchos de los edificios y monumentos de la ciudad. Cuando voy a los Coloquios Históricos de Extremadura, me quedo maravillado con el Convento de la Coria; pero hay que recordar que fue un importante historiador, Xavier de Salas, quien se fijó e impulsó su restauración. Hoy día, cuando vamos  a la Coria, justo enfrente, sigue habiendo ruinas de otro edificio que tuvo similar belleza, a juzgar por los bordones franciscanos esculpidos en las puertas; y lo mismo pasa con otros muchos edificios.

Hace 120 años destinaron las aguas residuales de la ciudad a la Albuera de San Jorge, pero también dijeron NO al paso del ferrocarril ¿debemos seguir en los mismos errores que aquellos carcundos de finales del siglo XIX? Ahí dejo esa cuestión, con todo respeto, mientras me imagino el magnífico paseo por el muro de una Albuhera de aguas limpias, con muchos patos y peces donde poder pescar, descansar y maravillarse con esta construcción del mayor arquitecto extremeño del siglo XVI.
Será porque en La Cumbre conocemos muy bien el paisaje que separa este embalse de nuestro pueblo; será porque sabemos que nuestro cordel es historia viva escrita en sus veredas; será porque debemos cuidar estos enclaves que, tan apropósito, destronaron quienes no supieron valorarlos. En todo caso, allí siguen su muro,su portada y sus molinos, atrincherados en los berrocales de lo que son materia.




Jesús Bermejo Bermejo


Foto portada Dehesa de las Yeguas: Jesús Bermejo Bermejo.
Fotos de la Albuera de Trujillo: José Antonio Amarilla Jaraíz.