No puede durar el mundo,
porque dicen, y lo creo,
que suena a vidrio quebrado.
Lope de Vega, La
Dorotea
El olor de la
tortilla francesa recién hecha buceó, entre el pasillo, hace dos viernes, hasta
mi habitación, donde estaba a punto de terminar “el areté” de octubre; como una
dulce llamada los sentidos se agudizaron a mi alrededor, me iba a disponer a
bajar a la cocina cuando ¡plof!, mi ordenador se quedó sin fuerzas y la imagen
de la pantalla se desvaneció; <<¡no me jodas!>> alcancé a decir sin
poder vaticinar ninguna explicación que justificase el desplome y deserción de
mi más fiel aliado en esto de aprender a escribir.
La cena se sumió
en una incontenida preocupación, no ya por la avería sino por la cantidad de
documentos que tenía guardados, hace seis meses metí gran parte de ellos en un
disco duro portátil pero, aun así, guardaba bastante contenido en el maldito
ordenador que, por ahora, parece que ha soltado, cual máquina que tiene la sartén
por el mango, eso de “sayonara baby”.
Salí fuera a
disipar mi mal rollo por lo ocurrido, la calle estaba inhóspita, coloreada por
los farolillos de mi casa y los de mis vecinos. La carretera anudaba pasajes de
luz cada 3 metros por el neón de sus farolas; las voces salían de “Jara” como
una libertad entumecida y desde las ventanas de “Naya” parecía entreverse mesas
llenas de cautelosa jarana.
Llegue hasta el
“Ciber”, allí estaban Raquel y Domingo, acodados en la barra; como
tampoco era plan de trasladar mis penas e infortunios hacia nadie, acodé mis
problemas y comenzamos con la bendita liturgia de los viernes, regada, por mi
parte, con una coronita, mientras las
conversaciones y los saludos se dividían, disciplinarios, a partes iguales.
Dependiendo de los transeúntes, en todo bar, se oye el perceptible vagar del
tiempo, por ejemplo, en estas fechas, los pescadores se van despidiendo de la
temporada mientras los cazadores se equipan para empezar la suya; los
universitarios vacilan y exageran los devenires del, siempre turbulento e
inolvidable, inicio del curso; los caballistas cepillan a sus caballos después
de largos entrenamientos, preparándose para su marcha a Guadalupe… toda época
tiene su espacio, los acontecimientos vociferan su momento, y es en los bares,
donde se reafirman y despiertan, en función de los gustos e inclinaciones.
El itinerario
nos llevó carretera arriba, el “Coocum” desfigura los minutos con la
intermitencia de sus luces, la complicidad libre me inclinó a pedir un té de
limón, o de naranja, que están cojonudos, lo mejor para irse a dormir pensareis,
pero no hay problema, siempre me he llevado bien con las bebidas excitantes a
la hora de conciliar el sueño.
Y esto sería
todo, unas risas, estar con los amigos, sentir el placer de tener todo el fin
de semana por delante, un viernes cualquiera en La Cumbre, me iría a la cama y
el sábado amanecería con el sol membrillero cincelando sus frutos; pero no, ese
no sería un viernes cumbreño cualquiera.
Cuando me iba
para casa, mientras el bullicio tabernero se quedaba atrás, el equilibrio silencioso
se abría a las calles negociando el paso de la oscuridad
Crucé la calle Hornillo
hasta llegar a la Ronda Colón donde, tras avanzar unos metros, me pareció ver
una sombra que subía por la calle de San Juan; un escalofrío hizo que se me
erizase el vello de los brazos, para ahuyentar mis malos espíritus grité
<< ¡Eeehh!>>, la sombra permanecía en la esquina del camino
vecinal, unos segundos después del grito, se puso en medio de la Ronda Colón;
era una silueta delgada, más alta que yo, con una sudadera roja cuya capucha
tapaba el rostro. Durante unos segundos nos quedamos mirando, él me analizaba y
yo intentaba entrever quien se escondía detrás del gorro de la sudadera,
mientras, albergaba la esperanza de que alguien conocido pasase, también de
camino a casa, por allí. La silueta se dio la vuelta y comenzó a caminar Ronda
Colón adelante; dicen que el miedo sabe a hierro, y que es capaz de recorrer tu
cuerpo en un segundo, sintiendo como frío, no lo sé, tampoco sé porque me eché
hacia adelante, quizá, el temor y la prudencia no van cogidos de la mano; el
caso es que, casi sorprendido conmigo mismo, grité <<¡¡Eh tú párate
ahí!!>>, al ver que la sombra no paraba volví a gritar <<¡Eh tú
hijo de puta párate ahí!>>; en esos momentos la silueta se giró y retiró
media capucha, un rostro moreno y desconocido me miraba desafiante, avieso,
amenazando pensamientos y jurando infamias. En esos momentos interminables,
cruzando miradas, como en un duelo del salvaje oeste, sabía que no podía dar
marcha atrás ¿qué iba a hacer? ¿salir corriendo, zigzaguear por las calles y
dejarle que siguiera recorriendo el pueblo a su libre albedrio?, no me
fastidiéis, sabía que estaba cometiendo una gran imprudencia, pero también
sabía los comentarios de mucha gente que juraban haber visto a “tíos”
encapuchados por la calles de La Cumbre de noche, como “Pedro por su casa”; no
tenía vuelta atrás, estaba entre la espada y la pared, sosteniendo la mirada a
aquel desconocido que, luego lo pensé, podría tener un arma y acabar con el
“pringao” aspirante a héroe en un abrir y cerrar de ojos; pero como dije antes,
no podía echarme atrás, un sentimiento, llamarlo, patriótico, una vehemencia
terrenal me hizo dar dos pasos hacia adelante, a lo que el adversario contestó,
a su vez, con tres o cuatro paso más, como jactándose que no tenía miedo de
nada; <<¡¿Qué haces por aquí a estas horas?!>> pregunte nervioso,
<<que voy a hacer, esperando>> me soltó con acento extranjero y una
voz hosca, profunda, maltratada, quizás, por el tabaco y la vida. En esos
momentos, como de la nada, apareció un coche (un seat córdoba gris de los
antiguos), casi tan cerca que a punto estuvo de alcanzarme con el espejo
retrovisor y se paró unos metros más allá; el desconocido se metió las manos en
los bolsillos y, tras dar unos pasos marcha atrás, sin apartar la mirada, se
metió en el coche, que salió a toda velocidad dirección Cáceres.
Ya en la cama,
los pensamientos se apelotonaban en mi cabeza y los nervios habían dejado mi
cuerpo en un, extraño, éxtasis armónico, relajado; por un momento me arrepentí
de todo lo ocurrido y me juré a mí mismo no volver a ser tan necio; pero una
parte de mí no estaba arrepentida del todo, aunque quería estarlo, como cuando
se canta en misa lo de “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”; no,
aquello no había estado bien del todo pero tampoco había estado mal del todo; el
escritor y filósofo Eric Hoffer dice
que podemos conocer a que tiene más miedo nuestro enemigo observando los
métodos que usa para asustarnos, pues bien, si esto es así, la coartada a mi
comportamiento no estuvo, del todo, injustificada.
Lo cierto es que,
si, es verdad que rondan extraños por las calles de La Cumbre, ahora que lo
pienso, lo más preocupante es que si estos individuos se dan un paseo un día de
finales de septiembre principios de octubre por las calles del pueblo, viernes,
con buena temperatura y vecinos por ahí, a pesar de que sea de noche, ¿qué
cosas podrían hacer, por ejemplo, un día de mediados de noviembre o enero, a
las 4 de la mañana, miércoles, con 1ºC de temperatura?... no podemos escurrir
el bulto y mirar hacia otro lado, las consecuencias de esta crisis que nos
ahoga no solo la notamos en la falta de trabajo sino también en la aparición de
estos bellacos que, sin escrúpulos algunos, se aprovechan de la escasa
vigilancia de los pueblos pequeños para husmear y realizar todo tipo de canalladas;
para chapotear, cada vez más, en este mundo cuyos cristales han sido reventados
por las desigualdades, la codicia y el cainismo entre la humanidad, cristales
rotos cuyas secuelas yacen en forma de vidrios quebrados en el suelo.
Escribo esto, no
para alardear de mi valentía ni para parecer un héroe, es más, creo que mi
actitud, a día de hoy, no está justificada en absoluto, por muy caballeresca
que pueda resultar. Parece ser que mi ordenador tiene solución y puedo
recuperar los documentos que ya tenía por perdidos; el areté de octubre tendrá
que ser el areté de noviembre porque, después de contar la hazaña, la preguntas
y la curiosidad se empecinaran en encontrar lo que buscan, tal vez, otro
viernes por la noche, puede que con más frío que el de hace unas semanas, donde
pude comprobar por mí mismo la certeza del huronear de encapuchados que no se
amilanan y huyen a la primera sino que se remilgan y desafían al posible
transeúnte que cometa la torpeza de plantarles cara. Lo aconsejable en estos casos es que, al
igual que hacían los pueblos norteños con los lobos que bajaban a por los
rebaños, el ruido es fundamental, voces, música, ruido de todo tipo…y llamada a
la Guardia Civil, por supuesto. Esta parece ser una batalla perdida de
antemano, tan antigua como el mundo, que parece querer escapar a ninguna parte,
como el seat córdoba gris misterioso, que huye, aguarda y viola, harapiento,
las leyes y la falta de riquezas de un reino perdido.
Jesús Bermejo Bermejo. Alcorcón 2013.
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