sábado, 25 de abril de 2020

CUARENTA EN CUARENTENA


A la generación nacida en 1980,
por todos los desafíos superados.



Lo bueno de mi generación es que siempre ha ido por ese acervo matemático que promulga el tiempo. Esas múltiples ecuaciones se han ido formulando y resolviendo con nuestro paso por los años y, de esa manera, siempre teníamos la edad apropiada en el momento adecuado. Por eso, (a lo mejor es cosa mía), solo puedo decir que ¡Somos especiales!

1980 fue, como este, un año bisiesto, pensar en ese año es imaginar la “movida madrileña” pero esta sobrevendría, de súbito, más tarde; apenas se estaba gestando cuando los restos de Alfonso XIII volvían a España y la película “El Crimen de Cuenca” se estrenaba y se censuraba a partes iguales, con su directora, Pilar Miró, juzgada por un Tribunal Militar.

Y es que todavía los/as españoles/as estábamos a “medio hacer” en el sentido democrático. Y esa expresión me recuerda a aquellas felicitaciones que recibía cuando era pequeño.

 Porque cuando se tienen abuelas y eres un niño emigrante, la mejor forma de felicitarte y mantener una conversación por teléfono era contarte la historia de tu nacimiento. Esa primera aventura de tu vida narrada cada natalicio, siempre en el mismo tono, desde La Cumbre a San Fernando (Cádiz) y, después Montehermoso, a través de la línea telefónica por la que viajaban, también, el sonido de esos besos repetidos que tanto ha puesto de moda, recientemente, Pedro Almodóvar con sus películas. 
Y en ese momento en el que me sentía el protagonista absoluto del salón, con el “aparato” al oído, escuchaba a mi abuelas Piedad y Josefa detallarme que mi madre quiso que fuera extremeño y parirme en su tierra que, también, iba a ser la mía para siempre; que todo el mundo estaba tranquilo, pues presuponían que iba a ser géminis e iba a nacer un 25 de mayo pero quise ser tauro y romper aguas un 24 de abril; que, con ocho meses, cuando salí al mundo, tenía las carnes “rositas” y las orejas “tiernas” como a “mediohacer”… como España, pienso ahora, que se abría a la Transición, a la Democracia y a la Libertad.



Desde entonces hemos crecido en el acerado de los acontecimientos sucesivos y en el resplandor del futuro que se abría en nuestras manos.

En el 81, fuimos esos bebés despreocupados cuando nuestros padres (aquellos idealistas) atendían cabizbajos a la radio un 23 de febrero, con las persianas bajadas, a un nuevo Golpe de Estado (por suerte fallido).

Aprendimos a dibujar y colorear las Comunidades Autónomas. Eramos párvulos que asistíamos a la promulgación de sus Estatutos, aquellas normas institucionales que depararían  mayores logros y progresos en los territorios que llevaban siglos desmadejados.

Con la “Bruja Avería” y los “Electroduendes” en nuestros desayunos, salíamos a la calle y adornábamos nuestras bicicletas con pegatinas azules y estrellas amarillas en círculos. Toda la estructura europea se alzaba para abrazar al país que, a su vez, clamaba a gritos modernidad y expansión. De esto nos dimos cuenta más tarde cuando observamos, por la tele, cómo la gente rompía a mazazo limpio el último muro de la discordia (1989).

Nos divertíamos con los juegos de siempre en la plaza: jugar a cuco, a bombilla, a “torito en alto”, al bote,… fue siempre una algarabía tradicional en las noches, al grito de “¡tufa!”; no teníamos a nadie que nos lo organizara y nos bastábamos para ingeniárnosla, hasta para hacer obras de teatro o contar historias de miedo confeccionadas por nosotros/as mismo/as… y, a la vez, empezamos a disfrutar de aquellos juegos en pantalla al tener una videoconsola como regalos de comunión y cumpleaños; aunque a nosotros/as nos gustaba más echar cinco duros a las máquinas de Naya, Rafa o “an cá” Sixto.

Hicimos la E.G.B y cursamos B.U.P pero tuvimos que correr porque la E.S.O nos pisaba los talones. Estudiamos latín, griego y los clásicos (también en eso fuimos los últimos); y muchos/as nos detuvimos a pensar lo que realmente querían decir los filósofos Nietzsche, Kant, Marx o Platón.  

Hemos sido los que cerramos el baile tradicional para siempre pues, en ferias, pedíamos bailar a las chicas y “aguantábamos” el pasodoble agarrados y satisfechos por su “sí”. Los más valientes se atrevían con las rumbas y todo era un desafío de miradas y olores a perfume y colonias mezclados con las sensaciones de quienes dejaban atrás la niñez.

Tuvimos doce años en 1992, no podía ser de otra manera y no podíamos tener mejores ojos para una Exposición Universal (la Expo de Sevilla) y unos Juegos Olímpicos (los de Barcelona) donde todo relucía novedoso y el país se iba enfilando hacia un nuevo siglo; aunque al llegar al pueblo, ese verano, no tuviéramos piscina (por la sequía) y la necesidad e imprudencia nos convirtiera en improvisados “ingenieros de charcos y ríos”.

Fuimos los últimos “quintos”. Nos tallamos una tarde noche de noviembre en el antiguo Consultorio médico, nos fumamos un cigarro en el portalón del Corral Concejo (que ya no existe) y nos fuimos al “Cano” a bebernos unos Dyc con naranja para celebrarlo. Pero nadie nos aupó a hombros en la silla “trajeaos” una mañana de carnavales y algunos se fueron a hacer la mili, o se convirtieron en objetores de conciencia haciendo horas solidarias en el Centro Social y otros, como yo, nos hartamos de pedir prórrogas de estudio hasta que la patria se cansó y nos llamó a filas; ya íbamos haciendo el “petate” cuando, de repente, quitaron el servicio militar obligatorio. Supongo que será de esa manera como algo cotidiano deja de ser actual para convertirse en tradición a recordar.

Los noventa nos engulló con la adolescencia efervesciendo sobre la última moda establecida y tuvimos 20 en el 2000. La ecuación volvía a resolverse satisfactoriamente. Somos especiales, ya lo he dicho, la edad del nuevo milenio era la nuestra y el futuro se depositaba en nosotros como una apuesta segura: una generación nueva con fuertes raíces en el siglo pasado. Pero no éramos conscientes y quisimos permitirnos el lujo de ser “pasotas” aunque el mundo no nos tenía preparado ese “papel”. De eso nos dimos cuenta un 11 de Septiembre de 2001 cuando dos aviones se estrellaron en toda nuestra pubertad.

Los que fuimos universitarios disfrutamos con los últimos años dorados del Cáceres de la movida, con los botellones atestado de gente en la plaza y “la Madrila” proyectando ruido. Algunos incluso estábamos en la plaza de Albatros en el año 2002 cuando se quemaron contenedores en protesta porque se acababa, para siempre, la fiesta y Cáceres volvía a ser “la ciudad feliz”.

Durante esos años, estudiamos y trabajamos (algunos a la inversa) y celebramos los 30 por todo lo alto (2010: 2+1=3 y 0). Esa década la sobrellevamos de la forma en la que todos van descubriendo como cada semana vas dejando algo de lo que has sido atrás. Algunos, los muchos, tuvimos que emigrar y nos convertimos en la “gran generación” a la que le correspondía transmitir el orgullo de sus paisanos y de su tierra fuera; y mostramos altivez, por primera vez, al descubrir que a los extremeños nos tienen por trabajadores, honrados y "buena gente".

Siempre solemos meditar el paso de los días,  los años, el tiempo que va recogiendo promesas de futuro y hechos presentes. El tono de las sorpresas llegar y la nomenclatura de los recuerdos hilvanar los sucesos que se te aparecen en el camino. Vivir experiencias y fechas en las que vamos mezclándonos con los demás,  sabiendo que somos especiales, que nuestros números se alinean entorno al devenir de los acontecimientos.

Por eso, como poseídos por un hechizo matemático,  mi generación cumple “cuarenta en cuarentena”. No nos bastaba con la difícil tarea de buscar a todos/as los/as quintos para la “cena de los 40” y la típica foto en el rollo con camisetas para la ocasión. No podíamos ser como las otras generaciones que se arriman al mundo sin importarles que los algoritmos no despejen la incógnita exacta.

Ahora es cuando dejo que esta reflexión se traslade a los ochenteros que son médicos, enfermeras, sanitarios, policías, bomberos, soldados, reponedores, cajeros, empleados (públicos o privados), maestros, cuidadores, trabajadores de todos los sectores… papás y mamás, hijos e hijas que resisten día a día y hora a hora la embestida de esta pandemia. Que han soplado las velas en los diversos escenarios que pueden plantearse en esta guerra o en la infinita intimidad de sus casas con una pantalla ajustada  donde sus familiares intentan absorber los momentos que, inevitablemente, se están perdiendo. Todos con la esperanza de volver a abrazar las cosas buenas que hemos dejado atrás en este mundo.
 Solo deseo que la ecuación sea satisfactoria para todos y todas.



Jesús Bermejo Bermejo, La Cumbre 24 de abril de 2020 (con Cuarenta en Cuarentena)







Nota: téngase en cuenta el uso generalizado  del masculino que dicta la RAE para referirse por igual a todos y a todas.

miércoles, 15 de abril de 2020

CONFINADO


Unos versos en cuaresma
me despiertan de lo que soy,
en medio de una siesta de inertes
horas, donde solo se escucha el péndulo
de un reloj también dormido.

No hay senderos para pedalear
ni formas que dar al paraíso,
solo la casa donde el espacio
precede al encuentro.

A pesar de todo, en la entrada,
las flores blancas del jazmín
se rebelan de fragancias
dispuestas a no declinar el tiempo
que vivimos, a seguir meciéndose al sol
de la tarde, a franquear murallas
invisibles que ni nosotros podemos ver.

Es en el silencio donde no estamos cómodos,
uno quisiera que esta avalancha de puertas cerradas
fuera fugaz en las salas de espera
de quienes quisieran volver;
me gustaría que todos los refugios
tuvieran ese manto mágico
que les suponemos a los lugares sagrados.

Confinado y acuartelado de libros,
reviso cartas, notas, emails y audios de colegio;
no imagino el mundo si su vuelo,
me atrevería a decir que el aire está más limpio
y la tierra procura germinar el fruto
de quien anuncia el paso de los días.

No soy quien para disertar sobre esta incertidumbre,
abro los ojos en el patio donde mi rastro se repite
en medio de elucubraciones que se antojan absurdas
si las comparamos con la actitud
de quienes están en primera línea;
solo puedo no contribuir a la verborrea sin sentido
que manchan las redes sociales, agolpadas
con sed de asedios que solo conducen a la impotencia.

A través de la ventana o en el pequeño balcón
aplaudimos al aire contemplando el anonimato
de nuestro gesto, como despidiéndonos de otro día
en el que la calma parte de nuestras miradas
hacia el silencio de las calles,
donde solo se escucha el péndulo
de un reloj, también dormido.



Jesús Bermejo Bermejo. La Cumbre, 10 de abril de 2020.







jueves, 9 de abril de 2020

TUNDRA


Camino abajo, entre el espacio sin senderos que custodian los sedimentos de cuarcitas, había dejado a la yegua en el prado de Tío Martín. Mientras el animal arrancaba de la tierra bocanadas de hierba yo trataba de arrancar, a su vez, el Suzuki Jimmy  que se había quedado frío de la helada. “Tundra” no paraba de jadear. Arriba se habían quedado “Peluso” y “Extremeña” custodiando el ganado. Otra noche ganada al lobo, otra victoria de la luz sobre las sombras. Pero “Tundra” no lloraba por dejar el monte; desde el 13 de marzo lo llevábamos haciendo para ir desde Argenzo, 89 almas, a Rio Luz, 56 habitantes, y Otero de San Fidel, con 38. A la perra no le gustaba que bajase solo al valle, era la única vez que se separaba de las vacas; a veces olfateaba el ambiente y miraba a la sierra y al cargamento que transportaba en el remolque. Más adelante, las veredas se ensanchaban y el humo silencioso de las ventanas encendidas del pueblo clareaba la espera de sus moradores. Los ojillos pardos de “Tundra” no paraban de avizorar en zigzag por la única calle; hice lo correcto y me puse la mascarilla y los guantes. Detrás, el ensanche de esta vía, cuyo cemento estaba vencido de años, se había convertido en la plaza de Rio Luz y en el punto de encuentro de Marcial “el Tomate”, Crescencia “la Molinera”, Maider “la Vasca” y una cuarentena de vecinos que, separados a más de dos metros, se iban turnando para que les entregara los encargos del pasado jueves.

-          Decirle a Tomas el de la panadería que me aparte cuatro hogazas para Otero, ¿ha pasado alguien por aquí?- pregunté a Juan, el mayor de todos, que hace las veces de alcalde.

Un ligero ladeo de cabeza y la sonrisa por el paquete anhelado eran las palabras que esperaba. Miguelito se puso a jugar con “Tundra” hasta que la reprimenda de su madre truncó la única risa en el ambiente.

-          Todavía habrá más confinamiento ¿verdad?- me preguntó Hortensia.
-          Dicen que hasta el 26 de abril pero “la cosa” se alargará más, ¡el jueves vengo otra vez! ¿tengo todas las notas con los “recaos”?

<<Cuídate mucho; recuerdos a los de Otero; a ver si se acaba esto…>> las frases se agolpaban en aquella plaza de un pueblo de la España vacía que parecía revivir tiempos inciertos del pasado. Al subir, de nuevo, las montañas, las curvas del río Ardáligas me hicieron virar el volante y la perra gimoteaba mareada. Sobre el salpicadero del Suzuki se mezclaba el polvo, crotales de las vacas, cartuchos de la escopeta, una campanilla vieja sin badajo y, bailando al compás de los baches, una caperuza cetrera de halcón con una pluma remera de buitre.

-          Tranquila “Tundra”- dije palpando el lomo del mastín- dos curvas más y llegamos.

Dicen los entendidos que en Otero existe una pila bautismal en la Iglesia que era de cuando se bautizaba por inmersión y que la trajeron de un monasterio de Galicia. A mí lo que me gusta es la torre de madera que tiene el antiguo ayuntamiento y ese cartel a la entrada que pone “Nitrato de Chile”. Allí si hay una plaza con una fuente de piedra con cuatro chorros y una casa señorial con soportales donde se habían distribuidos los vecinos para que les repartiera lo que me habían anotado.

-          ¡Me has traído eso!- Nicolás “el maragato” se coló de todos y me miró con ojos suplicantes.

Le hice la señal de silencio y le di cuatro “litronas” envueltas en bolsas de supermercado. Los niños de María se habían puesto muy contentos con la tablet para poder seguir las clases, aunque tuvieran que subirse al repetidor a buscar cobertura. La comida estaba envuelta en papel de periódico o en cartón, las bolsas no abundaban.

-          Para que luego nos digan que tiramos plástico, ¡si no tenemos!, ¿este es el tinte?- le digo a Pilar.
-          Si- musitó con la cabeza tímida- llévale esto a la de “Reguera” anda.

La carretera acababa a dos kilómetros de llegar al último pueblo. La tarde parpadeaba grisácea y las zarzas que limpié hace tres semanas no se atrevían a invadir, de nuevo, el camino. Solo había una lámpara encendida con una bombilla desnuda en la primera casa. La mujer se llamaba Inés y presentaba un aspecto asilvestrado al que, sin embargo, estoy acostumbrado; sus pelos rubios se retorcían enmarañados y contrastaban con las arrugas y su tez morena. Ese aspecto de ermitaña hace que “Tundra” siempre la ladre.

-          Aquí tiene el encargo señora Inés, y estos tomates son de su hija Pilar que me los acaba de dar… ¿tiene todas la medicinas, quiere que le traiga algo de la farmacia?
-          No hijo, con esto me vale ¿hasta el jueves no?

Asentí con la cabeza y, con la nota nueva, volví al coche. Sabía que tenía ganas de conversación y que, en otras circunstancias, incluso hubiera cenado en su casa; pero, en la inmensidad de la sierra, con el viento arrastrando una nueva noche; intentaba cumplir las normas de quienes, muchas veces, no han querido nunca observar.

-          ¿Y ese “ganao”? ay esas vaquitas en el monte sin que estés allí, al aguardo, por si viene el lobo... ay si no estuvieras tú que íbamos a hacer los cuatros viejos que quedamos en estos pueblos olvidados… y dice la tele que si héroes en los hospitales, en la policía, en los bomberos, ¿y acaso tú no?, ¿Qué eres tú? ¡un héroe también!, si no te lo dice nadie te lo digo yo.

Sonrío tranquilo porque “Peluso” y “Extremeña” no se separarán de las vacas, armados con sus carlancas artesanas; pero, en esa única calle, con el silencio como testigo, es la primera vez que me da por pensar en eso del héroe. Abro la boca para decir algo pero la mirada de “Tundra” evita que mis palabras estropeen mi gesto.  


Jesús Bermejo Bermejo.   Abril de 2020 
#NuestrosHéroes