jueves, 19 de septiembre de 2013

VESPACIO: LA CUMBRE – SANTIAGO DE COMPOSTELA.

4º DÍA: ZAMORA – EL GANSO (LEÓN).

En el transito monocorde de los días de verano, decidimos ir hacia Benavente para luego surcar los pueblos zamoranos de la LE-1; allí los bosques se aprietan y abrazan pequeñas carreteras parcheadas por las que la vespa se abre camino, cobijada en la sombra de robledales cuando aprieta el calor en los valles y agotada en las sierras, a pesar del descenso de la temperatura y el viento, que fragmenta las cumbres moteadas de nieve.
En Otero de Bodas paramos a descansar, al lado de la iglesia, en los peldaños pizarrosos de una casa que, seguramente, llevaba más de 40 años sellada al mundo; aquí los vecinos, ese día, tenían  un conflicto acuífero, pues la mitad del pueblo llevaba varios días sin agua en las casas y tenían que salir, de nuevo, con cántaros y cubos a las fuentes; << si vais para arriba, a la sierra, en el “muelo de la vieja” os encontrareis la herradura del apóstol, que se la dejó ahí, en una roca, por un salto de su caballo>> nos dice un hombre, que había dejado los cubos de agua un instante mientras descansaba en una esquina, << nos gustaría mucho pero no creo que pasemos, queremos llegar esta tarde a Santiago Millas>> le contesté, <<entonces ir de día que éste es un pueblo lobero>>, << ¿hay muchos por aquí?>> pregunté sorprendido, <<¡buh!>>, el hombre se echó las manos a la cabeza y soltó, orgulloso, que en la Sierra de La Culebra se encuentra la mayor población de lobos de Europa, <<¿vosotros sabéis porque se llama este pueblo Otero de Bodas?>>, ante nuestra negación, soltó los cubos y se sentó con nosotros en los peldaños de la antigua casa cerrada a los tiempos; entonces bajó la voz y nos hablo del caballero Gil Otero de Biedma, que mantuvo amoríos con una de las pupilas de Enrique IV, famosa en la comarca por bruja; aquella hechicera lo maldijo a no sentir  placer en el acto sexual, salvo cuando desposara a una virgen y durante la noche de bodas. En virtud de la maldición, Gil de Otero se dedicó a desposar doncellas con el objetivo de alcanzar placer en la noche nupcial, matándolas después para poder casarse con otra nueva; hechos que le otorgaron el mote de Otero de Bodas, apodo que se trasladó al pueblo. Nuestro cronista volvió a bajar el tono de voz; <<dicen las gentes de aquí que aquel caballero mataba a las chicas, las despezaba y se las echaba a los lobos en una encrucijada próxima que se llama “trozoloslobos”; ¡andad con cuidado caminantes!, los parajes loberos tienen historias como esta y más adelante aguardan los lobos los “trozos” de las muchachas de Gil de Otero, quien se aparece por las noches y pregunta  a las solteras ¿Quieres casarte conmigo? jajajaja>>.

Estos parajes recónditos, de historias con sabor a muerte y deseo, descienden entre robledales, que se apoderan del terreno; surcándolos con la vespa, teníamos la sensación de ser observados, entre los pinos de las cumbres, por sombras agazapadas en constante movimiento. La carretera se estrecha y se observa (y siente) su continuo parcheo con nuestra mochila atrás, restando viento, mientras antiguos miliarios evidencian el camino antecesor por el que pasó el séquito de Teodorico II, de camino a Bragança.
En Molezuelas de la Carballeda los vecinos saludan nuestro tránsito con la mano, a juzgar por las camisas, el tiempo, suave hoy, se juzga por estas tierras, más bien, frío. Los hombres siembran en huertos cobijados de la intemperie, a la falda de las casas; tres mujeres con sombrero de paja de ala ancha nos observan, haciendo girar sus cuellos hasta perdernos de vista; apenas hemos visto niños y el silencio se abalanza sobre el destino, en el trayecto del porvenir de estos lugares.
Volvemos a subir, zigzagueando, deteniéndonos en una de las cimas para observar el paisaje, robusto, lleno de presagios circunvalando las sierras como protegidas de sueños que producen el desperezo en las horas solitarias, constituyendo la comarca como un punto de partida, el inicio de un carácter, un estoque de tradición que conserva los mismos ojos, el mismo pelo, la misma lengua de quienes los precedieron, atavismos aferrados con fiereza sobre el estupor de la memoria que parece descolgarse, de vez en cuando, y habitar entre los robledales, las pizarras, los pinos soldados de las cumbres, hasta en la casta del inaccesible rebeco que nos observa desde la cima, o el lobo furtivo que acecha desde la espesura de estos montes.
Volviendo al valle, en Cubo de Benavente, la tradición vinícola envuelve a sus habitantes, quienes tienen un caldo curioso y refinado en las bodegas subterráneas excavadas a mano en las laderas de los montes; el linaje de los vinos se pierden entre la misma tierra que lo embelesa para deleitar. Como íbamos con la moto, apenas pudimos hacer una cata y nos vimos imposibilitados de llevarnos alguna botella; así, con el imposible sabor del vino, entramos en la provincia de León, esquivando hendiduras de viejas carreteras, que se abren al cielo como cicatrices de asfalto y parecen intimar con la soledad y la ausencia del tránsito de vehículos.
Entramos en la comarca de “La Maragatería”, nombre provisto de muchos orígenes, como las costumbres que la laurean y las construcciones típicas que la encumbran; el término “maragato” se pierde como una hoja en la otoñada, se piensa que puede derivarse de aquellos mauri capti (moros capturados) haciendo alusión a aquellos musulmanes conversos que se establecieron en la zona; otra hipótesis proviene del rey Mauregato, relacionando el nombre, de nuevo, con un origen bereber;  y otro, más coloquial, hace alusión al trasiego y comercio de sus habitantes, que vendían pescado en Madrid, cogiéndolo antes en Galicia; se dice pues, que de Galicia (mar) a Madrid (gatos) se fusiona la denominación “maragato”.
Rencillas toponímicas aparte, la comarca serpentea entre tierras fértiles de paredes de piedra que bifurcan las lindes y los senderos por donde surcan los innumerables caminos de armónica compostura, ennoblecidos con valles donde residen choperas, cuyo verdor contrasta con el manto amarillo de la estepa castellanoleonesa y la otorga de un tapiz “machadiano”*.
Más adelante, quedamos maravillados con la fisonomía de Santiago Millas, estructurado de casas minuciosamente esculpidas en pizarra, con puertas y ventanas azules, ataviadas de pequeños gallineros en cuyas entradas deambulan el picotear constante y el gracioso cacareo, como un quejido hacia las altas temperaturas del día. Persiguiendo las marcas sospechosas de la historia, las calles maragatas de este pueblo se sustentan sobre una loma, que las da forma y pacta con ellas la imagen de sus siluetas, abriéndose y cerrándose en virtud del capricho y planteamiento de sus antiguos habitantes. En la plaza del ayuntamiento, una hermosa chopera reconvertida en parque, con bancos de piedra y fuente en su núcleo, se convierte en un hermoso enclave donde sentarse a respirar; allí un gran grupo de ancianos y niños juguetean entre las sombras y el juego de luces que crea el revoloteo de las hojas en una danza constante con el viento; nos llama la atención el salto generacional de las gentes del parque, la vecina Astorga está cerca y hace presagiar que los padres de estos niños se encuentran en dicha capital, mientras, la tarde en Santiago Millas se ofrece para abuelos y nietos deslumbrante, plagadas de rincones mágicos donde los juegos cobran fiereza en el tránsito de los dulces momentos que ofrece el verano.

Atravesamos Murias de Rechivaldo, cuyas pizarras se perpetúan en sus casas y en el molino que sigue vigente a la vera del río; aquí, en estas piedras nobles, pavimentadas a los siglos, se inclinó a vivir el visigodo para reunir la grandeza casta que se mezclaría y perpetuaría el devenir de los días venideros. Y como un reguero pedregoso, a apenas 2 km, Castrillo de los Polvazares se alza como un tesoro en el camino, atravesamos el puente, como si accediésemos a un gran castillo donde se cobijan la historia y el paisaje, de cuyas riendas, se nutre el presente; la calle principal se abre entre grandes portales y callejones gateros, con cruces de madera provista de pequeña capilla acristalada, el silencio unido a la arquitectura típica maragata enaltece el aura que respiramos mientras, dejada la moto al inicio, andamos suavemente por el pizarroso suelo, basto y puntiagudo para embestir las heladas.


El pueblo originariamente estuvo en una ubicación distinta y fue destruido por una riada; por aquellos entonces, los arrieros maragatos del siglo XVI reconstruyeron el nuevo Castrillo de los Polvazares en la ubicación actual. Aquí se atrincheraron los franceses en 1810, cuando fueron repelidos en batalla en Astorga por los españoles, quienes liberaron al pueblo al caer la noche.
Pero aquella jornada dista bastante diferente a la que hoy ven nuestros ojos, las casas arrieras se alinean hasta llegar al descampado donde, años atrás, el relinchar de los caballos ahogaban los gritos de las horas; allí, frente al antiguo abrevadero, que hoy es un albergue, se encuentra la piedra donde perduran los agujeros de los bolos maragatos, un antiguo juego usado con gran fervor por sus habitantes, en decadencia hoy, como todo lo que enaltece el rango de la historia.
Proseguimos camino a Astorga, no sin antes pasar por la entrada de Santa Catalina de Somoza, allí se encuentra un hombre singular al que le apodan “Bienvenido”, por que saluda a todos los peregrinos que enlazan su aventura por este camino; Bienvenido está jubilado y hace “varas” para vendérselas a los caminantes <<pero que no me pille la Guardia Civil, que ya me tiene fichado… ¿estáis haciendo el camino en la vespa? ¡anda, fíjate que curioso! está la vespa y la lambretta no? si si, me acuerdo yo de cuando Eusebio el cartero venía de Astorga en una de estas… muy bien pareja… si entráis en el pueblo y queréis comer bien, el primer restaurante a mano derecha es cojonudo, se come de rechupete,(baja la voz) es de mi hijo pero eso no lo digo jajajaja… ¿no queréis una varita? ah claro que vosotros no vais andando, que bien jeje… pues las extranjeras no os creáis que hacen asco al cocido maragato, o al botillo, bueno si, las del norte si, escandinavas y holandesas pero bueno, que se le va hacer, para gustos… (se dirige a otra pareja que va caminando) ¡¡oye, pareja!! ¿queréis comer bien, pero bien y barato?>>… Dejamos a Bienvenido, con su charla constante y su intercambio perenne de contertulios, mientras vende alguna que otra vara y algún que otro llavero de cuero y manda a los/as hambrientos/as a comer al restaurante de su hijo, entrado ya en el pueblo.

Caída la tarde, Astorga se desdibuja eterna en la fachada de la catedral, asociada desde el siglo XI al Camino de Santiago, aquel antiguo campamento romano supo prosperar hasta convertirse en aquella “urbs magnifica” que definiría Plinio el viejo. El sonido de la historia frecuenta cada rincón de su casco urbano, plagado de inconfesables secretos cuya extravagancia reluce en el palacio de Gaudí, antigua sede episcopal que, actualmente, alberga el museo del Camino de Santiago; y que, a pesar de su belleza no hace sombra a la catedral, osadía viva en piedra muy bien puesta para perdurar, construida sobre un templo prerrománico anterior, esta maravilla tiene origen gótico sobre capillas perpendiculares renacentistas y fachada barroca; este mestizaje de estilos la hacen espectacular, sobre todo en la tarde agonizante, cuando los rayos del sol la tiñen de color pardo y rojizo mientras las campanas se revuelven extasiadas en el pregón de acontecimientos.




Es Astorga ciudad de carácter belicoso, como lo muestran antiguas batallas que atestiguan la inmortalidad de sus monumentos, sin embargo, embriaga un dulzor, de antiguas industrias chocolateras, cobijado en sus calles que invita al trasiego y te deja una sensación familiar. Sentados en su plaza mayor no podemos evitar acordarnos del “abuelo Mayorga” placentino cuando observamos a dos muñecos vestidos de maragatos dar las horas en la espadaña central del edificio del ayuntamiento.
Las edades de los hombres se cimientan unas sobre otras como un candelabro sin limpiar que, de continuo, aguanta la vela de turno, encendida bajo el fuego del tiempo, cruel antídoto para estas mismas edades pues se nota su presencia cuando observamos los restos de termas, foros y puertas romanas, la inutilidad que enseña la majestuosa muralla que ,durante siglos, sirvió de contención a los enemigos de Astorga; la forma de las ventanas del palacio de Gaudí, que contrasta con aquellos poderosos contrafuertes de la catedral, donde sobrevuelan los cernícalos y mantienen en jaque la población de palomas que, ni cortas ni perezosas, se cuelan bajo las mesas de las terrazas en la plaza mayor, donde, Juan Zancuda y Colasa, que así se llaman la pareja de maragatos de la torre del ayuntamiento, nos avisan del peregrinar del destino, en cuyas cuencas vamos llenando de grandes historias, emparentándolas con aquellas otras que crecen a desbandadas.
Con la noche pisándonos los talones, llegamos al pueblo del El Ganso, sin saber, en esos momentos, la gran cantidad de sensaciones, lugares, costumbres, gentes, historias y vida que nos encontraríamos; sin saber que, en esta senda, viajaríamos a un mundo que solo existe en nuestro interior, un antiguo universo tan solo habitado por nuestra alma y que, hasta entonces, parecíamos tener olvidado.


Jesús Bermejo Bermejo       El Ganso (León) Agosto 2011.


*”Machadiano”: los campos castellano-leoneses me recuerdan a los versos de Antonio Machado en su libro Campos de Castilla.



1 comentario:

  1. UN viaje maravilloso, sin duda!! todo el recorrido paso a paso era un descubrimiento nuevo, y la llegada y estancia en el ganso fue como tu dices, descubrir un mundo que parecía estar olvidado!!!

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