Río
Tajo a su paso por Extremadura, enero de 1879.
La narración del
capitán americano retumbaba en la bóveda del casino por las expectación de sus
contertulios; años de juegos y conversaciones entre ellos, comentando las
tardías noticias que llegaban de fuera, sufridas o beneficiadas siempre desde la
lejanía, los habían convertido en un selecto club aburrido que tenía que
lidiar, al salir de aquellas puertas, con la gente corriente, la que ellos
constantemente miraba por encima del hombro, la que constituía, paradójicamente
para ellos, la composición de su país. Todos sabían que aquella conversación
les daría para meses y meses de tertulia ininterrumpida, jugando al mus o
haciendo bailar las bolas de un decrepito billar, acuartelado en una esquina de
la estancia principal; de todo ello era consciente aquel extranjero con aquel
extraño traje de baño.
- En
Puente del Arzobispo, por la tarde, fuimos a ver la prisión del
pueblo, me interesé por la situación de los reos y estos me contaron su
historia individual; uno de ellos, “Marrajo”
creo que se llamaba, me rogó que le pidiera al Gobernador que les dejara verle
partir al día siguiente.
-
¿y accedió el Gobernador a la petición
del criminal?- se interesó don Emeterio el
alcalde.
-
No sé si por mi presencia o no pero la
verdad es que sí, los presos estaban en la orilla del río al día siguiente y me
despidieron sonrientes, alzando los brazos al sol, enjuagándose con los vítores
del resto de vecinos.
-
Una vez en el agua, más abajo, el Tajo
se apretaba, parecía encogerse entre la roca viva; dispuesto a que no me pasara
lo mismo que en Puente del Arzobispo, ponía especial cuidado en las
turbulencias que iban y venían; cuando salí me encontré a un matrimonio que estaba
con las ovejas, fueron muy hospitalarios y me dejaron dormir aquella noche en
su cabaña. Pasadas unas horas, de repente, en plena madrugada, unos golpes
secos retumbaron la puerta, al abrir nos encontramos a una pareja de la Guardia
Civil con los fusiles en ristre.
-
¿Se presentaron a detenerle o a esos
pastores?- preguntó don Juan el
secretario frunciendo el ceño.
-
La verdad es que todos nos pegamos un
buen susto, los agentes de la ley me tranquilizaron diciéndome que estaban allí
de parte del Rey Alfonso XII para
ofrecerme protección y asistencia.
-
¿Y que hizo usted?- saltó el alcalde.
-
¿Qué que hice? Les di las gracias y
seguí durmiendo.
-
¡Les dio las gracias y siguió durmiendo
en aquella choza!- corearon el cura, el secretario, el boticario y el alcalde; don Paco el ganadero solo miraba a unos
y a otros esperando su reacción.
La risa de todos
desencadenó, por primera vez, una verdadera algarabía desde que empezó la
comida, Paul Boyton no tuvo más
remedio que unirse a las carcajadas.
-
Al día siguiente volví a zambullirme, atravesé
cárcavas donde la vegetación apenas dejaba entrar la luz del sol; no me
encontré a nadie, al caer la noche los aullidos de los lobos coreaban el valle,
los vi deslizarse con maestría ladera abajo, había luna llena y podía observar
sus siluetas merodear entre las encinas y las escobas; dispuesto a no correr
más riesgos de los necesarios, resolví seguir hacia adelante y durante unos
días dormía de día y navegaba de noche.
-
¡Malditas alimañas! Más de una oveja me
han costao esos demonios- exclamó don Paco, palpándose, inconscientemente, su
bolsillo.
-
Tras unos días así, ¡por fin entré en
Extremadura!, en el Puente de Almaraz me esperaba una comitiva parecida a la
que encontré en Talavera; el Gobernador de Cáceres me dio la bienvenida a
tierras extremeñas, celebramos mi llegada con un gran banquete en una carpa que
había levantado en la misma orilla del río.
-
¿Le dijo algo en
especial el señor Gobernador?- intervino don Juan el Secretario.
-
No, bueno, en realidad sí, me previno
más bien, jajajaja ¡todos los altos cargos que he conocido en este viaje no han
hecho más que prevenirme!... me dijo que más adelante se encontraban los
peligrosos rápidos del “Salto del Gitano”, la verdad es que no se equivocaba el
Gobernador, en más de una ocasión fui arrastrado por alguno de esos rápidos y
golpeado contra las estructuras enormes de pizarras que coronan esa parte del
Tajo; más adelante un remolino me tragó literalmente, me empujó hasta las
profundidades, no sé cómo pude salir a la superficie.
-
¡Dios mío, está usted loco al tentar a
nuestro señor de esa manera!- encolerizó
don Esteban el cura.
-
Sólo hay dos palancas que muevan a los
hombres padre: el miedo y el interés; no lo pienso yo solo, ya lo dijo Napoleón Bonaparte. A mi parecer las
dos cosas hacen que queramos perseguir nuestros objetivos de una manera mucho
más romántica y ferviente.
-
¡Jajajajaja es usted un temerario
capitán Boyton!- estalló de júbilo don Emeterio el alcalde ante la mirada
desaprobatoria del párroco.
-
El caso es que puedo confirmar por
experiencia que aquellos parajes son los más duros y salvajes del río; en el
“Salto de Quitasustos” se desgarró una pernera de mi traje, menos mal que unos
pescadores me ayudaron a coserlo bien, ya por Garrovillas de Alconetar.
Después, he estado un par de días “nadando” aguas abajo, hasta asustar esta
mañana a los dos muchachos que estaban cuidando sus cabras en la ladera derecha
del río y encontrarme con ustedes, mis respetados amigos, en esta tarde tan
jovial y a la vez mesurada.
En ese instante se
produjo el silencio, Paul Boyton había terminado su relato y la primera
sensación de sus oyentes fue de malestar por no poder seguir oyendo, aún más,
sus aventuras. A don Emeterio el alcalde le pareció correcto terminar la
intervención del hombre pez con un aplauso; con su aspecto rechoncho se levantó
y empezó a dar palmadas, los demás le miraron extrañados pero acto seguido
imitaron su gesto.
-
¡Magnifico, magnifico don Boyton, no
encuentro palabras, este ha sido un gran día en nuestras vidas y todo gracias a
usted, gracias, muchas gracias!- el entusiasmo del alcalde era colosal.
Todos alabaron la gesta
de este extraño capitán que viajaba enfundado en un traje de caucho vulcanizado,
solamente por el puro placer de demostrar el invento y de saciar su sed de
aventura constante, sumergiéndose en el peligro y la incertidumbre que ofrece
una tierra salvaje y antigua, una tierra que se había convertido en una meca
para los viajeros de otros países que buscaban la identidad perdida de una
forma de vida, olvidada ya en los lugares donde procedían.
Por la tarde pasearon
por el pueblo y la gente, conocedora del objetivo de aquel visitante americano,
se arremolinaba curiosa entorno a las calles por donde pasaban; los chiquillos danzaban
saltando por detrás de las autoridades, ya había dispuesto el alcalde que los
vecinos engalanaran los balcones con mantas floreadas y banderas nacionales; un
gran arco de flores decoraba la entrada a la plaza y al llegar a ella el
aplauso del pueblo coreó la entrada de las autoridades. En un improvisado libro
de firmas, Paul Boyton trazó su estancia y su agradecimiento; tío Nicasio Avis, un fotógrafo ambulante,
se apresuró a sacar varias instantáneas del momento; los hombres lucían orgullosos junto al aventurero de ojos claros
y el resto de la población, en segundo plano, observando el prototipo en el
trípode de forma extraña y, de fondo, una
fachada del ayuntamiento que todavía sangraba, por una desproporcionada
grieta, la consecuencias del terremoto de Lisboa, en 1755.
Durante unos días, el
“cetáceo”, que era como le conocía la prensa británica, navegó las aguas del
Tajo, sorteando cañones rocosos y grandes cascadas. Más adelante no existe
ningún pueblo en sus orillas por lo que la soledad volvió a invadir a Lord
Boyton, soledad interrumpida por el vaivén de las olas y el sonido de la
naturaleza, algunas veces amiga y otras enemiga, como los gritos nocturnos que
se arremolinaban en las noches salvajes de aquella Extremadura indómita.
Alcántara esperaba con
mucha ilusión la llegada del hombre pez, el capitán recibió a la población
haciendo alarde de su vela y su maestría para zigzaguear las corrientes, en un
acto de autosuficiencia, en medio del río, con los enormes pilares del puente
romano sobre su cabeza, Boyton se presentó ante las autoridades fumando un
puro, alardeando de la eficacia de su traje, hecho que causó un gran asombro
entre los presentes.
Como no había parado
desde que dejó el pueblo protagonista de nuestra historia, se quedó un día en Alcántara;
allí volvió a contar su aventura en una conferencia y asistió a una obra de
teatro. Al día siguiente todos le despidieron efusivamente, el americano se
quedó prendado de las mujeres de Alcántara, en sus notas escribiría más tarde
“Allí encontré las mujeres más hermosas de España”.
Al atravesar la
frontera con Portugal se acabó su aventura extremeña; justo allí, un barco
enviado por el Ministro de Marina portugués le escoltó hasta Lisboa. Las
cárcavas se iban ensanchando y los rápidos se volvían mansa corriente; el río
se hacía mar a cada kilómetro y la vegetación se divisaba cada vez más lejos.
Paul Boyton, el hombre
pez, atravesó el río Tajo en un traje de caucho vulcanizado, esta hazaña
cobraba fuerza con cada milla ganada, nadó e hizo parada de Castelo Branco,
Abrantes y Santarem hasta llegar a Lisboa, el destino final, tras recorrer más
de 700 kilómetros. Unas 200.000 personas le estaban esperando; allí le hicieron
entrega de las cartas de felicitación del rey Alfonso XII de España y del
Ministro de Marina de Portugal, en una Conferencia a los miembros de la
Sociedad Geográfica de Lisboa, donde contó su historia por enésima vez; después,
las celebraciones se sucedieron entre vítores y alegrías, nadie, absolutamente
nadie en la Península Ibérica de 1879, había intentado navegar el río Tajo en
un barco, no digamos en un traje extraño, que hace flotar a quien le viste, y
con el que se puede navegar, con una vela en sus botas y unas jarcias bien
tensadas.
Don Emeterio el alcalde
no tenía tiempo para las gestiones del ayuntamiento, como un ciervo acosado
corría por las calles del pueblo en dirección al casino a ver la noticia de “su
camarada” Boyton, en el periódico que Matías
el cartero traía casi todas las semanas. Don Emeterio, sentado ya en el sillón
de terciopelo envejecido, sudando chorreones líquidos como una vela en misa,
albergaba la esperanza de que “su amigo” le nombrara y de esta forma pavonearse
desmesuradamente delante de don Juan el secretario, don Esteban el cura y don
Leopoldo el boticario. La noticia contaba, a grandes rasgos, el trayecto del
americano; al final del texto se advertían, en letra cursiva, una declaraciones
del protagonista, el alcalde tragó saliva y abriendo, aun mas, los ojos
leyó: Puedo recalcar, al finalizar mi viaje, que pese a haber sido advertido de que mi vida
corría peligro por las gentes salvajes e ignorantes que habitan las orillas del
Tajo, sólo he encontrado a mi paso personas hospitalarias y generosas, tanto en
España como en Portugal. Destaco también que, aunque llevaba conmigo suficiente
provisión de dinero, no he conseguido que nadie aceptase mi gratitud por los
favores que me prestaron, fuese cual fuese su condición.
La noticia se cerraba
con la intención del capitán Paul Boyton de cruzar el Estrecho de Gibraltar desde
Algeciras a Ceuta. Don Emeterio cerró decepcionado el periódico justo en el
momento en el que don Leopoldo entraba, alertado también por la noticia
periodística.
-
¿Qué cuenta nuestro amigo acuático?-
preguntó sin evitar su excitación.
-
¡Míralo tú mismo!- refunfuñó el alcalde
a la vez que se levantaba y salía de la estancia decepcionado.
Ya en la calle, don
Emeterio se encendió un puro; en ese momento pasó un rebaño de cabras capitaneadas
por Cirilo y Basilio, el alcalde y los muchachos cruzaron miradas en silencio,
Basilio balbuceó algo, como si fuera a hablar, pero al final calló, bajó la
cabeza y siguió adelante; el rechoncho regidor se quedó mirando el puro y, acto
seguido, lo arrojó con rabia, iba a volver a entrar pero, en un acto reflejo, cambio
de parecer y se apresuró al ayuntamiento, justo en la misma dirección de los
cabreros; mientras andaban, antes de separarse, iban pisando, por igual medida,
las cagarrutas que iban dejando las cabras, impacientes por dar cuenta del
pasto crecido en las laderas del Tajo.
Jesús
Bermejo Bermejo Madrid,
abril de 2014.
Nota: Historia muy
curiosa e interesante que adapto de la información, encerrando un gran trabajo
de investigación, del biólogo Atanasio
Fernández García en su blog titulado “Desde mi Chajurdo”. En él se cuenta
estos datos y amplia aún más la historia de este americano que iba navegando
con su traje de caucho vulcanizado ríos y mares, eligiendo entre ellos el río
Tajo de 1879, un río muy cercano a nosotros pero muy diferente en aquella
época, pues hay que tener presente que no existían los embalses que hay ahora,
con las modificaciones que estos afectan sobre el caudal, ect.
Hola Juan Jesús, encantado de saludarte! Casualmente he llegado a tu blog haciendo una búsqueda en Google y me he llevado le enorme sorpresa de econtrar estas dos maravillosas entradas sobre el "Monstruo del Tajo". Me algro de que mi blog te sirviera de referente y de inspiración, pero has hecho una preciosa y brillante recreación del paso de capitán Boyton por Extremadura, que he disfrutado leyendo enormemente. También me complace encontrar alguien más que siente la misma pasión que yo por este curioso personaje, tan injusta e inexplicablemente olvidado por la historia. Enhorabuena también por tu blog, donde he econtrado otras muchas entradas muy interesantes. Un cordial saludo!
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