miércoles, 15 de abril de 2020

CONFINADO


Unos versos en cuaresma
me despiertan de lo que soy,
en medio de una siesta de inertes
horas, donde solo se escucha el péndulo
de un reloj también dormido.

No hay senderos para pedalear
ni formas que dar al paraíso,
solo la casa donde el espacio
precede al encuentro.

A pesar de todo, en la entrada,
las flores blancas del jazmín
se rebelan de fragancias
dispuestas a no declinar el tiempo
que vivimos, a seguir meciéndose al sol
de la tarde, a franquear murallas
invisibles que ni nosotros podemos ver.

Es en el silencio donde no estamos cómodos,
uno quisiera que esta avalancha de puertas cerradas
fuera fugaz en las salas de espera
de quienes quisieran volver;
me gustaría que todos los refugios
tuvieran ese manto mágico
que les suponemos a los lugares sagrados.

Confinado y acuartelado de libros,
reviso cartas, notas, emails y audios de colegio;
no imagino el mundo si su vuelo,
me atrevería a decir que el aire está más limpio
y la tierra procura germinar el fruto
de quien anuncia el paso de los días.

No soy quien para disertar sobre esta incertidumbre,
abro los ojos en el patio donde mi rastro se repite
en medio de elucubraciones que se antojan absurdas
si las comparamos con la actitud
de quienes están en primera línea;
solo puedo no contribuir a la verborrea sin sentido
que manchan las redes sociales, agolpadas
con sed de asedios que solo conducen a la impotencia.

A través de la ventana o en el pequeño balcón
aplaudimos al aire contemplando el anonimato
de nuestro gesto, como despidiéndonos de otro día
en el que la calma parte de nuestras miradas
hacia el silencio de las calles,
donde solo se escucha el péndulo
de un reloj, también dormido.



Jesús Bermejo Bermejo. La Cumbre, 10 de abril de 2020.







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