viernes, 9 de diciembre de 2011

LA TORRE DE FLORIPES Y EL PUENTE DE ALCONÉTAR


LA TORRE DE FLORIPES Y EL PUENTE DE ALCONÉTAR.

Amores, batallas, balsamos milagrosos, tesoros escondidos en un enclave sumergido hoy día en las aguas del Tajo


Por la N-630, a la altura de embalse de Alcántara, el viento hace bailar las escobas entre grandes oteros de pizarras desnudas, sin árboles, que se pierden entre los recovecos del Tajo, y cuyas cimas se reflejan por la tarde, con las aguas en calma, como una línea divisoria entre dos mundos.
Antes era la principal carretera que comunicaba Cáceres con Salamanca y el norte de Extremadura; y por ella transitábamos, cada vez que íbamos y veníamos de La Cumbre; primero desde Montehermoso y después Plasencia. Eran viajes interminables en un Ford Orión cargado de maletas, cuyo cenit era, precisamente, ese paisaje mágico. Y, como era habitual encontrarse, en ese sinfín de curvas armadas de líneas continuas, con algún camión o maquinaria agrícola; aprovechaba para mirar por la ventana y contemplar el horizonte bañado por el embalse; el puente romano, entre cuyos ojos se colaban las vacas, y una torre “mágica” que, misteriosamente, emergía de las aguas del mayor río ibérico.
Siempre la veía hasta que la perdía entre las curvas, me gustaba distinguir a los cormoranes jugueteando en sus almenas y a las barcas del “Club Náutico” cortando la corriente, en el absoluto contraste del ruido de los motores por el trasiego de vehículos arriba y la calma casi sepulcral abajo, tan solo interrumpida por los sonidos de la naturaleza.
A fuerza de verla una y otra vez, la “Torre de Floripes” despertó en mí un encanto especial; a veces, el nivel del embalse crecía tanto que la engullía por completo; otras, en verano, las aguas del pantano la enseñaban entera y dejaban entrever las murallas de su castillo. Era nuestro pluviómetro particular; aún me acuerdo cuando, en el calor de las conversaciones de viaje al pueblo, con la música de “Juan Luis Guerra”, “Ana Belén y Víctor Manuel” o “Sabina” en el casete de fondo, nos preguntábamos, antes de verla, <<¿Por donde estará el agua en la torre?>>; porque en aquellos años, La Torre de Floripes era para nosotros simplemente “la torre”, no fue hasta años más tarde cuando conocí su nombre, sus historias y su leyendas.



El Castillo de Rocafrida o Castillo de Floripes es una fortaleza, de estilo gótico, construida sobre los restos de otra romana anterior que, a su vez, aprovechó los cimientos de un castro celta. Durante la Edad Media y hasta la construcción del embalse de Alcántara, se hallaba en una loma, y a sus pies un sólido puente romano de doce ojos comunicaba el abrupto enclave y permitía atravesar el río Tajo, en esa época más bravío. Desde ese punto estratégico se divisaba toda la comarca del antiguo pueblo de Alconétar.
Cuenta la leyenda que en el año 800, Carlos I el grande, Carlomagno, invade la Península Ibérica para frenar el avance sarraceno; y envía  a los Doce Pares de Francia, que, en Extremadura, avanzan para conquistar el puente de Mantible y su Castillo.
El Rey de la fortaleza es Fierabrás, bravío mahometano, propietario de un famoso bálsamo, capaz de sanar todas las heridas (Cervantes lo cita varias veces en El Quijote), que guarda cuidadosamente en los sótanos de la torre.
Fierabrás está enamorado ciegamente de su hermana, la bella Floripes, pero está no le corresponde, pues ya hace tiempo que ha entregado su corazón a uno de los caballeros cristianos que asedian la fortaleza, Guido de Borgoña, quien la corresponde y profesa su amor prohibido.
En uno de los lances entre árabes y cristianos, son éstos derrotados y hechos prisioneros en las mazmorras de la torre; entre ellos, el gallardo Guido de Borgoña. Fierabrás, ciego de celos, ordena a su alcaide Brutamonte, custodiar a los caballeros mientras piensa que hacer para deshacer el profundo amor entre su hermana Floripes y Guido.
Una noche sombría y cargada de niebla, la princesa musulmana, acompañada por un pequeño séquito femenino, baja a las mazmorras.
Brutamonte les da el “Alto” pero baja la guardia al observar que son mujeres, momento el cual, la bella Floripes aprovecha para clavarle un puñal curvo, con mango de oro, en el corazón, dándole muerte; para, acto seguido, liberar a los caballeros encerrados.
Aquella noche, por otra parte, Fierabrás había bajado a los sótanos del castillo para contemplar su bálsamo milagroso cuando se topó con el cadáver de su fiel Brutamonte. Al reconocer la procedencia del cuchillo curvo con mango de oro, el Rey de Alejandría encolerizó y mandó que le trajeran las cabezas de los caballeros huidos. Estos, junto con Floripes, se refugiaron en la torre del homenaje, constituyendo una fuerte defensa para los sarracenos, que no podía avanzar y solo encontraban la muerte entre las estrechas escaleras.
Ante esta situación, Fierabrás resolvió que quedasen sitiados, pues habrían de rendirse si no querían morir de hambre y de inanición.  Pero Floripes conduce a Guido por un pasadizo secreto que comunica con el exterior  y, entre la niebla del río, consigue burlar a los mahometanos, acampados en las faldas del Castillo, y llegar hasta las huestes de Carlomagno.
El ejército del Rey de los Francos, tras conocer la noticia del borgoñés, se apresura para rescatar a sus caballeros y conquistar la fortaleza de Rocafrida.
Se dice que fue una de las más largas batallas de la Reconquista y que, al final, viéndose Fierabrás derrotado y desesperado por su amor no correspondido, destruyó los barriles del famoso bálsamo en el puente romano, derramando su contenido al Tajo, para, acto seguido, quitarse la vida.
Tras la victoria, el castillo quedó en manos de los caballeros cristianos y en él se casaron la bella Floripes y el valiente Guido de Borgoña.
Se dice que cuando las aguas del embalse cubren la torre, se forma un remolino que, al girar, produce los gritos de las almas de Fierabrás y Brutamonte por la perdida y traición de la princesa Floripes. Y son muchos, quienes por la comarca, aseguran haber visto al espíritu de Fierabrás, cuando sale el sol el día de San Juan, saltar entre los ojos del puente romano, arrojando los barriles del famoso bálsamo, quijotesco, capaz de sanarlo todo.

Pero, por si esto no fuera poco, no acaban aquí las leyendas e historias de este castillo y su famosa torre, sucumbida ahora bajo las aguas.
Las  más populares entre los habitantes de los pueblos de alrededor hablan de un rosal mágico, que brotó del bálsamo derramado por Fierabrás, cuyas espinas no hacen daño y tiene propiedades curativas. También se habla de un enorme tesoro escondido en sus cimientos por el Rey de Alejandría para que no cayera en manos cristianas.

Leyendas y creencias aparte, lo cierto es que estaba muy bien situada, pues la rodeaban dos ríos, el Tajo y el Almonte, además de tener foso en su parte oriental. Cuando los romanos la erigieron por primera vez, fue el lugar elegido por Bruto, el hijo del emperador Julio Cesar, para combatir a los ejércitos Lusitanos de Viriato.
Después fue fortaleza musulmana y, tras la reconquista, fue propiedad de la Orden de los Caballeros Templarios, y ahí se guardó durante muchos años un trozo del mantel de la Última Cena.

En cuanto al puente romano de Mantible o Alconétar,  era una fantástica obra arquitectónica romana, de 250 metros por el cual atravesaba el río Tajo hasta que los musulmanes destruyeron seis de sus doce ojos en junio de 1222. Desde entonces y hasta 1927, que se dice pronto, los extremeños tuvieron que atravesar el mayor río ibérico en grandes barcazas, donde los naufragios estaban a la orden del día, y no solo para el pueblo llano, sino también para la nobleza y la monarquía.

Cuarenta y dos años más tarde, en 1970, Franco inaugura el embalse de José María de Oriol- Alcántara II, sepultando bajo las aguas, no solo al Castillo de Floripes y su Torre sino también hectáreas de regadío, olivos, almendros, encinas, frutales,… dos fabricas de mosaicos, batanes, aceñas, molinos, lagares,… un puente de ferrocarril metálico, construido por Gustave Eiffel (el mismo de la torre de Paris) en 1881; y otro de 1927… salvando únicamente el puente romano, que se traslado para evitar el engullimiento de las aguas del pantano.

Hoy día, las llamadas “Curvas del Tajo”, rezuman silencio e inmensidad acuífera. La autovía A-66 la ha degradado de posición, y el murmullo de la corriente del embalse es audible en toda la estepa líquida. El puente romano sigue observándonos, ahora como elemento arqueológico de curiosidad, sin otra función que la de servir de refugio a las vacas y a los pescadores, que van a probar suerte con los “lucios” o los “blases”; y la Torre de Floripes, catalogada por el Patrimonio Histórico Español en “ruina progresiva”, continua sirviendo de pluviómetro mientras, ahora ya, no podemos dejar de pensar en la bella Floripes, el gallardo Guido de Borgoña, el desesperado Fierabrás o el bravío Brutamonte.



Jesús Bermejo Bermejo.                                                               Alcorcón 2011.


Bibliografía:

P. Hurtado: Supersticiones extremeñas. Anotaciones psico-fisiológicas.


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