martes, 2 de abril de 2013

TRADICIONES




Es muy difícil liberar por leyes a un
pueblo esclavo de sus costumbres.
Mariano José de Larra.


Aquella tarde de febrero, el frío sustraía cada presencia en la calle; la plaza estaba desierta y de las ventanas sobresalían los únicos destellos de vida. Apoyados frente a la antigua puerta del consultorio médico, todos los jóvenes de una misma generación esperábamos a ser “tallados” para el servicio militar; relatando una eterna disculpa, Nino, hizo los honores y fue confeccionando el acto bajo el intermitente relámpago del fluorescente y la humedad desparramada por el blanco de las paredes. En aquellos momentos no éramos conscientes, pero fuimos los últimos “quintos”, la última generación en hacer el servicio militar obligatorio, los últimos insumisos, los últimos objetores de conciencia y, luego lo sabríamos, los últimos en participar en la última guerra del siglo XX.
Nuestro tránsito de “quintos” a “soldados” se realizó sin pena ni gloría, no festejamos nada, no salimos a hombros ni gritamos de júbilo, nuestras madres no se preocuparon por si nos destinaban lejos y nuestras abuelas no nos cantaron aquella coplilla cumbreña que decía: << ahí está la tabla y ahí está el madero y ahí está la cinta donde nos midieron, donde nos midieron donde nos tallaron, donde nos hicieron de quinto a soldado >>; tampoco sacamos a la “vaquilla” con ningún color ni tiramos con las escopetas cartuchos de sal; ni pedimos dinero para vino y chorizos; la tradición de los quintos en La Cumbre se perdió como otras muchas, por eso, aquella noche de febrero, después de tallarnos, nos fumamos un cigarro furtivo en el portalón, al lado del corral concejo y nos fuimos cada uno para su casa.


Me acuerdo de esta historia a raíz del famoso dilema de cambiar las ferias de días (de manera que siempre caigan en fin de semana) o dejarlas como siempre, caigan estas en fin de semana o no. Los que decimos que se cambien alegamos muchos argumentos y los que abogan por dejarlas así siempre se agarran al espíritu de las tradiciones.
Ante esto y con todo el respeto tengo que hacer una crítica, aunque presumamos de ello, no somos un pueblo amante de lo tradicional, nos gustaría serlo (y, de hecho, nos esforzamos) pero no lo somos, somos capaces de sepultar, sin pestañear, viejas costumbres como la talla de los quintos, la fiesta de la vaquilla o los carnavales (queda la proclamación del lunes de carnaval como festivo local en recuerdo de lo que significaron estas fiestas en nuestro pueblo).
Luego, ahondando en el campo tradicional y hurgando más en la llaga, he visto tirar casas con portales típicos, destrozar arcos de granito de más de un siglo, picar a golpe de martillo y cincel relieves  del siglo XVI, arrascarse las vacas sobre miliarios antiguos y en los arcos de una noria, utilizar la ermita de San Gregorio como pajar y cobertizo (ahora está arreglada pero durante años estuvo sometida al abandono total), alicatar fuentes, dejar que se desvanezcan lápidas de homenaje, etc. etc.
Por eso, que de repente, cuando se pone sobre la mesa el tema de cambiar las ferias a fin de semana o no y algunas personas (que están en su derecho por supuesto) ponen el grito en el cielo alegando que esos días son tradición y no se pueden cambiar, no deja de resultar del todo extraño e irónico.
Porque, parece ser, que da exactamente igual que las ferias y fiestas se hallan quedado en, solamente, “fiestas” ya que la tradición de la feria de ganado en “El Rodeo”, hoy barrio de Las Flores, haya desaparecido; también da igual que la tradición de disfrazarse el último día de la verbena se haya difuminado en el tránsito del tiempo, como un susurro en una discoteca; pero que las ferias, por circunstancias, puedan empezar un 16 de agosto en vez de el 20, eso nunca.
Analizando el contexto, las ferias tienen su origen en la Edad Media, en el término del ciclo agrario, después de la siega y recogida de la cosecha, que, a su vez, se hacía coincidir con un santo patrón o patrona (como nuestro caso de Nuestra Señora de la Asunción); era el momento de más opulencia, entonces se aprovechaba la ocasión para comerciar con ganado, enseres y artesanía. Poco después los bancos y cajas de ahorros proporcionaban establecimiento de precios, distintos tipos de crédito y pago aplazado como la letra de cambio para promocionar aún más la compraventa en esas fechas, por lo que improvisaban pequeñas sucursales ambulantes. En las antiguas Ferias de La Cumbre era, al parecer, muy importante, la compraventa del ganado porcino, se establecían líneas de autocar y el trueque entre mulos, burros y caballos estaba a la orden del día.
Todo esto fue mermando, a pesar de los intentos por conservar esta milenaria tradición (se intentó sin éxito, en los años 70, establecer un concurso ganadero con el fin de devolver la identidad de “feria” a nuestras “fiestas”), la evolución siguió su curso y nadie se manifestó en contra ni protestó tan enérgicamente por tal considerable perdida (aunque me constan las lamentaciones de los/as cumbreños/as al respecto en las noches de verano “al fresco”).
Por otro lado, cada vez que se saca el tema de las fechas de las ferias, se pone de ejemplo la romería de San Isidro; este año se hará el sábado 11 de mayo, día de San Evelio Mártir, ¿festejaremos este santo y no a nuestro San Isidro? no, claro que no, es que, sencillamente, si nos atenemos a la fecha y realizamos la romería el miércoles 15 mayo, pues serán muy pocos los que disfruten de tan esperado acontecimiento. Y como este cambio es normal y lógico, y nos gusta mucho nuestra romería, hace años, rizamos más el rizo, y la pasamos de domingo a sábado, con el fin de disfrutarla todavía más.
¿Por qué no se puede hacer algo similar con la Feria? seguimos honrando a Nuestra Señora de la Asunción; seguimos asistiendo a los toros; seguimos bailando en la verbena, disfrutando del cochinillo y buen vino, montando a nuestros hijos en los “caballitos” y camas elásticas, degustando chocolate con churros con buen ambiente, alzando las copas en el corral concejo,… ¿por qué no se puede cambiar de días para que sean más los/as cumbreños/as en asistir a nuestras Ferias y disfrutar de estas mismas cosas? pues no, parece ser que este es un tema que no se acaba de digerir para llegar a un acuerdo; y como principal obstáculo se sacan el tema de que los días son “tradición y punto”.
Pero no olvidemos que nuestros antiguos transformaron las tradiciones para, precisamente, preservarlas en el tiempo: el “Jarramplas” de Piornal cambio la vestimenta de ladrón de ganado por una armadura decorada para soportar el impacto de los nabos (antes patatas); las “Carantoñas” de Acehúche se unió a la festividad de San Sebastian con el fin de preservar la tradición pagana junto con la religiosa y el “Peropalo” de Villanueva de la Vera cambió el origen celta y hechicero de despedida al invierno por el religioso interpretado por “la quema del Judas”…


Yo, por mi parte, me considero un amante de las tradiciones, por eso mismo, estoy a favor de modificarlas (siempre en la menor medida posible) para que se preserven.
Por otro lado, la población de La Cumbre va disminuyendo, si a eso le añadimos que más del 80% de la población activa que vive en el pueblo trabaja fuera y cientos de cumbreños/as se ven obligados a vivir en otra localidad; las razones para cambiar la fecha de la Feria para que TODOS/AS estemos en La Cumbre esos días, desde mi punto de vista, están más que justificadas.
Y respeto toda opinión contraria a está reflexión; pido disculpas de antemano si alguien se pueda molestar; esto no es más que un análisis de un cumbreño que tiene un blog y que ha visto, escuchado e investigado como algunas de las tradiciones de su pueblo se han caído al olvido, sepultadas por el tiempo por no saber adaptarlas y hacerlas evolucionar.
Como la de aquel día que nos “tallaron” sin gloria alguna, una fría y solitaria noche de febrero, despojados del honor de ser “quintos”. Por aquellos entonces, a mi la “mili” me traía sin cuidado, estaba dispuesto a calzarme la botas militares o a hacerme insumiso, me daba lo mismo, como tenía previsto pedir prorroga, la veía lejana y despreocupante. Mas tarde, agotadas las dos prorrogas de estudios, me llegó una carta para incorporarme al CIR nº3 de Cáceres; solo unos días después, Aznar quitó el servicio militar obligatorio; y yo me quede sin ser “quinto”, “insumiso”, “soldado”, “objetor de conciencia” y sin que me volasen la cabeza en la última guerra del siglo XX.



Jesús Bermejo Bermejo.     La Cumbre 2013.


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