Las enfermedades y los
virus que las provocan han viajado con el ser humano a lo largo de la historia.
Son minúsculos compañeros de viaje en el tiempo que han desafiado la voluntad y
la templanza de los pueblos.
Creemos que nos
hallamos ante una situación excepcional, pero lo cierto es que nuestros antepasados
ya vivieron estados parecidos (y bastante peores). A la enfermedad se unía el
miedo, el desconocimiento y el catastrofismo
que crea el ambiente, un contorno que infectaba hasta el aire, como el que
ahora vivimos.
Nos piden que estemos
en casa, para algunos/as de nosotros, casi la mayoría ya, un Estado de Alarma
es algo del todo inusual, que impone y que irremediablemente tememos que acatar.
A lo mejor, viviendo esto, somos conscientes de otros tiempos en los que se
vivieron situaciones muy difíciles y nos ponemos en el lugar de las personas
que las padecieron; y así comprenderemos la importancia de “arreglar” ciertas
cosas del pasado.
Estamos en casa y no
podemos salir pero tenemos la despensa llena y tenemos internet, por eso estáis
leyendo este “areté” en estos momentos; nuestro móvil no para de sonar:
Whatsapp , correos, video llamadas (muchas grupales), prensa digital; el
teléfono en la mesita con llamadas ilimitadas para conectar con todos los
puntos donde tenemos familiares; aplausos planificados; información directa, y
al instante, de todo lo que está ocurriendo… pues bien, imaginaros que todo
esto no lo tenemos, pensad en las mismas circunstancias sin la comodidad de los
avances actuales; suponer que esto nos coge en un lugar donde no tenemos la
sanidad pública con la que nos enorgullecemos hoy y no conocemos métodos
exactos que paralicen la pandemia.
Me gustaría exponeros
dos casos, no tan lejanos, centrados en Extremadura: la epidemia del cólera
en 1834-1885 y la de la gripe en 1918.
El cólera
es una enfermedad diarreica provocada por una infección intestinal por la
bacteria vibrio cholerae, que Robert Koch descubrió en 1883. Se adquiere
bebiendo agua o comiendo alimentos contaminados. Produce diarrea acuosa
profusa, vómitos y entumecimiento de las piernas, lo que conlleva a la
deshidratación y puede originar la muerte en cuestión de horas.
Los brotes de Cólera se
sucedieron en cuatro fases durante el siglo XIX. En Extremadura, hubo epidemias de cólera en
1833, 1853-1856, 1865, 1885 y 1890. Entre 1853 y 1856, se vieron afectadas unas
34.000 personas, de los que fallecieron 9.426. En 1865, los muertos ascendieron
a 329 en Cáceres.
La enfermedad, que
venía de la India, se coló, en1833, por Portugal hasta Alcántara. En esa época
en Alcántara fallecieron 148. En Torrejoncillo el cólera se llevó 59 vidas y
123 en Plasencia, en donde se llegó a controlar la entrada de forasteros a la
ciudad. En Cáceres, había patrullas que no dejaban entrar a personas
'sospechosas' de estar enfermas.
Como se puede apreciar,
el aislamiento era (y es) la medida-tipo para parar cualquier Pandemia y el
estricto cumplimiento su más fiable solución, desde hace siglos.
Los informes de las
Juntas Provinciales de Cáceres y Badajoz de 1849 exponían que las posibles
causas de propagación de la pandemia se debían al falta de aseo y limpieza en
las calles de los pueblos; las aguas sucias de los corrales; estercoleros
dentro de la población; venta de carnes muertas con enfermedad; ect.
Las autoridades
acataban las disposiciones que les llegaban. La forma de aislar a las
poblaciones fue la clausura de las entradas de las localidades mediante tapias,
con las debidas sanciones y denuncias al incumplir los mandatos. (Se repite,
¿verdad?).
Cuando se escribe sobre
pandemias, al texto asaltan una gran cantidad de datos estadísticos; es casi
imposible separarlo del punto literario, diría más, la estadística desbanca a
la literatura si hablamos de enfermedades colectivas.
Es por eso que en
Trujillo, las actas de defunción fueron 17 muertos a causa del cólera en 1855,
lo que supone el 8,5% del total de muertes de ese año. De estos 17, cuatro
corresponden a edades comprendidas entre 1 y 15 años y trece entre 20 y 70
años.
En La Cumbre de 1887 el
Alcalde se llamaba Francisco Casero
Moran, el cura párroco Víctor
Sánchez, el juez municipal Gregorio
Toril, el médico Vicente Mora, el farmacéutico Francisco Cáceres e Ignacio
Caldera era el maestro de niños. Estas personas, las celebridades de aquel
tiempo, mandaron a la Junta provincial el informe poblacional con las altas y
bajas sufridas (que se debieron a otros motivos, no al cólera):
Población de derecho en
1887:
- Varones:
961, Hembras: 929.
- Nacimientos:
36 varones y 33 hembras.
- Fallecimientos:
29 varones y 13 hembras.
- Población
total resultante en 1887 en La Cumbre: 1949 habitantes.
Como hemos visto ahora con el Coronavirus en Madrid y, aquí en
Extremadura, en Arroyo de la Luz o Berzocana, aquellas muertes del Cólera se
hicieron sentir en las noticias que llegaban a La Cumbre del siglo XIX. La Junta
de Sanidad de entonces mandó a los pueblos una serie de medidas preventivas que
pasaban por la construcción de atarjeas para conducir las aguas residuales; la
obligación de depositar la basura en los estercoleros que, a su vez, debían
estar a una distancia mínima de 500 metros del pueblo; prohibir a los cerdos
deambular por las calles y adquisición de cajas de desinfectantes que, después,
repartiría el ayuntamiento.
Esta pandemia se vivió
con mucho miedo: en Peraleda de la Mata, cuando llegó el Gobernador y toda su
comitiva se encontraron que los miembros de la Junta Municipal de Sanidad había
abandonado el pueblo junto a 300 familias; los dos médicos y el boticario
estaban enfermos y de los tres sacerdotes,
uno había fallecido, otro se había fugado y otro no daba abasto atendiendo
al gran número de moribundos.
En 1855 esta enfermedad
fue la culpable del 51% de las 295 muertos de Salorino, de la mitad de los 136
fallecidos de Montehermoso, del 52% de los 121 muertos de Pasarón, el 42% de
los 147 que perdieron la vida en Torremocha, el 65% de los 172 fallecidos en
Sierra de Fuentes... Arroyo de la Luz, que vuelve a repetir su historia con el
COVID-19, tuvo tantos muertos de cólera que convirtió su castillo en
cementerio.
Los médicos tuvieron
que acatar su papel y su conocimiento en la ciencia; obligados a no abandonar
bajo pena de inhabilitación, aquellos que cumplieron con su deber recibieron un
incremento del sueldo. También los sacerdotes (estamos en el siglo XIX) fueron
importantes para calmar el pánico y el terror que provocó esta enfermedad.
El cólera, que tantos
estragos causó en el pasado, es una enfermedad observada hoy en la distancia,
cuando, por desgracia, sigue causando muchas muertes y miedo en países del
tercer mundo de África y Asia.
Estas circunstancias,
que ahora no nos parecen tan distantes debido a la situación que vivimos,
ocasionaron la obligación de sanear los pueblos de aguas residuales y fue la
precursora de sacar los cementerios de las poblaciones, entre otras muchas
medidas higiénicas que, actualmente, nos parecen normales.
Veamos otro caso, el de
la gripe en 1918.
La virulencia de esta epidemia gripal de principios del siglo XX se debió a una mutación del virus gripal de
ese año que, parece ser que se recombinó genéticamente entre un virus animal, concretamente la gripe
porcina, y otro humano, ante la cual la memoria inmunológica de la humanidad
era inexistente (¿les resulta familiar?).
Esta gripe afectaba
especialmente al sistema neurológico y se llamaba “gripe española” porque
nuestro país era el único que informaba sobre la pandemia (y no porque la exportáramos). Los periódicos de los demás países europeos, que estaban inmersos en la Primera
Guerra Mundial, no facilitaban ningún dato, por lo que las fuentes de
información, básicamente, eran españolas, al ser nuestro país neutral.
Esta pandemia llegó, en
mayo de 1918, de la mano de los obreros españoles y portugueses que regresaban
de Francia hacia Extremadura, Madrid, Andalucía y puntos de Castilla León.
En esa ocasión no fue
la manifestación del 8M (ni los mítines políticos, partidos de fútbol,
conciertos, ect que también se celebraron) la desencadenante de la propagación
sino la festividad de San Isidro, que concentró a un gran número de gente en su
tradicional pradera, facilitando el contagio. Las deficiencias higiénicas
hicieron el resto.
Hasta el 27 de
septiembre, nadie se atrevió a decretar oficialmente el estado de epidemia. A partir
de esa fecha comenzó una segunda oleada que afectó a los pueblos precisamente
por las multitudes que se habían realizado en las celebraciones de las fiestas patronales.
A este dato se añadió el de la vuelta de los “quintos”, que habían realizado el
servicio militar en cuarteles en malas condiciones higiénicas y contribuyeron a
propagar la enfermedad en sus lugares de origen.
En octubre de 1918 se
cerraron las escuelas, los espectáculos y bailes; también se suspendieron las procesiones,
ferias y mercados.
En muchos pueblos existieron
enfermos que se quedaron sin asistencia por muerte o huida de los médicos.
Familias enteras enfermaron sin que nadie les atendiera o alimentara. En el
mundo rural (que pedía a gritos modernidad y mejoras sociales), el atraso, la
pobreza y la malnutrición eran factores crónicos, y la gripe causó importantes
estragos cebándose con los más desfavorecidos.
Cuando el 23 de
noviembre se pudo, por fin, debatir el tema en las Cortes, desde las filas de
izquierda se denunciaba el atraso de la
asistencia médica, así como las nefastas condiciones de vida de la población
que había contribuido a la mortandad.
En Extremadura, en
Cáceres, el alcalde Germán Rubio Andrada,
publicaba medidas que debían tomar los vecinos de la ciudad para prevenir la
epidemia de gripe, y que pasaban por que cada vecino barriera su espacio entre
la calle y su casa precedido de un buen regado (si había varios individuos se
establecía un orden, primero los del piso bajo, ect); las basuras se
depositarían en lugares determinados para ser recogidas por carros (de estas
necesidades nacerían los servicios de basura y limpiezas actuales).
Los criaderos de cerdos,
considerado un animal sucio, no debían estar en los núcleos urbanos, ni estos
debían pasearse a sus anchas por los pueblos; también se estipuló que los
estercoleros se situarían fuera de la población y a una distancia mínima de
1000 metros; y si no se disponía de corral, las gallinas, pavos, conejos, ect
no se podían criar en las casas.
Como los coches de la
época eran las caballerías; los establos debían limpiarse diariamente,
desinfectando las cuadras con productos químicos recogidos en el ayuntamiento.
Estas necesidades
fueron las precursoras de las bases de los servicios de higiene que tenemos en
nuestro día a día.
En la zona de Trujillo
entre 1918 y 1919 se contabilizaron 25 personas (1918: 17 y en 1919: 8),
fallecidas en el hospital de Cáceres; de ahí que aparezcan registradas.
Tampoco se libró Arroyo
de la Luz, que entonces se llamaba Arroyo del Puerco, con 11 víctimas entre los
dos años.
En La Cumbre, en 1918,
el alcalde se llamaba Francisco Delgado
Delgado; Clodoaldo Naranjo Alonso
era el cura presbítero; Ángel Risco
Izquierdo el medico titular; Felipe
Soria Delgado el Secretario del Ayuntamiento; y Antonio
Illera Sánchez el profesor de instrucción pública. Estas personas, entre
otras celebridades, presentaron el
informe a la Junta de Sanidad con el fin de adoptar las medidas oportunas para
combatir a la conocida “gripe española”.
Como ven, hemos sufrido
muchos “coronavirus” en forma de cólera, gripe, sarampión, tifus, ect. La buena
posición de nuestro pueblo, la ventilación de sus calles y la ausencia de aguas
contaminadas han hecho que, cuando se producían estas pandemias, el índice de
muertes fuera menor (o nulo) que en otros municipios. Se repiten algunos
cánones como el aislamiento y la higiene continua (ahora no paramos de lavarnos
las manos, utilizamos guantes desechables y los más afortunados disponen de
mascarillas).
Al igual que en
aquellos años, la economía de los pueblos y ciudades se resintió pero estas
circunstancias históricas nos vienen a demostrar que el ser humano sale
victorioso y que, en estos periodos, toda medida preventiva es poca. Si nuestros
antepasados, con peores medios, vencieron; nosotros/as venceremos y seremos más
fuertes para afrontar el futuro. La esperanza debe ser la bandera de la
victoria. ¡Mucho ánimo La Cumbre!
Jesús
Bermejo Bermejo, La
Cumbre, marzo de 2020 (en plena pandemia por el Coronavirus, con el país en
Estado de Alarma, encerrados en casa).