jueves, 28 de marzo de 2019

CON TRES AÑITOS


Con tres añitos la vida entra en las palabras
como la raíz a la tierra.
Esos secretos que solo tú entiendes
se descifran arropados entre mantas de sueño,
a través de las líneas que salpican los cuentos
que cada noche memorizas…

Con tres añitos los pasos se convierten en carreras
abalanzándose en la luz de tu risa,
en la gracia  con que observas el mundo;
tantos  desafíos de deseos en las tardes
atrapadas de sol, con las puertas entornadas
que tus pupilas intentan descifrar;
donde el aroma de los versos sabe a la tinta
de un garabato sobre la arena esparcida;
la plaza es solo un planeta
dentro del universo donde nacen los juegos;
el tronco de los árboles
parecen vértices que cubren la memoria
de tus días, del color que asoma en tus mejillas.

Con tres añitos los gritos son necesarios
como las murallas de los fortines;
se crea esa dependencia con que bailan tus cabellos
al compás del viento, con que exploran las ventanas
los ojos de los pájaros;
cuando descansan, a lo lejos, horizontes inmensos
de relojes detenidos
que no comparten la idiosincrasia del tiempo.

Con tres añitos mi mundo
se cierra solo ante ti;
aquellos lugares inhóspitos esperan
el murmullo de tus sensaciones,
el beso de las danzas que comparten las sombras
mientras la luz abre sus manos a la primavera.

Con tres añitos, las horas asimilan la vida
y los segundos se consumen con una sonrisa
fructífera.

JBB. 29/03/2019.


martes, 12 de marzo de 2019

UNA OVEJA EN LA ESTACIÓN DE TREN


El pasado 23 de febrero de 2019, una oveja salió de su rebaño, cogió el camino de Magacela, atravesó la carretera, surcó la urbanización “Las Mimosas” y siguió, vía adelante, hasta presentarse en la estación de Villanueva de la Serena para sorpresa de los viajeros que, una vez más, compraron el billete de la “gran aventura del tren extremeño”. Lejos de asustarse, el animal se quedó inmóvil, tranquilo, observando algo que, sin duda, se nos escapa a todos.
Aunque parezca inverosímil, las ovejas me recuerdan  a los trenes; siempre juntas como vagonetas imposibles acopladas a los pliegues de la sociedad ganadera. Donde entra una entran todas y es, precisamente, por este comportamiento tan unionista lo que revela lo peculiar del caso.
Pero no es por eso por lo que me recuerdan a los trenes, sino porque, por donde iba a pasar la vía del tren en La Cumbre, hoy solo transitan ovejas, pegadas las unas a las otras, sorteando escobas y creando las veredas que nos conducen a los lugares perdidos del pasado.

El tren fue un espejismo en nuestra comarca a principios del siglo XX, un destello de luz de luciérnagas bajo una noche de verano, una cabezonería de unos pocos, inclinados al progreso y a la industrialización del territorio, que luchaban contra otros pocos, amantes de lo tradicional y conservadores de unas costumbres arrastradas desde el Antiguo Régimen; y  en medio, los pueblos morenos de asfixiantes estíos y curtidos en los vientos que arreciaban y parecían arremolinarse, una y otra vez, para no llevarlos a ninguna parte.
Los detalles de la historia del tren que pudo ser y no fue los tengo reservado para mi futura publicación (perdonadme que los guarde de momento); pero, resumiendo, fue un “tira y afloja” de más de 30 años, elevando el problema a nivel nacional; pues, sobre la mesa, también estaban los intereses mineros de Logrosan y las trabas de los sectores conservadores de Trujillo y terratenientes de alrededores, quienes veían el peligro de una avalancha de prosperidad sobre la masa campesina que controlaban, y que desembocaría en el auge del transporte, negocios, fábricas, comunicaciones… prosperidad, en una palabra, “utilidad pública” como la llamaban los promotores de las sociedades de entonces, centradas en el asunto.
Más de cien años después, que se dice pronto, el tren en Extremadura sigue arrastrando la losa de la desigualdad y el abandono; se hunden las infraestructuras y descarrilan los despojos de un medio de transporte que, por nuestros cielos, trazó una línea tímida, sin avales de conciencia segura, porque nunca se quiso que los beneficios industriales que conllevaba calasen en nuestra economía; nunca fue una intención manifiesta acercar, a golpe de locomotora,  a los pueblos y ciudades que custodiaban los campos y dehesas donde marqueses, condesas, duques y doñas manipulaban a placer.
Ahora se busca y se reivindica, por los menos que las infraestructuras construidas se renueven y los convoyes ofrezcan la suficiente calidad para no pararse en mitad del campo, o retrasarse desmesuradamente, o arder, en medio de la desolación de todos los/as extremeños/as que clamamos un tren digno para nuestra tierra: protestando, manifestándonos o con un remanso de versos, como los que se leyeron en Badajoz hace un año y donde tuve el gusto (y el honor) de participar.

El lugar de La Cumbre que hablo es muy especial, hay que ir, no se pasa; las escobas habrán florecido y convertirán a las pizarras en pequeñas penínsulas ancladas a la tierra sobre un mar blanco; las ovejas atravesarán las pasaderas y espolvorearán las veredas en una calma infinita, donde extrañas construcciones duermen un sueño, el anhelo que transita en un susurro de aquellos que apostaron por el progreso.

* Foto de Toni Ángeles Martín