martes, 10 de enero de 2012

MI VIDA TEJIDA A MIGUEL DELIBES

MI VIDA TEJIDA A MIGUEL DELIBES

Veinte años después he vuelto a leer “El Camino” de Miguel Delibes; una tarde me ha durado, sentado en el sillón de mi piso madrileño. Al paso de los capítulos recordaba cuando abría las hojas amarillentas del ejemplar ajado de la biblioteca de mi pueblo, encaramado en el piso superior del cine de verano de mi abuelo (que por entonces no proyectaba ninguna película, “Espartaco” de Stanley Kubrick fue la última) mientras las palomas y las grajillas sobrevolaban su nuevo dominio.

Ahora me doy cuenta, después de veinte años, que yo era un niño del universo de Don Miguel, pertenecía a su forma de ver las cosas y de plasmarla en la tinta de sus sentimientos: mis padres también querían que estudiase y que fuera un hombre de provecho y, como “Daniel el Mochuelo”, me parecía muchísimo más importante la labor de mi abuelo en el campo y en la tienda que las decisiones de, por ejemplo, el Presidente del Gobierno. Cada personaje de sus obras literarias adquirían una dimensión real a mi alrededor; así en mi pueblo había una “Guindilla”, con su cotilleo constante y su misa diaria; y mis amigos se parecían a “Roque el Moñigo” y a “German el Tiñoso” cuando íbamos a bañarnos al “Charco la Olla” y cogíamos “tontos de agua”; también íbamos a la iglesia a gritar a los que estaba en el coro <<¡voces puras, maricas!>> ante la mirada aviesa y amenazante de nuestro “Don José el Párroco” que se llamaba Don Leopoldo; tenía por entonces a una “Uca uca” que no paraba de mirarme y de querer estar conmigo y a la que odiaba y, sin embargo, no podía estar sin ella.


“El Camino” de Miguel Delibes fue mi primer libro autodidacta (entiéndase por tal aquella novela que lees de manera voluntaria y no obligado en el colegio) y me cambió la vida o, más bien, la transformó porque sentí que no era un ser real sino un personaje de una de sus obras; por eso, como en un crimen sin resolver, me adentré en el fondo de la cuestión; por lo que me puse a devorar más novelas suyas y, como en unas arenas movedizas, quedé atrapado aún más en su universo.

La naturaleza, el pueblo, la afición a los animales eran sensaciones que caían de sus paginas como los caramelos de una bolsa; así sabía que el cuco es un pájaro “aprovechao” que pone los huevos en otros nidos para que sean otras aves quienes alimenten a sus crías; sabía que hay que contener el aliento para subir a los nidos de las palomas y las torcaces; que al jilguero se le puede criar en una jaula cogiéndolo polluelo y dejando que sea la madre quien le alimente, a través de los barrotes, hasta que pueda comer por sí solo; sabía que las perdices hacen “prrr” y no “brrr” y que el cárabo es la única ave rapaz nocturna que se ríe… todo estaba conectado, en sus libros y en mi vida… salir a por tordos con “liga”, cazar cangrejos con carne podrida en un anzuelo, coger ranas con un trapo rojo y una linterna… me sentí “el Nini” de su novela “Las Ratas” y mi vecino, cabrero entre sus muchos oficios, era el “Señor Cayo”, y mi tío, que por entonces estaba de candidato a la alcaldía, el “Diputado Víctor” en “El disputado voto del Señor Cayo”… todo mi mundo estaba en el suyo, encajaba como las piezas de un puzzle perfecto solo que con nombres distintos: los perros de mi abuelo “Nelo” y “Torri” eran “la Fá” y “el Loy” del “Nini” en “Las Ratas”, y un cernícalo que crié años más tarde bien podría ser “La Milana” de “Los Santos Inocentes”.

Pasaron los años y Miguel Delibes se había convertido en mi escritor de culto, leí todas sus novelas, relatos, libros de viajes y ensayos (“La sombra del ciprés es alargada”, “Aún es de día”, “Mi idolatrado hijo Sisí”, “La hoja roja”, “Cinco horas con Mario”, “El príncipe destronado”, “Las guerras de nuestros antepasados”, “El Tesoro”, “Madera de héroe”, “Señora de rojo sobre fondo gris”, “El hereje”, ect) hasta llegar a “Los Santos Inocentes” y luego la película; el desgarro de la humillación de los oprimidos, los caprichos de los señoritos, el analfabetismo… eran cosas que tocaban cerca, como si existiese una guerra a la vuelta de la esquina. Los jóvenes extremeños no permanecían impasibles, lloraban de rabia, apretaban los dientes y asentían con la cabeza, con el compromiso de hacer de su tierra un lugar mejor y de progreso… hasta en eso acertó Delibes.

No se si mi sentimiento es compartido por todos los hombres y mujeres extremeños/as que fueron niños y niñas rurales; éste no es un relato de la vida y obra de Miguel Delibes, para eso está Internet y los periódicos. Esto es un esbozo del sentimiento de su obra, una sensación muy placentera que os animo a disfrutar.


Jesús Bermejo Bermejo.                            La Cumbre 2010.

Artículo publicado en la Revista “Croni C.R.A Las Villuercas” con motivo del fallecimiento del genial escritor.

2 comentarios:

  1. ESa sensación del pueblo en todas sus vertientes, al igual que en Delibes, siempre estará en ti!!jeje

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  2. Una vez mas, una pasada.... ENHORABUENA!!!!

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