Camino
abajo, entre el espacio sin senderos que custodian los sedimentos de cuarcitas,
había dejado a la yegua en el prado de Tío Martín. Mientras el animal arrancaba
de la tierra bocanadas de hierba yo trataba de arrancar, a su vez, el Suzuki Jimmy que se había quedado frío de la helada. “Tundra”
no paraba de jadear. Arriba se habían quedado “Peluso” y “Extremeña”
custodiando el ganado. Otra noche ganada al lobo, otra victoria de la luz sobre
las sombras. Pero “Tundra” no lloraba por dejar el monte; desde el 13 de marzo
lo llevábamos haciendo para ir desde Argenzo, 89 almas, a Rio Luz, 56
habitantes, y Otero de San Fidel, con 38. A la perra no le gustaba que bajase
solo al valle, era la única vez que se separaba de las vacas; a veces olfateaba
el ambiente y miraba a la sierra y al cargamento que transportaba en el
remolque. Más adelante, las veredas se ensanchaban y el humo silencioso de las
ventanas encendidas del pueblo clareaba la espera de sus moradores. Los ojillos
pardos de “Tundra” no paraban de avizorar en zigzag por la única calle; hice lo
correcto y me puse la mascarilla y los guantes. Detrás, el ensanche de esta vía,
cuyo cemento estaba vencido de años, se había convertido en la plaza de Rio Luz
y en el punto de encuentro de Marcial “el Tomate”, Crescencia “la Molinera”, Maider
“la Vasca” y una cuarentena de vecinos que, separados a más de dos metros, se
iban turnando para que les entregara los encargos del pasado jueves.
-
Decirle a Tomas
el de la panadería que me aparte cuatro hogazas para Otero, ¿ha pasado alguien
por aquí?- pregunté a Juan, el mayor de todos, que hace las veces de alcalde.
Un
ligero ladeo de cabeza y la sonrisa por el paquete anhelado eran las palabras
que esperaba. Miguelito se puso a jugar con “Tundra” hasta que la reprimenda de
su madre truncó la única risa en el ambiente.
-
Todavía habrá
más confinamiento ¿verdad?- me preguntó Hortensia.
-
Dicen que hasta
el 26 de abril pero “la cosa” se alargará más, ¡el jueves vengo otra vez! ¿tengo
todas las notas con los “recaos”?
<<Cuídate
mucho; recuerdos a los de Otero; a ver si se acaba esto…>> las frases se
agolpaban en aquella plaza de un pueblo de la España vacía que parecía revivir
tiempos inciertos del pasado. Al subir, de nuevo, las montañas, las curvas del
río Ardáligas me hicieron virar el volante y la perra gimoteaba mareada. Sobre
el salpicadero del Suzuki se mezclaba el polvo, crotales de las vacas, cartuchos
de la escopeta, una campanilla vieja sin badajo y, bailando al compás de los
baches, una caperuza cetrera de halcón con una pluma remera de buitre.
-
Tranquila “Tundra”-
dije palpando el lomo del mastín- dos curvas más y llegamos.
Dicen
los entendidos que en Otero existe una pila bautismal en la Iglesia que era de
cuando se bautizaba por inmersión y que la trajeron de un monasterio de
Galicia. A mí lo que me gusta es la torre de madera que tiene el antiguo
ayuntamiento y ese cartel a la entrada que pone “Nitrato de Chile”. Allí si hay
una plaza con una fuente de piedra con cuatro chorros y una casa señorial con
soportales donde se habían distribuidos los vecinos para que les repartiera lo
que me habían anotado.
-
¡Me has traído eso!-
Nicolás “el maragato” se coló de todos y me miró con ojos suplicantes.
Le
hice la señal de silencio y le di cuatro “litronas” envueltas en bolsas de
supermercado. Los niños de María se habían puesto muy contentos con la tablet para
poder seguir las clases, aunque tuvieran que subirse al repetidor a buscar
cobertura. La comida estaba envuelta en papel de periódico o en cartón, las
bolsas no abundaban.
-
Para que luego
nos digan que tiramos plástico, ¡si no tenemos!, ¿este es el tinte?- le digo a
Pilar.
-
Si- musitó con
la cabeza tímida- llévale esto a la de “Reguera” anda.
La
carretera acababa a dos kilómetros de llegar al último pueblo. La tarde
parpadeaba grisácea y las zarzas que limpié hace tres semanas no se atrevían a
invadir, de nuevo, el camino. Solo había una lámpara encendida con una bombilla
desnuda en la primera casa. La mujer se llamaba Inés y presentaba un aspecto
asilvestrado al que, sin embargo, estoy acostumbrado; sus pelos rubios se retorcían
enmarañados y contrastaban con las arrugas y su tez morena. Ese aspecto de
ermitaña hace que “Tundra” siempre la ladre.
-
Aquí tiene el
encargo señora Inés, y estos tomates son de su hija Pilar que me los acaba de
dar… ¿tiene todas la medicinas, quiere que le traiga algo de la farmacia?
-
No hijo, con
esto me vale ¿hasta el jueves no?
Asentí
con la cabeza y, con la nota nueva, volví al coche. Sabía que tenía ganas de
conversación y que, en otras circunstancias, incluso hubiera cenado en su casa;
pero, en la inmensidad de la sierra, con el viento arrastrando una nueva noche;
intentaba cumplir las normas de quienes, muchas veces, no han querido nunca observar.
-
¿Y ese “ganao”?
ay esas vaquitas en el monte sin que estés allí, al aguardo, por si viene el
lobo... ay si no estuvieras tú que íbamos a hacer los cuatros viejos que
quedamos en estos pueblos olvidados… y dice la tele que si héroes en los
hospitales, en la policía, en los bomberos, ¿y acaso tú no?, ¿Qué eres tú? ¡un héroe también!,
si no te lo dice nadie te lo digo yo.
Sonrío
tranquilo porque “Peluso” y “Extremeña” no se separarán de las vacas, armados
con sus carlancas artesanas; pero, en esa única calle, con el silencio como
testigo, es la primera vez que me da por pensar en eso del héroe. Abro la boca
para decir algo pero la mirada de “Tundra” evita que mis palabras estropeen mi
gesto.
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