Para mi amiga Raquel,
que vivió allí y sintió sus latidos.
Al
final de un vía crucis de piedra en el pueblo de Zarza de Granadilla, casi sin
señalizar, empieza una pista forestal mal asfaltada y llena de baches, con
fuertes subidas y bajadas que hacen que la marcha en el coche se efectúe con
velocidad corta. Grandes pinares ensombrecen el paisaje, ya de por sí,
oscurecido por la amenaza constante y grisácea de un cielo entristecido, cuya
prueba más evidente se refleja en el deambular de pequeñas gotas furtivas, atraídas
por la humedad.
Según
avanzamos, las copas de los pinos ocultan el horizonte y no hay nadie
alrededor; instintivamente, quitamos el volumen de la radio cuando, por fin,
vemos una silueta humana a lo lejos; es un anciano que camina cabizbajo con un
buen paraguas portugués a la espalda; levanta la cabeza cuando nos cruzamos con
él, ladeándola ligeramente a la izquierda, como señalándonos a donde tenemos
que mirar; justo el momento en que, pasando la curva, nos encontramos con el
nuevo cementerio de este pueblo tan melancólico: un pequeño recinto de paredes
blancas que contrasta con el verdor espeso que lo rodea; dentro, unas cruces
muy antiguas, algunas de madera, duermen el sueño eterno, compartidas con unas
cuantas lápidas, un par tal vez, extrañamente nuevas, dotadas de flores
frescas. Cuando volvemos al coche, al mirar la carretera, no hay ni rastro del
anciano, ni siquiera se ve su figura desdibujada a lo lejos.
No
menos de un kilómetro, por fin, encontramos el pueblo, Granadilla, y, acto
seguido, como una cicatriz, el abrazo angustiado de las aguas del embalse de
Gabriel y Galán. Solo bajarte del coche te das cuenta que el lugar es mágico y enigmático,
una causa por la que luchar, una nostalgia por la que sentirse orgulloso.
La
fantástica Torre del Castillo laurea la puerta principal de la muralla almohade
que cobija al pueblo; al lado, los eucaliptos se ahogan unos a otros por las
continuas subidas del pantano. Un gran olmo centenario invita a disfrutar de la
entrada, mientras, nos recorre el pensamiento de sus vivencias; el éxodo de su
gente; la invasión del agua en sus dominios.
Solo
la calle principal está empedrada y sus casas han sido restauradas para
albergar a los trabajadores y estudiantes que participan todos los años en el
Programa de Recuperación de Pueblos Abandonados.
Pero,
antes de todo esto, subimos a la muralla por la escarpada escalera granítica de
escalones gastados; y vamos rodeando, poco a poco el pueblo, deteniendo
nuestras miradas en el fluir de los muros quebrados y, ahora, insulsos de sus
casas, mientras, al otro lado, el vaivén de la llanura acuífera serena nuestro
oídos. La curiosidad sobre la incertidumbre del destino de sus habitantes zumban
en nuestras cabezas al andar pausado, en el recorrido por la muralla; mientras,
poco a poco, casi sin darnos cuenta, sale a relucir su historia, casi, desde
sus comienzos, cuando fue fundada por los árabes en el siglo IX, pues estaba en
una colina desde la que se podía observar el paso de la antigua Ruta de la
Plata y el horizonte fructífero de las vegas del río Alagón. De ellos es la
muralla y la alcazaba de la entrada, que después los cristianos convirtieron en
castillo, levantando una torre cuadrada y adosando en cada cara, siglos más
tarde, cuerpos semicilíndricos. En 1160 fue conquistada a los árabes por Fernando II de León, quien le otorgó el
Título de Villa.
Tiempos
de aceros y reconquista, de cruzadas, de implantación de religiones en la que
Granadilla ejercía un punto de gran importancia, ya que dominaba toda la parte
meridional de las Transierras Leonesa y Castellana.
Habíamos
llegado al otro extremo del pueblo por la muralla, auscultando, casi a vista de
pájaro, la irregular forma de sus calles y la presencia destronada de su
iglesia, hasta llegar a la puerta de acceso trasera, donde, sin pretenderlo,
tropezamos con la leyenda de Margarita
de Narbona y el pérfido Alvar Núñez
de Castro.
Estaba
esta dama, mujer de singular belleza, casada con el infante Don Pedro, hijo del Rey Alfonso X el sabio, quien, a modo de regalo le donó Granadilla para
su defensa y custodia.
Pero
quiso el destino que Doña Margarita de Narbona se quedase viuda al poco de
permanecer en la villa, y que despertase, por si inigualable belleza en leguas
a la redonda, el interés de muchos caballeros por cortejarla. De todos estos,
el más profundamente enamorado de su persona era Don Alvar Núñez de Castro.
Eran
tiempos donde las coronas se disputaban los territorios que, según cada cual,
reconquistaban a los árabes; es decir, que a la vez que se reconquistaban
tierras al Islam, estas sufrían durante un tiempo rencillas entre los reinos
leones, castellano y portugués por ver quien era su legítimo dueño.
Así,
en nuestro caso, Doña Margarita de Narbona, mientras la acechaba el cortejo
silencioso de Don Alvar, tenía que proteger el castillo y el pueblo de las
hostilidades y asedios de su cuñado, Sancho
IV de Castilla, quien reclamaba para su corona estos dominios.
Cuenta
la leyenda que una noche, durante un asedio, Don Alvar abandonó su puesto de
guardia para ir en busca de Doña Margarita, declararle su amor y llevársela por
un pasadizo secreto que los conduciría al río Alagón, donde podrían huir a
Portugal y ponerse a salvo. Cuando llegó ante ella y le confesó que estaba
locamente enamorado, se llevó una frustración terrible cuando la dama le
recriminó que había abandonado su puesto en la defensa de la villa y que no
sentía ningún afecto por él, salvo el respeto de caballero. No pudiendo creer
estas palabras, instintivamente, Don Alvar la tomó por la fuerza, provocando
que se desmayara y, cargándola a hombros, se disponía a llevar a cabo su plan.
A
la salida del castillo, en medio del jaleo del asedio, se encontraron con Fernán Rodríguez, el alcalde, quien
comprendiendo el secuestro que estaba llevando a cabo el caballero, se dispuso
a sacar su espada para enfrentarse a él. Pero Don Alvar, docto en el arte de la
lucha, no tuvo especial problema para, dejando un momento a la señora, acabar
con el entrometido. Una vez hecho esto, volvió a coger en brazos a Doña
Margarita, pero esta, al volver en sí, le apuñaló con su propia daga y pudo
escapar de él, refugiándose de nuevo en la torre del castillo.
Malherido,
el caballero vagó desesperado, envuelto en llantos, por el pasadizo secreto y, pudiéndose
subir a su caballo, consiguió huir, para morir días después, a causa de sus
heridas, la de la daga y la del amor no correspondido, en una ermita cercana
donde lo acogieron.
Dicen
que cada noche, vuelve Don Alvar Núñez de Castro, vagando por las calles de
Granadilla, con su caballo, pidiendo perdón al cielo por su cometido, y solo
las mujeres pueden verlo.
Pasear
por el pueblo es navegar entre pizarras y balcones deshojados, que describen,
en esta mañana, el aura gris de las almas que yacen en el recuerdo. Subimos a
la plaza, de tierra, secundada por casas señoriales con arcos de medio punto y cantería
admirable; el recinto invita a respirar, sentarse, quizás escribir unas notas
que se desmoronan como las vigas de los tejados; y se desplazan como las voces
en el eco del silencio. Todo es antigua piedra manufacturada entre calles
solitarias sin amparo, donde gimen los letreros de sus nombres: de La Fragua,
Santo Tomás, de La Ascensión, de Fernando II…, las zarzas intentan reconquistar
los rincones menos transitados, abarcando las paredes que se levantan como gritos de protesta; volviendo a los
principios del tiempo, en la silenciosa similitud con la soledad.
Darse
un paseo por Granadilla es un análisis exhaustivo con la conciencia, pues
surgen preguntas y dubitativos miedos en lo que acontece al presente de este
lugar, de puertas y balcones sin ojos curiosos que se abren al cielo, amenazando
con desplomarse en medio de lo que fueron calles transitadas de vecinos; las
rejas de sus ventanas yacen insulsas y expoliadas de la más remota existencia;
y las tejas, de sangre arcillosa, viajan, sin sujeción, al capricho de viento;
mientras los hierbajos limpian las veredas y las ortigas lamen el suelo, para
que nada quede de nuestra presencia.
Aun
así, pese a todo, algunos árboles centenarios resisten todavía, como únicos
testigos, mientras en los desvanes, enfermos de goteras, revolotean y se
escucha el zureo de las palomas en una esperanzadora señal de vida.
Caminar
por Granadilla, en silencio, observar los arcos y la silueta de sus puertas sollozar
por su condena al abandono. La Iglesia, gótica, cerrada, cuyas vidrieras hace
tiempo que fueron sustituidas por paneles de madera y hierro, intenta, inútilmente,
conservar el propio tiempo dentro de su bóveda, hermético. Y en el otro
extremo, el Castillo y su fantástica
torre, desde donde se observa el pueblo entero y, alrededor, toda una estepa de
agua; un paisaje desolador y vacío que, hace años, exhibía los pastos y las
ricas tierras de las vegas del río Alagón.
Al
llegar a su cementerio viejo, ahora ya un recinto de paredes desvencijadas con
agujeros en el suelo, como un canto de calaveras, nos acordamos de sus últimos
vecinos y de su forzada peregrinación.
En
1955, el Consejo de Ministros de entonces aprobó la expropiación de los
terrenos para la construcción del Pantano de Gabriel y Galán, quedando toda la
zona inundable. En 1960, Granadilla se quedó sin párroco y sin médico; según
subía el nivel del agua emergía el éxodo de sus vecinos, un viaje que todo el
dinero indemnizable del mundo no podía comprar. Los últimos en resistir
recuerdan como tenían que pagar una especie de alquiler, a la Confederación
Hidrográfica del Tajo, para seguir allí ¡pagar por cultivar en sus tierras, y
vivir en sus casas! La emigración fue muy dura, dejar atrás siglos de
convivencia, enterrar la infancia, la juventud, la vida en general… y volver a
empezar en otro lugar, en Alagón del Río, que fue el pueblo nuevo que les habilitaron,
o irse lejos, dejando atrás las encinas, a las grandes capitales, empezar de
nuevo, a fuerza de dejar anclado el corazón, como un barco varado, en las aguas
del embalse.
En
1980, después de 20 años de abandono, la villa fue declarada Conjunto
histórico-artístico; se rehabilitó la muralla y el castillo, se reconstruyeron
algunas casas y se limpió la zona; impulsado todo por el arquitecto Antonio Espejel.
En
1984, quedó incluida en el Programa Interministerial de Pueblos Abandonados,
rehabilitada, se usa, principalmente, aparte del turismo, para albergar a
estudiantes que participan de las actividades de este singular programa.
Hoy
día, a pesar de sus azarosos acontecimientos, Granadilla sigue sumida en el
silencio y en la propia magia que la envuelve. Sus descendientes se reúnen dos
veces al año en el pueblo: el 15 de agosto, el día de la Virgen, y el 1 de
noviembre, de todos los Santos. Pasean por sus calles y recuerdan; sus ojos y
su mente transforman el paisaje como una máquina del tiempo, devolviendo la
dignidad y el apogeo que tenía antes. Desde hace pocos años han empezado a
enterrar a sus muertos en el nuevo cementerio; luego charlan y revisten sus
vivencias de antiguos, y buenos, recuerdos mientras las almas de sus antiguas
casas reconocen sus siluetas.
Cuando
volvemos al coche, la tarde está dando los últimos latigazos y empieza a correr
una brisa fría, que se cuela entre los eucaliptos y silba desde lo alto de la
muralla. Algunos muchachos hablan en alto y ríen, sentados en los poyos de la
entrada. En la base de la torre del castillo todavía se puede apreciar, a pesar
de los siglos, antiguas marcas de canteros árabes. Alzo la vista, en un intento
casi infantil de buscar la presencia de Doña Margarita de Narbona; y miró a la
izquierda, imaginándome el paisaje antes de la afluencia del agua. Los
muchachos siguen ahí; me pregunto si se encontraran por la noche al espíritu de
Alvar Núñez de Castro, cuando deambulen por sus calles en uno de los juegos
nocturnos.
Con
el fuerte deseo de un futuro digno y provechoso, dejamos el pueblo atrás,
silencioso, oscuro, desnudo como las aguas que lo rodean. Cuando llegamos, de
nuevo, a Zarza de Granadilla, en la entrada, nos encontramos de nuevo con el
anciano de la mañana, que caminaba con un buen paraguas portugués a la espalda;
le saludo y me contesta en un acto reflejo; respiro profundamente aliviado
<< No era un fantasma>> dejo decir en alto.
Jesús Bermejo Bermejo. Granadilla 2011.
Así es Granadilla!! Ese pueblo "abandonado" que en diversas épocas del año se llena de alboroto y revuelo, Hay quien tuvo la suerte de pasar allí unas cuantas noches eh, Raquel??....jeje,¡ Que siempre llevaras en el recuerdo!!
ResponderEliminarEstimado Jesús qiero hacerle una pregunta, de casualidad usted es o fue profesor en el colegio "El Carrascal en la ciudad de Arganda del Rey? Le pregunto eso porq yo fui alumno ahí y nos llevaron a Granadilla x una semana y fue muy placentera la estadía es un pueblo maravilloso perdido n el tiempo, si es usted profesor por favor escribame a este correo hernanfireslayer@gmail.com
ResponderEliminarEstimado Jesús, de casualidad usted es o fue profesor en el Colegio El Carrascal de Arganda del Rey? Le pregunto xq yo fui alumno del colegio y tuve la suerte de pasar una semana en aquel mágico Paraje perdido en el tiempo llamado Granadilla. Si ers tu Jesús por favor escribe a este correo: hernanfireslayer@gmail.
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