viernes, 17 de abril de 2015

EL MONSTRUO DEL TAJO (y 2)

Río Tajo a su paso por Extremadura, enero de 1879.

La narración del capitán americano retumbaba en la bóveda del casino por las expectación de sus contertulios; años de juegos y conversaciones entre ellos, comentando las tardías noticias que llegaban de fuera, sufridas o beneficiadas siempre desde la lejanía, los habían convertido en un selecto club aburrido que tenía que lidiar, al salir de aquellas puertas, con la gente corriente, la que ellos constantemente miraba por encima del hombro, la que constituía, paradójicamente para ellos, la composición de su país. Todos sabían que aquella conversación les daría para meses y meses de tertulia ininterrumpida, jugando al mus o haciendo bailar las bolas de un decrepito billar, acuartelado en una esquina de la estancia principal; de todo ello era consciente aquel extranjero con aquel extraño traje de baño.

-        En Puente del Arzobispo, por la tarde, fuimos a ver la prisión del pueblo, me interesé por la situación de los reos y estos me contaron su historia individual; uno de ellos, “Marrajo” creo que se llamaba, me rogó que le pidiera al Gobernador que les dejara verle partir al día siguiente.

-          ¿y accedió el Gobernador a la petición del criminal?- se interesó don Emeterio el alcalde.

-          No sé si por mi presencia o no pero la verdad es que sí, los presos estaban en la orilla del río al día siguiente y me despidieron sonrientes, alzando los brazos al sol, enjuagándose con los vítores del resto de vecinos.  


-          Una vez en el agua, más abajo, el Tajo se apretaba, parecía encogerse entre la roca viva; dispuesto a que no me pasara lo mismo que en Puente del Arzobispo, ponía especial cuidado en las turbulencias que iban y venían; cuando salí me encontré a un matrimonio que estaba con las ovejas, fueron muy hospitalarios y me dejaron dormir aquella noche en su cabaña. Pasadas unas horas, de repente, en plena madrugada, unos golpes secos retumbaron la puerta, al abrir nos encontramos a una pareja de la Guardia Civil con los fusiles en ristre.

-          ¿Se presentaron a detenerle o a esos pastores?- preguntó don Juan el secretario frunciendo el ceño.

-          La verdad es que todos nos pegamos un buen susto, los agentes de la ley me tranquilizaron diciéndome que estaban allí de parte del Rey Alfonso XII para ofrecerme protección y asistencia.

-          ¿Y que hizo usted?- saltó el alcalde.

-          ¿Qué que hice? Les di las gracias y seguí durmiendo.

-          ¡Les dio las gracias y siguió durmiendo en aquella choza!- corearon el cura, el secretario, el boticario y el alcalde; don Paco el ganadero solo miraba a unos y a otros esperando su reacción.

La risa de todos desencadenó, por primera vez, una verdadera algarabía desde que empezó la comida, Paul Boyton no tuvo más remedio que unirse a las carcajadas.

-          Al día siguiente volví a zambullirme, atravesé cárcavas donde la vegetación apenas dejaba entrar la luz del sol; no me encontré a nadie, al caer la noche los aullidos de los lobos coreaban el valle, los vi deslizarse con maestría ladera abajo, había luna llena y podía observar sus siluetas merodear entre las encinas y las escobas; dispuesto a no correr más riesgos de los necesarios, resolví seguir hacia adelante y durante unos días dormía de día y navegaba de noche.

-          ¡Malditas alimañas! Más de una oveja me han costao esos demonios- exclamó don Paco, palpándose, inconscientemente, su bolsillo.

-          Tras unos días así, ¡por fin entré en Extremadura!, en el Puente de Almaraz me esperaba una comitiva parecida a la que encontré en Talavera; el Gobernador de Cáceres me dio la bienvenida a tierras extremeñas, celebramos mi llegada con un gran banquete en una carpa que había levantado en la misma orilla del río.

-          ¿Le dijo algo en especial el señor Gobernador?- intervino don Juan el Secretario.

-          No, bueno, en realidad sí, me previno más bien, jajajaja ¡todos los altos cargos que he conocido en este viaje no han hecho más que prevenirme!... me dijo que más adelante se encontraban los peligrosos rápidos del “Salto del Gitano”, la verdad es que no se equivocaba el Gobernador, en más de una ocasión fui arrastrado por alguno de esos rápidos y golpeado contra las estructuras enormes de pizarras que coronan esa parte del Tajo; más adelante un remolino me tragó literalmente, me empujó hasta las profundidades, no sé cómo pude salir a la superficie.

-          ¡Dios mío, está usted loco al tentar a nuestro señor de esa manera!-  encolerizó don Esteban el cura.

-          Sólo hay dos palancas que muevan a los hombres padre: el miedo y el interés; no lo pienso yo solo, ya lo dijo Napoleón Bonaparte. A mi parecer las dos cosas hacen que queramos perseguir nuestros objetivos de una manera mucho más romántica y ferviente.

-          ¡Jajajajaja es usted un temerario capitán Boyton!- estalló de júbilo don Emeterio el alcalde ante la mirada desaprobatoria del párroco.

-          El caso es que puedo confirmar por experiencia que aquellos parajes son los más duros y salvajes del río; en el “Salto de Quitasustos” se desgarró una pernera de mi traje, menos mal que unos pescadores me ayudaron a coserlo bien, ya por Garrovillas de Alconetar. Después, he estado un par de días “nadando” aguas abajo, hasta asustar esta mañana a los dos muchachos que estaban cuidando sus cabras en la ladera derecha del río y encontrarme con ustedes, mis respetados amigos, en esta tarde tan jovial y a la vez mesurada.

En ese instante se produjo el silencio, Paul Boyton había terminado su relato y la primera sensación de sus oyentes fue de malestar por no poder seguir oyendo, aún más, sus aventuras. A don Emeterio el alcalde le pareció correcto terminar la intervención del hombre pez con un aplauso; con su aspecto rechoncho se levantó y empezó a dar palmadas, los demás le miraron extrañados pero acto seguido imitaron su gesto.
-          ¡Magnifico, magnifico don Boyton, no encuentro palabras, este ha sido un gran día en nuestras vidas y todo gracias a usted, gracias, muchas gracias!- el entusiasmo del alcalde era colosal.

Todos alabaron la gesta de este extraño capitán que viajaba enfundado en un traje de caucho vulcanizado, solamente por el puro placer de demostrar el invento y de saciar su sed de aventura constante, sumergiéndose en el peligro y la incertidumbre que ofrece una tierra salvaje y antigua, una tierra que se había convertido en una meca para los viajeros de otros países que buscaban la identidad perdida de una forma de vida, olvidada ya en los lugares donde procedían.

Por la tarde pasearon por el pueblo y la gente, conocedora del objetivo de aquel visitante americano, se arremolinaba curiosa entorno a las calles por donde pasaban; los chiquillos danzaban saltando por detrás de las autoridades, ya había dispuesto el alcalde que los vecinos engalanaran los balcones con mantas floreadas y banderas nacionales; un gran arco de flores decoraba la entrada a la plaza y al llegar a ella el aplauso del pueblo coreó la entrada de las autoridades. En un improvisado libro de firmas, Paul Boyton trazó su estancia y su agradecimiento; tío Nicasio Avis, un fotógrafo ambulante, se apresuró a sacar varias instantáneas del momento; los hombres lucían  orgullosos junto al aventurero de ojos claros y el resto de la población, en segundo plano, observando el prototipo en el trípode de forma extraña y, de fondo, una  fachada del ayuntamiento que todavía sangraba, por una desproporcionada grieta, la consecuencias del terremoto de Lisboa, en 1755.

Durante unos días, el “cetáceo”, que era como le conocía la prensa británica, navegó las aguas del Tajo, sorteando cañones rocosos y grandes cascadas. Más adelante no existe ningún pueblo en sus orillas por lo que la soledad volvió a invadir a Lord Boyton, soledad interrumpida por el vaivén de las olas y el sonido de la naturaleza, algunas veces amiga y otras enemiga, como los gritos nocturnos que se arremolinaban en las noches salvajes de aquella Extremadura indómita.

Alcántara esperaba con mucha ilusión la llegada del hombre pez, el capitán recibió a la población haciendo alarde de su vela y su maestría para zigzaguear las corrientes, en un acto de autosuficiencia, en medio del río, con los enormes pilares del puente romano sobre su cabeza, Boyton se presentó ante las autoridades fumando un puro, alardeando de la eficacia de su traje, hecho que causó un gran asombro entre los presentes.

Como no había parado desde que dejó el pueblo protagonista de nuestra historia, se quedó un día en Alcántara; allí volvió a contar su aventura en una conferencia y asistió a una obra de teatro. Al día siguiente todos le despidieron efusivamente, el americano se quedó prendado de las mujeres de Alcántara, en sus notas escribiría más tarde “Allí encontré las mujeres más hermosas de España”.

Al atravesar la frontera con Portugal se acabó su aventura extremeña; justo allí, un barco enviado por el Ministro de Marina portugués le escoltó hasta Lisboa. Las cárcavas se iban ensanchando y los rápidos se volvían mansa corriente; el río se hacía mar a cada kilómetro y la vegetación se divisaba cada vez más lejos.

Paul Boyton, el hombre pez, atravesó el río Tajo en un traje de caucho vulcanizado, esta hazaña cobraba fuerza con cada milla ganada, nadó e hizo parada de Castelo Branco, Abrantes y Santarem hasta llegar a Lisboa, el destino final, tras recorrer más de 700 kilómetros. Unas 200.000 personas le estaban esperando; allí le hicieron entrega de las cartas de felicitación del rey Alfonso XII de España y del Ministro de Marina de Portugal, en una Conferencia a los miembros de la Sociedad Geográfica de Lisboa, donde contó su historia por enésima vez; después, las celebraciones se sucedieron entre vítores y alegrías, nadie, absolutamente nadie en la Península Ibérica de 1879, había intentado navegar el río Tajo en un barco, no digamos en un traje extraño, que hace flotar a quien le viste, y con el que se puede navegar, con una vela en sus botas y unas jarcias bien tensadas.

Don Emeterio el alcalde no tenía tiempo para las gestiones del ayuntamiento, como un ciervo acosado corría por las calles del pueblo en dirección al casino a ver la noticia de “su camarada” Boyton, en el periódico que Matías el cartero traía casi todas las semanas. Don Emeterio, sentado ya en el sillón de terciopelo envejecido, sudando chorreones líquidos como una vela en misa, albergaba la esperanza de que “su amigo” le nombrara y de esta forma pavonearse desmesuradamente delante de don Juan el secretario, don Esteban el cura y don Leopoldo el boticario. La noticia contaba, a grandes rasgos, el trayecto del americano; al final del texto se advertían, en letra cursiva, una declaraciones del protagonista, el alcalde tragó saliva y abriendo, aun mas, los ojos leyó:  Puedo recalcar, al finalizar mi viaje, que  pese a haber sido advertido de que mi vida corría peligro por las gentes salvajes e ignorantes que habitan las orillas del Tajo, sólo he encontrado a mi paso personas hospitalarias y generosas, tanto en España como en Portugal. Destaco también que, aunque llevaba conmigo suficiente provisión de dinero, no he conseguido que nadie aceptase mi gratitud por los favores que me prestaron, fuese cual fuese su condición.

La noticia se cerraba con la intención del capitán Paul Boyton de cruzar el Estrecho de Gibraltar desde Algeciras a Ceuta. Don Emeterio cerró decepcionado el periódico justo en el momento en el que don Leopoldo entraba, alertado también por la noticia periodística.
-          ¿Qué cuenta nuestro amigo acuático?- preguntó sin evitar su excitación.
-          ¡Míralo tú mismo!- refunfuñó el alcalde a la vez que se levantaba y salía de la estancia decepcionado.

Ya en la calle, don Emeterio se encendió un puro; en ese momento pasó un rebaño de cabras capitaneadas por Cirilo y Basilio, el alcalde y los muchachos cruzaron miradas en silencio, Basilio balbuceó algo, como si fuera a hablar, pero al final calló, bajó la cabeza y siguió adelante; el rechoncho regidor se quedó mirando el puro y, acto seguido, lo arrojó con rabia, iba a volver a entrar pero, en un acto reflejo, cambio de parecer y se apresuró al ayuntamiento, justo en la misma dirección de los cabreros; mientras andaban, antes de separarse, iban pisando, por igual medida, las cagarrutas que iban dejando las cabras, impacientes por dar cuenta del pasto crecido en las laderas del Tajo.



Jesús Bermejo Bermejo         Madrid, abril de 2014.




Nota: Historia muy curiosa e interesante que adapto de la información, encerrando un gran trabajo de investigación, del biólogo Atanasio Fernández García en su blog titulado “Desde mi Chajurdo”. En él se cuenta estos datos y amplia aún más la historia de este americano que iba navegando con su traje de caucho vulcanizado ríos y mares, eligiendo entre ellos el río Tajo de 1879, un río muy cercano a nosotros pero muy diferente en aquella época, pues hay que tener presente que no existían los embalses que hay ahora, con las modificaciones que estos afectan sobre el caudal, ect.



1 comentario:

  1. Hola Juan Jesús, encantado de saludarte! Casualmente he llegado a tu blog haciendo una búsqueda en Google y me he llevado le enorme sorpresa de econtrar estas dos maravillosas entradas sobre el "Monstruo del Tajo". Me algro de que mi blog te sirviera de referente y de inspiración, pero has hecho una preciosa y brillante recreación del paso de capitán Boyton por Extremadura, que he disfrutado leyendo enormemente. También me complace encontrar alguien más que siente la misma pasión que yo por este curioso personaje, tan injusta e inexplicablemente olvidado por la historia. Enhorabuena también por tu blog, donde he econtrado otras muchas entradas muy interesantes. Un cordial saludo!

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