domingo, 29 de marzo de 2020

CUATRO EN CUARENTENA


Más allá de las macetas que decoran el patio,
entre gardenias salvajes que plantó tu padre inconsciente,
un agujero es el lago donde van a beber los animales
y las plantas selvas para despistarse del mundo unos días.

Dibujamos paisajes en los cartones y el horizonte
es el motivo sobre el que aplaudir, cada tarde,
aliados a los vecinos con los que, mediante voces,
tratamos de reconducir la resistencia
y hacer más amable la espera.

A pesar de todo, cumplir cuatro años
en cuarentena esplenden la luz de tu risa
corriendo por el pasillo, vuela como tú “iron-man”
al rescate de los indefensos, espanta el temor
a las turbulencias del destino.

Escribimos letras con tiza en el cemento
para no caer en la abulia de las horas cerradas,
lanzamos números a las paredes
para contar el cambio de esta época;
y volvemos la vista a la esperanza con un grito,
en la creencia de que existe, más allá, el momento
de volver a vivir despiertos.




Jesús Bermejo Bermejo 29 de marzo de 2020 (encerrados en casa, en Estado de Alarma por la pandemia del COVID-19).






domingo, 22 de marzo de 2020

PANDEMIAS


Las enfermedades y los virus que las provocan han viajado con el ser humano a lo largo de la historia. Son minúsculos compañeros de viaje en el tiempo que han desafiado la voluntad y la templanza de los pueblos.

Creemos que nos hallamos ante una situación excepcional, pero lo cierto es que nuestros antepasados ya vivieron estados parecidos (y bastante peores). A la enfermedad se unía el miedo, el desconocimiento y  el catastrofismo que crea el ambiente, un contorno que infectaba hasta el aire, como el que ahora vivimos.

Nos piden que estemos en casa, para algunos/as de nosotros, casi la mayoría ya, un Estado de Alarma es algo del todo inusual, que impone y que irremediablemente tememos que acatar. A lo mejor, viviendo esto, somos conscientes de otros tiempos en los que se vivieron situaciones muy difíciles y nos ponemos en el lugar de las personas que las padecieron; y así comprenderemos la importancia de “arreglar” ciertas cosas del pasado.

Estamos en casa y no podemos salir pero tenemos la despensa llena y tenemos internet, por eso estáis leyendo este “areté” en estos momentos; nuestro móvil no para de sonar: Whatsapp , correos, video llamadas (muchas grupales), prensa digital; el teléfono en la mesita con llamadas ilimitadas para conectar con todos los puntos donde tenemos familiares; aplausos planificados; información directa, y al instante, de todo lo que está ocurriendo… pues bien, imaginaros que todo esto no lo tenemos, pensad en las mismas circunstancias sin la comodidad de los avances actuales; suponer que esto nos coge en un lugar donde no tenemos la sanidad pública con la que nos enorgullecemos hoy y no conocemos métodos exactos que paralicen la pandemia.

Me gustaría exponeros dos casos, no tan lejanos, centrados en Extremadura: la epidemia del cólera en 1834-1885 y la de la gripe en 1918.

El cólera es una enfermedad diarreica provocada por una infección intestinal por la bacteria vibrio cholerae, que Robert Koch descubrió en 1883. Se adquiere bebiendo agua o comiendo alimentos contaminados. Produce diarrea acuosa profusa, vómitos y entumecimiento de las piernas, lo que conlleva a la deshidratación y puede originar la muerte en cuestión de horas.

Los brotes de Cólera se sucedieron en cuatro fases durante el siglo XIX.  En Extremadura, hubo epidemias de cólera en 1833, 1853-1856, 1865, 1885 y 1890. Entre 1853 y 1856, se vieron afectadas unas 34.000 personas, de los que fallecieron 9.426. En 1865, los muertos ascendieron a 329 en Cáceres.

La enfermedad, que venía de la India, se coló, en1833, por Portugal hasta Alcántara. En esa época en Alcántara fallecieron 148. En Torrejoncillo el cólera se llevó 59 vidas y 123 en Plasencia, en donde se llegó a controlar la entrada de forasteros a la ciudad. En Cáceres, había patrullas que no dejaban entrar a personas 'sospechosas' de estar enfermas.

Como se puede apreciar, el aislamiento era (y es) la medida-tipo para parar cualquier Pandemia y el estricto cumplimiento su más fiable solución, desde hace siglos.

Los informes de las Juntas Provinciales de Cáceres y Badajoz de 1849 exponían que las posibles causas de propagación de la pandemia se debían al falta de aseo y limpieza en las calles de los pueblos; las aguas sucias de los corrales; estercoleros dentro de la población; venta de carnes muertas con enfermedad; ect.

Las autoridades acataban las disposiciones que les llegaban. La forma de aislar a las poblaciones fue la clausura de las entradas de las localidades mediante tapias, con las debidas sanciones y denuncias al incumplir los mandatos. (Se repite, ¿verdad?).

Cuando se escribe sobre pandemias, al texto asaltan una gran cantidad de datos estadísticos; es casi imposible separarlo del punto literario, diría más, la estadística desbanca a la literatura si hablamos de enfermedades colectivas.

Es por eso que en Trujillo, las actas de defunción fueron 17 muertos a causa del cólera en 1855, lo que supone el 8,5% del total de muertes de ese año. De estos 17, cuatro corresponden a edades comprendidas entre 1 y 15 años y trece entre 20 y 70 años.

En La Cumbre de 1887 el Alcalde se llamaba Francisco Casero Moran, el cura párroco Víctor Sánchez, el juez municipal Gregorio Toril, el médico  Vicente Mora,  el farmacéutico Francisco Cáceres e Ignacio Caldera era el maestro de niños. Estas personas, las celebridades de aquel tiempo, mandaron a la Junta provincial el informe poblacional con las altas y bajas sufridas (que se debieron a otros motivos, no al cólera):
Población de derecho en 1887:
  • Varones: 961, Hembras: 929.
  • Nacimientos: 36 varones y 33 hembras.
  • Fallecimientos: 29 varones y 13 hembras.
  • Población total resultante en 1887 en La Cumbre: 1949 habitantes.
Como hemos visto  ahora con el Coronavirus en Madrid y, aquí en Extremadura, en Arroyo de la Luz o Berzocana, aquellas muertes del Cólera se hicieron sentir en las noticias que llegaban a La Cumbre del siglo XIX. La Junta de Sanidad de entonces mandó a los pueblos una serie de medidas preventivas que pasaban por la construcción de atarjeas para conducir las aguas residuales; la obligación de depositar la basura en los estercoleros que, a su vez, debían estar a una distancia mínima de 500 metros del pueblo; prohibir a los cerdos deambular por las calles y adquisición de cajas de desinfectantes que, después, repartiría el ayuntamiento.

Esta pandemia se vivió con mucho miedo: en Peraleda de la Mata, cuando llegó el Gobernador y toda su comitiva se encontraron que los miembros de la Junta Municipal de Sanidad había abandonado el pueblo junto a 300 familias; los dos médicos y el boticario estaban enfermos y de los tres sacerdotes,  uno había fallecido, otro se había fugado y otro no daba abasto atendiendo al gran número de moribundos.

En 1855 esta enfermedad fue la culpable del 51% de las 295 muertos de Salorino, de la mitad de los 136 fallecidos de Montehermoso, del 52% de los 121 muertos de Pasarón, el 42% de los 147 que perdieron la vida en Torremocha, el 65% de los 172 fallecidos en Sierra de Fuentes... Arroyo de la Luz, que vuelve a repetir su historia con el COVID-19, tuvo tantos muertos de cólera que convirtió su castillo en cementerio.

Los médicos tuvieron que acatar su papel y su conocimiento en la ciencia; obligados a no abandonar bajo pena de inhabilitación, aquellos que cumplieron con su deber recibieron un incremento del sueldo. También los sacerdotes (estamos en el siglo XIX) fueron importantes para calmar el pánico y el terror que provocó esta enfermedad.

El cólera, que tantos estragos causó en el pasado, es una enfermedad observada hoy en la distancia, cuando, por desgracia, sigue causando muchas muertes y miedo en países del tercer mundo de África y Asia.

Estas circunstancias, que ahora no nos parecen tan distantes debido a la situación que vivimos, ocasionaron la obligación de sanear los pueblos de aguas residuales y fue la precursora de sacar los cementerios de las poblaciones, entre otras muchas medidas higiénicas que, actualmente, nos parecen normales.



Veamos otro caso, el de la gripe en 1918.  La virulencia de esta epidemia gripal de principios del siglo XX  se debió a una mutación del virus gripal de ese año que, parece ser que se recombinó genéticamente  entre un virus animal, concretamente la gripe porcina, y otro humano, ante la cual la memoria inmunológica de la humanidad era inexistente (¿les resulta familiar?).

Esta gripe afectaba especialmente al sistema neurológico y se llamaba “gripe española” porque nuestro país era el único que informaba sobre la pandemia (y no porque la exportáramos). Los periódicos de los demás países europeos, que estaban inmersos en la Primera Guerra Mundial, no facilitaban ningún dato, por lo que las fuentes de información, básicamente, eran españolas, al ser nuestro país neutral.

Esta pandemia llegó, en mayo de 1918, de la mano de los obreros españoles y portugueses que regresaban de Francia hacia Extremadura, Madrid, Andalucía y puntos de Castilla León.

En esa ocasión no fue la manifestación del 8M (ni los mítines políticos, partidos de fútbol, conciertos, ect que también se celebraron) la desencadenante de la propagación sino la festividad de San Isidro, que concentró a un gran número de gente en su tradicional pradera, facilitando el contagio. Las deficiencias higiénicas hicieron el resto.

Hasta el 27 de septiembre, nadie se atrevió a decretar oficialmente el estado de epidemia. A partir de esa fecha comenzó una segunda oleada que afectó a los pueblos precisamente por las multitudes que se habían realizado en las celebraciones de las fiestas patronales. A este dato se añadió el de la vuelta de los “quintos”, que habían realizado el servicio militar en cuarteles en malas condiciones higiénicas y contribuyeron a propagar la enfermedad en sus lugares de origen.

En octubre de 1918 se cerraron las escuelas, los espectáculos y bailes; también se suspendieron las procesiones, ferias y mercados.

En muchos pueblos existieron enfermos que se quedaron sin asistencia por muerte o huida de los médicos. Familias enteras enfermaron sin que nadie les atendiera o alimentara. En el mundo rural (que pedía a gritos modernidad y mejoras sociales), el atraso, la pobreza y la malnutrición eran factores crónicos, y la gripe causó importantes estragos cebándose con los más desfavorecidos.
Cuando el 23 de noviembre se pudo, por fin, debatir el tema en las Cortes, desde las filas de izquierda se denunciaba  el atraso de la asistencia médica, así como las nefastas condiciones de vida de la población que había contribuido a la mortandad.

En Extremadura, en Cáceres, el alcalde Germán Rubio Andrada, publicaba medidas que debían tomar los vecinos de la ciudad para prevenir la epidemia de gripe, y que pasaban por que cada vecino barriera su espacio entre la calle y su casa precedido de un buen regado (si había varios individuos se establecía un orden, primero los del piso bajo, ect); las basuras se depositarían en lugares determinados para ser recogidas por carros (de estas necesidades nacerían los servicios de basura y limpiezas actuales).

Los criaderos de cerdos, considerado un animal sucio, no debían estar en los núcleos urbanos, ni estos debían pasearse a sus anchas por los pueblos; también se estipuló que los estercoleros se situarían fuera de la población y a una distancia mínima de 1000 metros; y si no se disponía de corral, las gallinas, pavos, conejos, ect no se podían criar en las casas.

Como los coches de la época eran las caballerías; los establos debían limpiarse diariamente, desinfectando las cuadras con productos químicos recogidos en el ayuntamiento.

Estas necesidades fueron las precursoras de las bases de los servicios de higiene que tenemos en nuestro día a día.

En la zona de Trujillo entre 1918 y 1919 se contabilizaron 25 personas (1918: 17 y en 1919: 8), fallecidas en el hospital de Cáceres; de ahí que aparezcan registradas.
Tampoco se libró Arroyo de la Luz, que entonces se llamaba Arroyo del Puerco, con 11 víctimas entre los dos años.

En La Cumbre, en 1918, el alcalde se llamaba Francisco Delgado Delgado; Clodoaldo Naranjo Alonso era el cura presbítero; Ángel Risco Izquierdo el medico titular; Felipe Soria Delgado el Secretario del Ayuntamiento; y  Antonio Illera Sánchez el profesor de instrucción pública. Estas personas, entre otras celebridades,  presentaron el informe a la Junta de Sanidad con el fin de adoptar las medidas oportunas para combatir a la conocida “gripe española”.

Como ven, hemos sufrido muchos “coronavirus” en forma de cólera, gripe, sarampión, tifus, ect. La buena posición de nuestro pueblo, la ventilación de sus calles y la ausencia de aguas contaminadas han hecho que, cuando se producían estas pandemias, el índice de muertes fuera menor (o nulo) que en otros municipios. Se repiten algunos cánones como el aislamiento y la higiene continua (ahora no paramos de lavarnos las manos, utilizamos guantes desechables y los más afortunados disponen de mascarillas).

Al igual que en aquellos años, la economía de los pueblos y ciudades se resintió pero estas circunstancias históricas nos vienen a demostrar que el ser humano sale victorioso y que, en estos periodos, toda medida preventiva es poca. Si nuestros antepasados, con peores medios, vencieron; nosotros/as venceremos y seremos más fuertes para afrontar el futuro. La esperanza debe ser la bandera de la victoria. ¡Mucho ánimo La Cumbre!

Jesús Bermejo Bermejo, La Cumbre, marzo de 2020 (en plena pandemia por el Coronavirus, con el país en Estado de Alarma, encerrados en casa).