No sabes qué es la
lluvia, pero la luz crece en el bosque
mientras cala tu mirada
el barro de todo principio;
aún no disfrutas del
aire y el paisaje transcurre con aplomo,
bajo el añil del
atardecer se eleva el canto de las flores recién abiertas.
No sabes decir una
palabra, solo sientes el latir del mundo,
el murmullo de las
nubes en tus gestos
que sonríen,
frágilmente, enjabonados de esperanza;
instantes alargados y
aventurados al tiempo,
como el vuelo del
pájaro que ha perdido el miedo.
No conoces lo qué es un
árbol, pero tus raíces se hunden en la tierra
que labraron tus
apellidos,
en el beso consciente
que pule la inocencia de tus ojos.
Solo tú eres capaz de
otorgar alegría al llanto,
encender el verbo
“nombrar” mientras se cobija en un abrazo,
observar el rostro que
te mira, el gozo de tus manos
dibujar circunferencias
llenas de deseos;
solo tú otorgas a la
definición de amor el sabor que le corresponde.
No sabes saltar el río,
pero este fluye poblado
de balbuceos
a cuyas piedras se
encadena tu bienvenida,
y los remolinos
reverberan sentimientos encontrados.
Truenan las horas
nubladas del oeste,
pronostica tu llegada
un viento galeno,
acumulas episodios
mientras soy testigo de cómo vas trazando la infancia,
el resplandor que deja
nuestra convivencia,
el instante en que soy
capaz de decir tu nombre.
Hola, necesito contactar contigo por uno de los artículos de este blog. ¿Podrías facilitarme un e-mail de contacto? Gracias
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