Es muy difícil liberar
por leyes a un
pueblo esclavo de sus
costumbres.
Mariano José de
Larra.
Aquella tarde de febrero, el frío
sustraía cada presencia en la calle; la plaza estaba desierta y de las ventanas
sobresalían los únicos destellos de vida. Apoyados frente a la antigua puerta
del consultorio médico, todos los jóvenes de una misma generación esperábamos a
ser “tallados” para el servicio militar; relatando una eterna disculpa, Nino,
hizo los honores y fue confeccionando el acto bajo el intermitente relámpago
del fluorescente y la humedad desparramada por el blanco de las paredes. En
aquellos momentos no éramos conscientes, pero fuimos los últimos “quintos”, la
última generación en hacer el servicio militar obligatorio, los últimos insumisos,
los últimos objetores de conciencia y, luego lo sabríamos, los últimos en
participar en la última guerra del siglo XX.
Nuestro tránsito de “quintos” a
“soldados” se realizó sin pena ni gloría, no festejamos nada, no salimos a
hombros ni gritamos de júbilo, nuestras madres no se preocuparon por si nos
destinaban lejos y nuestras abuelas no nos cantaron aquella coplilla cumbreña
que decía: << ahí está la tabla y ahí está el madero y ahí está la
cinta donde nos midieron, donde nos midieron donde nos tallaron, donde nos
hicieron de quinto a soldado >>; tampoco sacamos a la “vaquilla” con
ningún color ni tiramos con las escopetas cartuchos de sal; ni pedimos dinero
para vino y chorizos; la tradición de los quintos en La Cumbre se perdió como
otras muchas, por eso, aquella noche de febrero, después de tallarnos, nos
fumamos un cigarro furtivo en el portalón, al lado del corral concejo y nos
fuimos cada uno para su casa.
Me acuerdo de esta historia a
raíz del famoso dilema de cambiar las ferias de días (de manera que siempre
caigan en fin de semana) o dejarlas como siempre, caigan estas en fin de semana
o no. Los que decimos que se cambien alegamos muchos argumentos y los que
abogan por dejarlas así siempre se agarran al espíritu de las tradiciones.
Ante esto y con todo el respeto
tengo que hacer una crítica, aunque presumamos de ello, no somos un pueblo
amante de lo tradicional, nos gustaría serlo (y, de hecho, nos esforzamos) pero
no lo somos, somos capaces de sepultar, sin pestañear, viejas costumbres como la
talla de los quintos, la fiesta de la vaquilla o los carnavales (queda la
proclamación del lunes de carnaval como festivo local en recuerdo de lo que
significaron estas fiestas en nuestro pueblo).
Luego, ahondando en el campo
tradicional y hurgando más en la llaga, he visto tirar casas con portales
típicos, destrozar arcos de granito de más de un siglo, picar a golpe de martillo
y cincel relieves del siglo XVI,
arrascarse las vacas sobre miliarios antiguos y en los arcos de una noria,
utilizar la ermita de San Gregorio como pajar y cobertizo (ahora está arreglada
pero durante años estuvo sometida al abandono total), alicatar fuentes, dejar
que se desvanezcan lápidas de homenaje, etc. etc.
Por eso, que de repente, cuando
se pone sobre la mesa el tema de cambiar las ferias a fin de semana o no y
algunas personas (que están en su derecho por supuesto) ponen el grito en el
cielo alegando que esos días son tradición y no se pueden cambiar, no deja de
resultar del todo extraño e irónico.
Porque, parece ser, que da
exactamente igual que las ferias y fiestas se hallan quedado en, solamente,
“fiestas” ya que la tradición de la feria de ganado en “El Rodeo”, hoy barrio
de Las Flores, haya desaparecido; también da igual que la tradición de
disfrazarse el último día de la verbena se haya difuminado en el tránsito del
tiempo, como un susurro en una discoteca; pero que las ferias, por
circunstancias, puedan empezar un 16 de agosto en vez de el 20, eso nunca.
Analizando el contexto, las
ferias tienen su origen en la Edad Media, en el término del ciclo agrario,
después de la siega y recogida de la cosecha, que, a su vez, se hacía coincidir
con un santo patrón o patrona (como nuestro caso de Nuestra Señora de la
Asunción); era el momento de más opulencia, entonces se aprovechaba la ocasión
para comerciar con ganado, enseres y artesanía. Poco después los bancos y cajas
de ahorros proporcionaban establecimiento de precios, distintos tipos de
crédito y pago aplazado como la letra de cambio para promocionar aún más la
compraventa en esas fechas, por lo que improvisaban pequeñas sucursales
ambulantes. En las antiguas Ferias de La Cumbre era, al parecer, muy
importante, la compraventa del ganado porcino, se establecían líneas de autocar
y el trueque entre mulos, burros y caballos estaba a la orden del día.
Todo esto fue mermando, a pesar
de los intentos por conservar esta milenaria tradición (se intentó sin éxito,
en los años 70, establecer un concurso ganadero con el fin de devolver la
identidad de “feria” a nuestras “fiestas”), la evolución siguió su curso y
nadie se manifestó en contra ni protestó tan enérgicamente por tal considerable
perdida (aunque me constan las lamentaciones de los/as cumbreños/as al respecto
en las noches de verano “al fresco”).
Por otro lado, cada vez que se
saca el tema de las fechas de las ferias, se pone de ejemplo la romería de San
Isidro; este año se hará el sábado 11 de mayo, día de San Evelio Mártir,
¿festejaremos este santo y no a nuestro San Isidro? no, claro que no, es que,
sencillamente, si nos atenemos a la fecha y realizamos la romería el miércoles
15 mayo, pues serán muy pocos los que disfruten de tan esperado acontecimiento.
Y como este cambio es normal y lógico, y nos gusta mucho nuestra romería, hace
años, rizamos más el rizo, y la pasamos de domingo a sábado, con el fin de
disfrutarla todavía más.
¿Por qué no se puede hacer algo
similar con la Feria? seguimos honrando a Nuestra Señora de la Asunción;
seguimos asistiendo a los toros; seguimos bailando en la verbena, disfrutando
del cochinillo y buen vino, montando a nuestros hijos en los “caballitos” y
camas elásticas, degustando chocolate con churros con buen ambiente, alzando
las copas en el corral concejo,… ¿por qué no se puede cambiar de días para que
sean más los/as cumbreños/as en asistir a nuestras Ferias y disfrutar de estas
mismas cosas? pues no, parece ser que este es un tema que no se acaba de
digerir para llegar a un acuerdo; y como principal obstáculo se sacan el tema
de que los días son “tradición y punto”.
Pero no olvidemos que nuestros
antiguos transformaron las tradiciones para, precisamente, preservarlas en el
tiempo: el “Jarramplas” de Piornal cambio la vestimenta de ladrón de ganado por
una armadura decorada para soportar el impacto de los nabos (antes patatas);
las “Carantoñas” de Acehúche se unió a la festividad de San Sebastian con el
fin de preservar la tradición pagana junto con la religiosa y el “Peropalo” de
Villanueva de la Vera cambió el origen celta y hechicero de despedida al
invierno por el religioso interpretado por “la quema del Judas”…
Yo, por mi parte, me considero un
amante de las tradiciones, por eso mismo, estoy a favor de modificarlas
(siempre en la menor medida posible) para que se preserven.
Por otro lado, la población de La
Cumbre va disminuyendo, si a eso le añadimos que más del 80% de la población
activa que vive en el pueblo trabaja fuera y cientos de cumbreños/as se ven
obligados a vivir en otra localidad; las razones para cambiar la fecha de la
Feria para que TODOS/AS estemos en La Cumbre esos días, desde mi punto de
vista, están más que justificadas.
Y respeto toda opinión contraria
a está reflexión; pido disculpas de antemano si alguien se pueda molestar; esto
no es más que un análisis de un cumbreño que tiene un blog y que ha visto,
escuchado e investigado como algunas de las tradiciones de su pueblo se han caído
al olvido, sepultadas por el tiempo por no saber adaptarlas y hacerlas
evolucionar.
Como la de aquel día que nos
“tallaron” sin gloria alguna, una fría y solitaria noche de febrero, despojados
del honor de ser “quintos”. Por aquellos entonces, a mi la “mili” me traía sin
cuidado, estaba dispuesto a calzarme la botas militares o a hacerme insumiso,
me daba lo mismo, como tenía previsto pedir prorroga, la veía lejana y
despreocupante. Mas tarde, agotadas las dos prorrogas de estudios, me llegó una
carta para incorporarme al CIR nº3 de Cáceres; solo unos días después, Aznar
quitó el servicio militar obligatorio; y yo me quede sin ser “quinto”,
“insumiso”, “soldado”, “objetor de conciencia” y sin que me volasen la cabeza
en la última guerra del siglo XX.
Jesús Bermejo Bermejo. La Cumbre 2013.
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