Uno
escribe un blog, entre muchas cosas, para saciar esa curiosidad que despierta
el entorno y la nomenclatura de sus acciones; para tratar de descifrar el viaje
al origen del tiempo; la senda por la que surcan los elementos que,
continuamente, observamos.
Por
esto mismo, no es de extrañar que, por ejemplo, nuestro cordel (del que ya
hablaremos) deje su trazo romano de antiguos miliarios; atraviese, con el polvo
del paso de las vacas y las ovejas, los ojos de sus puentes medievales y acabe encontrándose
con la carretera Ex–381, a la altura de Trujillo y de la Albuhera, evidenciando
el gran abrevadero que fue y el desprestigio que, de manera insulsa, nos
empeñamos en otorgar a estos monumentos.
La
hemos visto y la vemos de continuo, en nuestras incursiones a Trujillo y los viajes
allende la distinguimos durante unos instantes; y esa cotidianidad nos hace
sentirla, un poco, nuestra. En esos segundos (un poquito más cuando estaban las
curvas) hemos padecidos sus malos olores; nuestras pupilas infantiles y
adolescentes se han asombrado con los galápagos prehistóricos amontonándose encima
de las piedras en el calor de las mañanas de verano; el verde de su valle en
agosto era una lengua de frescura que se abría al horizonte; y en los
atardeceres de invierno, el reflejo del sol en el agua nos parece un brasero de
picón recién avivado.
Pero
la Albuera de Trujillo (albuera, albuhera, albufera, palabras árabes que
significan 'mar pequeño'), como sucede con muchas de estas construcciones, es
mucho más de lo que parece.
Sobre la puerta del molino, se lee
esta inscripción:
TRUGILLO FECIT
REGNANTE PHILIPO SEGUNDO
Y SIENDO CORREGIDOR POR SU MAG.
EL DOCTOR PAREJA DE PERALBA.
AÑO DE 1577.
Estamos,
por tanto, ante la presa de contrafuertes más antigua de la que se tiene
noticia. Trujillo, en aquella época, necesitaba un molino de cereales para
abastecer al pueblo. La harina, entonces, se elaboraba en lugares demasiados
alejados y los caudales de los ríos, con sus fuertes sequías, hacían que la
producción fuera discontinua e insuficiente.
En
1571, una Comisión, presidida por el mencionado Dr. Peralba y el maestro cantero Sancho Cabrera, eligió como lugar más apropiado la Dehesa de las
Yeguas, por su desnivel y cercanía a Trujillo. Dicha Comisión nombró como
maestros de obras al citado Sancho de Cabrera y Francisco Becerra.
Decir
Francisco Becerra en el siglo XVI es como decir hoy día Norman Foster, Philip
Johnson, Le Corbusier, Antoni Gaudí y miles de grandes arquitectos de gran
reconocimiento internacional. Definido en su época como “el mejor arquitecto que pasó a América en el buen tiempo de la
arquitectura española”, la vida de Francisco Becerra da para mucho más que
un “areté”. En los tiempo que narramos, este joven de menos de treinta años ya
había demostrado sus dotes con su padre Alonso
Becerra y su abuelo Hernán González
(que fue maestro mayor de la catedral de Toledo), trabajando con ellos en
la Iglesia de Herguijuela. El maestro Sancho de Cabrera se dio cuenta de su
talento cuando proyectaban la Iglesia de San Martín y Santa María la Mayor en
Trujillo, en los años 1558-1560, y le “fichó” para este cometido.
Desde
sus inicios, el conjunto de sus obras mostraban una limpieza de líneas y
formas, con predominio de los valores puramente arquitectónico sobre los
ornamentales. Por ello, al conjunto de la Albuera le dotó de la magnífica
puerta renacentista que se puede observar en la Dehesa de las Yeguas, cuya estructura de vano adintelado, sobre columnas
toscanas y frontón triangular, además de los flameros, repetiría en sus obras
americanas futuras.
El
23 de abril de 1572 se puso la primera piedra de la que se conoció como “Albuera
de San Jorge” (por el santo del día). A este acto asistieron el Consejo y una
gran comitiva eclesiástica. Se rezó por el bien de la construcción y, cuando
quisieron colocar bajo el primer sillar cinco monedas diferentes con las armas
de Felipe II, nadie de los hacendados visitantes tenía la intención de “rascarse
el bolsillo”. Al final, quizás movido por la tensión (sírvase este relato para
reconocer su acto), el Mayordomo Francisco
Loaiza las puso con la promesa de pagársela después el Concejo, que no lo
hizo hasta octubre, seis meses después.
Francisco
Becerra vigilaba la construcción, en el acuerdo del Concejo de 20 de junio de 1572
se cita su jornada laboral: “se notifique
a Francisco Becerra, Maestro de la albuhera que si piensa y quiera estar y
asistir como es obligado desde las cinco de la mañana hasta que se ponga el sol
de cada día, que lo haga y diga y para que ello se obligue con pena, porque a
la obra conviene su asistencia”.
En
la presa se combinó piedras irregulares y sillares. Así mismo, se añadieron
enormes contrafuertes a la estructura para darle más solidez, empleándose
jambas y dinteles de granito en las puertas y las ventanas de los edificios
anexos. En 1577 estaba el molino construido pero no terminada la presa, por lo
que el primero no pudo funcionar durante años. En 1585 un documento certifica
que la obra estaba “sacada de cimientos y
alta, y fundado el molino en que se
gastaron cuarenta mil reales”, por lo que hace pensar que la construcción
del embalse se quedó sin fondos y se denunciaba que, ya que se había gastado
el dinero en la construcción del molino, se buscara, nuevamente, capital para
terminar el muro.
Pero
en aquella época, Francisco Becerra ya estaba en América convirtiéndose en el
gran arquitecto que fue, ¿Qué pasó?
Parece
ser que el arquitecto trujillano tuvo algunos problemas en el trazo que quería
dar a este proyecto. Sus múltiples construcciones, hoy alabadas con notoriedad, no
estaban exentas de polémicas. Obviamente, “nadie es profeta en su tierra” y en
una ciudad donde había más “de cincuenta
oficiales del oficio”, las rencillas y envidias hacia quien destacaba tuvieron
que saltar a la vista. Un ejemplo lo tenemos en las religiosas dominicas,
seguramente “asesoradas” por algún rival, que obligaron a Becerra a colocar,
dentro del convento que proyectaba, unos estribos, innecesarios y antiestéticos,
en los arcos por el infundado temor que las obras no pudieran sostenerse sobre
apoyos tan frágiles.
Como
profesional e innovador, (ahí nos queda los balcones de esquina de los palacios
trujillanos, entre otros logros, como elementos característicos de sus obras y
de la influencia que dejó) las diferencias y tensiones con clientes dan muestra
del carácter y de la seguridad que mostró en su oficio.
En
todo caso, son razones infundadas en documentos que nos conducen al pleito que
el ayuntamiento de Trujillo llevó a la Cancillería de Granada sobre las construcción de la Albuhera, obra que tuvo, en su etapa final, como maestro, otra vez, a Sancho
de Cabrera.
Quizá, el levantamiento de esta laguna fuera el detonante de la marcha de Francisco
Becerra a América y, por tanto, de la construcción de la catedral de Puebla de
los Ángeles, Iglesia Del Convento De S. Francisco (en Ciudad de México),
iglesia de Santo Domingo y San Agustín (en Quito), el trazado de las catedrales
de Cuzco y Lima (en Perú) y un gran número de obras religiosas y civiles (como
el Hospital De Santa Ana, las Casas Reales y el Palacio de los Virreyes en
Lima) que le han valido el renombre que ocupa en la arquitectura colonial en Hispanoamérica,
(no deja de tener su gracia, hoy día, que los extremeños turistas en Perú vayan
a ver, precisamente, estos monumentos).
Volviendo
a la albuera, en 1676, el Corregidor Yáñez
volvió a insistir en la terminación y reparación de la obra (quizá estuviera
terminada pero mal acabada por la falta de efectivos); recalcó que era muy
necesaria la necesidad de los molinos y el enorme beneficio del estanque como
abrevadero para el ganado que estuviera en la dehesa de las Yeguas.
En
1689 se termina el tercer molino, con conducción del tipo Aruba, es decir, con
dos niveles, uno para todo lo relacionado con el agua (canal, rodete, piedra,
etc.) y otro para la molienda del cereal (limpia, clasificación del grano,
etc.).
Debemos
imaginarnos el trasiego constante de ganado, carros y gentes desde nuestro
cordel y carretera hacia Trujillo pasando por este enclave que funcionaba a
pleno rendimiento. Y aquí cabe destacar un gran detalle:
Y
es que es muy curioso como los trabajos de ingeniería se “fosilizaron” durante
los siglos siguientes. Las circunstancias políticos sociales de la región y la ausencia
de una revolución industrial provocó tal atraso que este tipo de construcciones se
reproducía de manera similar siglo tras siglo. La pervivencia de las técnicas de
la Edad Media las tenemos, por ejemplo, en la Charca Ronel que, siendo del
siglo XVIII, reproduce sin innovar muchos de los elementos de la Albuera de
Trujillo (sillarejo en los muros, contrafuertes, tres molinos, ect), quitándole,
para más inri, los elementos ornamentales de antaño.
Otros
ejemplos, desperdigados por Extremadura, los encontramos en las presas de Feria
o Zalamea de la Serena.
Pero
no acaba aquí la historia de este estanque de Trujillo cuyo muro es de 190 metros de longitud. Se utilizó también como
criadero de peces, por eso tiene un contraembalse. Desde el molino de la base
del muro sale un pequeño canal (50 cm de ancho por un metro de profundidad,
todo de bloques de granito), que conducía el agua unos 400 metros hasta la
cubeta del segundo molino y después salía esa misma agua, por un segundo canal hasta
el tercer molino, 100 metros abajo.
Debió
de funcionar así hasta principios del siglo XX, cuando empezaron a verterse las
aguas residuales de Trujillo. Más arriba se encuentra la Estación depuradora de
aguas residuales; una acción, sin duda, digna de ser juzgada y que debería
requerir la obligación de volver a dotar al conjunto histórico natural de la
Albuera el rango que se merece.
Parece
ser, y esto es una reflexión personal, que Trujillo tiene elementos históricos
de sobra como para despreciar muchos de los que tiene. Le pasó con el lavadero,
que está siendo rehabilitado; y le sigue pasando con muchos de los edificios y
monumentos de la ciudad. Cuando voy a los Coloquios Históricos de Extremadura,
me quedo maravillado con el Convento de la Coria; pero hay que recordar que fue
un importante historiador, Xavier de Salas, quien se fijó e impulsó su
restauración. Hoy día, cuando vamos a la
Coria, justo enfrente, sigue habiendo ruinas de otro edificio que tuvo similar
belleza, a juzgar por los bordones franciscanos esculpidos en las puertas; y lo mismo pasa con otros muchos edificios.
Hace
120 años destinaron las aguas residuales de la ciudad a la Albuera de San
Jorge, pero también dijeron NO al paso del ferrocarril ¿debemos seguir en los
mismos errores que aquellos carcundos de finales del siglo XIX? Ahí dejo esa
cuestión, con todo respeto, mientras me imagino el magnífico paseo por el muro
de una Albuhera de aguas limpias, con muchos patos y peces donde poder pescar,
descansar y maravillarse con esta construcción del mayor arquitecto extremeño
del siglo XVI.
Será
porque en La Cumbre conocemos muy bien el paisaje que separa este embalse de
nuestro pueblo; será porque sabemos que nuestro cordel es historia viva escrita
en sus veredas; será porque debemos cuidar estos enclaves que, tan apropósito,
destronaron quienes no supieron valorarlos. En todo caso, allí siguen su muro,su portada y
sus molinos, atrincherados en los berrocales de lo que son materia.
Jesús Bermejo Bermejo
Foto portada Dehesa de las Yeguas:
Jesús Bermejo Bermejo.
Fotos de la Albuera de Trujillo: José
Antonio Amarilla Jaraíz.