lunes, 19 de diciembre de 2011

HISTORIAS DE "LA JARA"

HISTORIAS DE LA JARA
I
Paseo por el valle de la “Charca Runel” perdido entre la niebla, el viento sopla débilmente por toda la hondonada, removiendo las hojas caídas de los chopos que tapan toda la hierba con su alfombra otoñal. Todo está solitario en su propio silencio y es inevitable el olor de las higueras, cuyas raíces penetran entre las paredes del molino y destruyen el viejo muro de la charca, estallando como cuñas naturales.
Poseído ya por las malas hierbas y en un perpetuo abrazo con las zarzas y el musgo, el molino todavía se deja ver a través de su ventana, donde tiene el nido un búho real, el último habitante de su historia; así, en las noches gélidas de invierno, se escucha desde el interior el canto lúgubre del gran duque, como si de un espíritu se tratase; y todo esto bajo la esencia del agua que embruja al valle, convirtiéndole en un ser vivo y ,al divino elemento, sudor que emana de sus poros.
El pequeño riachuelo, que nace de entre los berrocales hasta dar con el “Gibranzos”, laurea su feudo y, por muchos obstáculos que encuentre, el agua siempre sabe conducirse a través de la tierra, como golpeada, sin dejarse dominar en absoluto, se guía con un instinto casi vivo; puede que sea algo sobrenatural, pero la torrentera choca ferozmente en la roca y yace arrastrándose cuidadosamente por su cauce. ¿Acaso puede tratarse de un gran dios? Puede ser, el agua moldea los riscos y los pone a su merced, enfrentados; belicosos guerreros con lanzas de plata, dejan caer sus corazas ante la reina de la vida: el río, que atraviesa chopos y olmos hasta perderse entre las zarzas, meterse en cuevas de donde no sabemos nada de él, ni siquiera las sierras que lo custodian se pueden explicar tal misterio. ¡Qué cosas de Dios! Cosas que atrás va dejando la vida, que muestra el color verdoso de las plantas, árboles y la maleza que envuelve el paisaje de manera que deja enmarañable todo cuanto le rodea.

Un bosque alrededor del mundo, de ese mundo que quizá, alguno no nos podamos creer que pueda existir todavía, de ese mundo que había estado allí antes que nosotros y que cambió en cuanto le tocamos con la mano.
El arroyo sigue bajando partiendo la sierra, todavía sigue siendo impenetrable la civilización, presenta el cantil una hoja casi prehistórica. Ese verdor, ese aroma, ese color, pero sobre todo, ese ruido que cautiva los tímpanos a los lejos, el chasquido turbulento, encantador, el choque de las gotas al amanecer, la cascadilla enturbiadora… hacen del arroyo lugar enigmático y paradisiaco.
Hoy el valle, olvidado por los hombres, envejece sin más ruidos que los de la propia naturaleza.
Me alejo poco a poco, caminando por una antigua cañada mientras pienso que el búho, seguramente, me estará observando, quizá desde una corpulenta encina, o anclado en los riscos, como el señor que otea sus tierras desde la torre de su castillo.
Dejo el bosque apretado, el último centinela de estos páramos, y abandono al valle, ermitaño del tiempo, paraíso olvidado que, en las noches de luna llena, en las que el viento duerme y reina el silencio en la hondonada, se escuchan silbidos que cruzan los montes y voces que chocan en las pizarras; y hay quien jura haber visto a alguien a la vera del río, y una luz que se escapa del molino, como si todo estuviera embrujado, poseído de un enigma, recordado en su obsolencia.

II
Un día soleado de primavera, unos niños juegan a esconderse alrededor de la “resbalaera”; las encinas y los chaparros crean pequeñas oquedades dilatando el granito que vence al tiempo y al silencio; sus raíces se mezclan con el roquedo de manera que parecen nacidas de la misma piedra. Uno de estos niños salta de una peña a otra, se esconde tras una “escoba” y, agarrando una seca, se desliza por el tobogán natural. Atraviesa una pequeña mancha encinosa donde el humus apenas deja crecer la hierba, y se mete en la cavidad de un gran canchal; arriba, de toda la vida, hay un “cagarrutero” de gineta, la firma de un territorio ultrajado esa mañana por voces infantiles.
Los chavales se han escondido; mientras uno de ellos cuenta, el sol deslumbra la cicatriz lavada de la “resbalaera”, limpia, ausente de musgo, ignorada por los años; al acabar de contar, el niño se desliza, esta vez, con una botella de plástico; pasado un rato se toca la “culera” << ¡mierda!>> exclama cuando se da cuenta del enorme agujero en su pantalón.

III
El Sol transforma el paisaje de “La Jara” en un universo color ocre a la caída de la tarde veraniega. Abuelo y nieto meten las ovejas en el cobertizo donde, previamente, han llenado de alfalfa las comederas; una de las ovejas se queda atrás aturdida:
-         ¡Tráetela pa cá a esa que tiene bichera!- ordena el abuelo.
El animal va dando traspiés hasta que, en el cobertizo, consiguen agarrarla con “el gancho”. << ¡Túmbala!>> vuelve a decir el abuelo; se coge de la pata delantera y trasera de un extremo y, en un golpe maestro, la oveja queda indefensa; << la cabeza que esté siempre en el suelo verás cómo no se levanta>> explica el anciano; con un pequeño palo hurga en la herida producida por la mosca y consigue despojarla de gusanos; luego le echa “polvos de langosto” que tiene en un bote metálico. El animal siente el picor y se revuelve, hombre y muchacho la sujetan con fuerza:
-         La dejaremos aquí para poder curarla mañana; coge el cubo y tráete agua de la charca- concluye el abuelo.

Mientras el nieto va a la charca, el rojo fuego de la tarde cumbreña inunda las oquedades de los portillos donde se siente, en esas horas, “miar” al mochuelo desde los postes de las cercas; el muchacho sabe donde hay una pareja de perdices que  se las oye en una conversación, rompiendo el monótono balido de las ovejas.


IV
Los dos amigos pasean por el monte que les vio crecer, era aquella una necesidad empujada por los años y, más aun, por el paso taimado del tiempo. La perrilla, suelta, furtiva, huronea con su hocico cuantos agujeros y matojos encuentra a su alrededor; de fondo, el silencio estrujado por el viento que pregona el invierno, y a lo lejos,  el zumbido pasajero de los coches circunvalar la carretera que va a Cáceres.
De repente, se encuentran con un cancho teñido de blanco por los excrementos de una rapaz nocturna; están encima de un gran zarzal que sirve de abrigo a las zorras que campean y se asustan por el vocerío de los dos amigos.
En la ajenidad del mundo, los dos muchachos han cumplido 25 años y se sientan a fumar un cigarrillo mientras canta el río y arrebata a la soledad del campo su silencio o, más bien, lo acompaña y colorea el paisaje ante la mirada del viejo molino de “Tío Chirrío”.
Han cumplido 25años, pero lejos de una edad que se despide de la adolescencia, precede la majestuosidad de todo cuanto les rodea.

Jesús Bermejo Bermejo                La Cumbre 2008.

(Pequeñas historias publicadas en el número 2 de la revista “Rodacis”).

Continuaran.

4 comentarios:

  1. estas historias estan miuy chulas

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  2. Jesús estas hecho todo un poeta, nunca mejor dicho...
    Enhorabuena!!!!está todo estupendo. Sigue así y siempre tendrás nuestro pueblo y nuestra tierra en los corazones de todos...
    ah!!!!por cierto, yo quisiera una de nuestras excursiones a la charca y los molinos esta primavera!!!
    Reme

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  3. jesus gracias a tus relatos, esta mañana me he paseado por la jara estando en Badajoz .sigue así, nos haces soñar cn nuestra tierra a la q tanto queremos.

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  4. DEBERIAIS FORMAR UN GRUPO DE SENDERISMO EN EL PUEBLO PARA TODAS LAS EDADES SERIA UNA FORMA DE QUE LA GENTE DEL PUEBLO CONOZCA ESTOS LUGARES Y LOS VALOREN Y RESPETEN

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