jueves, 22 de mayo de 2014

ADOLESCENTE DE PUEBLO


Eh tú, si tú, que andas por ahí por las calles de La Cumbre como un sonámbulo, que a tu padre le tienes preocupado, bueno, en realidad, tu padre se preocupa por todo y demasiado, pero el caso es que me ha contado que no sabe qué hacer contigo; o no sales de casa o no entras, no hay término medio; no encajas con tus amigos y las costumbres del pueblo te la pasas por la bisectriz de Lucía Lapiedra. Me ha dicho que te escriba algo, que te gustan los “aretes” que pongo en mi blog, que los lees y te llaman la atención, que no eres mal chico en casa y en el instituto te defiendes; pero que hay algo que no acaba de encajar en las piezas y objetivos que todos los padres quieren para sus hijos.

La vida se levanta sobre los campos cuando sus rayos se cuelan por la ventana de tu cocina, un colacao rápido y una magdalena, la mochila y arreando; en la esquina te espera el Sopas y Menganito, sí, lo sé, son los amigos que te han tocado, tú no los has elegido, esa determinación se hizo porque son de tu misma edad; a pesar de que no tenéis nada, o muy poco, en común, estáis condenados a compartir trinchera en todas las batallas que van poniendo los años, recuerdas eso y te resignas; el “Sopas” ya ha encendido el porro mañanero, te lo pasa y le das una calada, sienta bien mientras ves el clarear del cielo pero, acto seguido, lo ocultas ingeniosamente cuando os cruzáis con Manolo, que asalta la calle mientras bailan sobre su cinturón un montón de llaves, ausencia de saludo, os mira con una mezcla de desprecio y superioridad ingenua pero vosotros continuáis. Ya en el banco del antiguo quiosco de Nicolás, por fin, Menganito fuma del porro, tu sabes por qué ha esperado, se ha escondido para que nadie le viera, te fijas en él y te imaginas a su madre, en el Naya, con las amigas, diciendo eso de <<pues mi hijo no fuma porros>>, <<y un jamón señora>> piensas mientras le observas dar caladas profundas.

El Instituto es el mundo que conoces más allá de La Cumbre, ya hace tres años que habéis dejado el refugio escolar cumbreño y os habéis aventurado a la enseñanza secundaria en Trujillo; el Instituto es un universo donde las tías están más buenas y son más simpáticas porque son de fuera y los tíos son más buena gente porque no tienes que lidiar con ellos en todo momento; pasar lista, lección, cuadernos tupidos de pintadas, las matemáticas son una mierda, la filosofía no vale para nada, no vocalizas bien en inglés; te mandan para leer, en lengua, “El amor en los tiempos del cólera” de Gabriel García Márquez <<¡pero será pringao el Florentino Ariza ese!>> piensas mientras miras por la ventana distraído, justo en el mismo momento en el que te ordenan que sigas leyendo <<no sé por dónde vamos don Ataulfo>>, <<a la próxima te vas fuera del aula>>; en el recreo te comes el bocadillo con “tu gente”, ya está el Sopas de nuevo maquinando, Menganito no hace caso, anda “apretando” a una de Belén, Karpanta devora su bocadillo de chorizo (luego sufriréis sus eructos en clase), “Lujan” empieza a hacer el tonto con un balón hecho trizas, “Tente” y tú os reis, ya por costumbre <<acho tú, que pasa>> Luján se tira sobre vosotros, <<¿este sábado que?, nos vamos a Trujillo>>, << a las 00:30 pasa el Ricky de Salvatierra>>, <<si no, llamamos a Guaperas>>, << acho tengo la moto zaleá, tengo que cambiar la bujía>>. Esa es otra, la moto, la puta moto que tantas veces has demandado en casa, tú no la tienes y la mayoría de tus amigos sí; se trata de una de las directrices de tu vida que no decides ni tú, ni tu familia ni nadie a tu alrededor, sino que la marcan los padres de tus amigos, y contra la que no puedes hacer nada, empezó uno y les siguieron los demás, el planteamiento hubiera ido de perlas sino fuera porque tu padre es de esos pelmazos que piensa que toda recompensa debe ir condicionada por un esfuerzo por conseguirla <<ya veremos cuando acabe el curso y vengan las notas>> te ha soltado, <<¿y mientras tanto que?>> piensas rabioso mientras te imaginas al corrillo de madres hablando del tema <<su padre ha comprado la moto a Luján porque ha sacado muy buenas notas>>, <<¿Ah sí señora, que le queden matemáticas, filosofía e inglés es sacar buenas notas? venga no me jodas>>.

En el autobús casi siempre os quedáis de pie o sentados en las escaleras, para colmo, el tonto de siempre ha echado la pota en una bolsa y huele fatal; pelea antes de subir, eso es casi familiar <<¡Dios! que gente tan gilipollas>>; Sebastián el tripitidor y sus compinches están en la parte de atrás soltando carcajadas y os lanza amenazas gesticulares a las que Karpanta responde con una buena tocada de huevos. Tus amigos y tú vestís con la ropa que marca la época (sudaderas, camisetas, vaqueros, zapatillas) sin entrar en estereotipos de tribus urbanas porque, en el fondo, sabéis lo que sois y no podéis hacer nada, lo diste por sentado  cuando, el año pasado, en unos carnavales, fuiste a una farmacia de Cáceres a ponerte un pendiente y a tu abuelo casi le da un ataque al corazón cuando te vio <<¿así que de tatuajes ni hablamos no?>>, <<¡vete de mí vista quinqui!>> la gente mayor no entiende.
 

Sentado en la habitación, los deberes deambulan en procesión, podrías hacerlos perfectamente pero los realizas sin ganas, si me apuras, hasta te equivocas adrede, todo te parece una chorrada, ¡menudo método educativo!, el profesor de historia está loco y la maestra de inglés te tiene manía; para colmo tu madre te recuerda por enésima vez que no le gusta que te “juntes” con el Sopas, Karpanta y Luján <<¿y con quien me junto mamá?>>, <<pues con Tente y Menganito que son más formales>>, ella no entiende que sois “el grupo” y este no se puede separar así como así, no se puede hacer un juicio y dictar una sentencia ilógica basada en un sistema socio-mierda-te-junto-por-la-apariencia-que-tienes; pero no las explicas eso, la somnolencia se apodera de tu espíritu y  la imagen de un melón estrellándose contra el asfalto de la carretera te viene a la mente mientras tu madre sigue con la conversación, mejor dicho, con el monologo, y te imaginas al corrillo de madres, otra vez, tomando un trina en el Naya, alabando, sin escucharse las unas a las otras, a sus hijos, te gustaría que aquel melón estrellado se empotrara sobre la mesa y todas salieran completamente manchadas, enormes manchas viscosas resbalando sobre palabras infladas de elogios absurdos jajajaja <<¿me estas escuchando?>>, <<si mamá, si>>.

Por fin sales, en tu vieja bicicleta de montaña a la que le falta un poco, bueno, bastante 3 en 1 pero te da igual, la cuestión es que subes con ella a la plazoleta de la Iglesia a catequesis, otra característica que caracteriza tu característica vida de adolescente de pueblo, con un tímido parpadeo al observar a tus amigas, o a las tías como vosotros las llamáis, apelotonadas en los bancos al lado de la casa del cura, a punto de escuchar las reflexiones morales y cristianas de doña Guillermina, doctora honoris causa en rezos, engalanamiento de altares, lecturas en misa, casullas de sacerdotes y otros menesteres eclesiales. Allí, en la pequeña habitación del salón parroquial, sobre muebles antiguos, posters donde se ve a un Jesucristo hippie con un mar de fondo, la Virgen María sonriendo a una pastorcilla con cara de haberse comido un tripi y un crucifijo hecho con pinzas de la ropa, escucháis la lección de hoy, la que os preparará para ser dignos de la Confirmación, aunque lances al Sopas (en esos momentos con cara de aburrimiento apocalíptico), Karpanta, Tente, Lujan y Menganito miradas cómplices, fácilmente entendibles entre vosotros; porque lo que os interesa de verdad de la catequesis, la confirmación, el cura, el obispo, el cardenal y el papa de Roma es la fiesta que os vais a correr luego, bueno eso, y el intento de enrollarse con alguna de “las tías” que, tan cándidamente, parecen escuchar el sermón de doña Guillermina; justo en el momento en el que Menganito se mete la mano por el sobaco y, en un movimiento familiar, emite un ruido que suena como si alguien se tirara un peo; todo el mundo se ríe, Karpanta hasta llora, a doña Guillermina se le pone roja la verruga de la nariz y manda callar de manera colérica, solo le falta el gorro y la escoba para ser una bruja, piensas tú, luego miras a Menganito que, como un zorro, se esconde entre la algarabía, te imaginas a su madre presumiendo de lo bien que se porta su hijo <<¡y una mierda señora!>>.

La noche empieza a caer, ya está entrando el calor, en la cerca de al lado de “la telefónica”, las chicharras, grillos y demás “bichos” han empezado su particular concierto, evidenciando los asfixiantes meses que vienen, no sabes si con o sin moto, depende de las notas y de tu padre; <<¡joder!>> aúllas al cielo, la tía que te gusta del pueblo se ha bajado con Tente en su bultaco, el muy pijo tiene de todo, seguro que en cuanto se saque el carné está su padre comprándole un coche; y ahí estas tú, con tu herrumbrosa bicicleta, el Sopas y Karpanta, que se ríen de las tonterías de Luján; tú también sonríes y descubres, en ese momento, que adoras a tus amigos aunque tu madre te reprima, más que nada, porque no los has elegido, empezasteis devorando los infantiles mocos de la escuela y ahora compartís las horas icónicas y felices de la adolescencia. Y no sabéis que pasará en el futuro porque a tu edad el futuro es cuando llegue el verano, os confirméis y contemples la ,casi inaccesible, posibilidad de enrollarte con alguna de tus amigas en la fiesta que tenéis preparada, porque eres virgen de todo, hasta de pensamiento; quizá por eso tu padre te nota raro y se preocupa; quizá por eso me ha pedido que te ponga algo en el blog, pero, si te digo la verdad, no sé qué decirte, y tú lo sabes bien, para tus padres el sistema solar de las drogas es un desconocido planeta que ha pertenecido a otra galaxia pero tú lo tienes a la vuelta de la esquina, no has cumplido los 18 pero ya has visto rayas de farlopa sobre la sucia caratula de un CD; hasta ahora habéis esquivado el tema, como José Tomás en una enfurecida tarde taurina, pero el astado va a estar ahí siempre y vas a tener que torearlo una y mil veces, valiente, sin huirle, sin tenerle miedo, para que no te cornee, para que no vapulee vuestras aventuras, que van a ser muchas, ya lo verás. No sé qué decirte, la verdad, si me pongo nostálgico me veo reflejado en un espejo atemporal, solo que sin móvil, con botas Martens y pantalón vaquero negro, haciendo botellón, con un grupo de amigos que se parece al tuyo, en un pilón agrietado al lado del poli, con un casete de cinta regrabable escupiendo canciones de Extremoduro, Reincidentes, Los Porretas, La Polla Records o el Maquina Total 8 y el Bolero Mix 13, da igual, sabes que los de nuestro equipo no tienen inclinaciones subversivas, sabes que nuestras oportunidades viene cogidas por nuestra alma rota, a expensas de los que nos rodea y de la única influencia que tenemos; eso es lo que eres, lo que fui yo también, adolescente de pueblo, una tribu que no es tal, más que nada porque las modas, las costumbres y todas las cosas te las marca el pueblo mismo, hasta tu propio carácter y tu forma de ser; tu padre podrá estar preocupado pero no puede hacer nada, la única verdad es que tú y solo tú eliges tu propio destino y tu propio “tú” interior. Pasaran los años, se acabará el instituto y empezaras una carrera, en Cáceres o más lejos, o te pondrás a trabajar; lo que elijas determinará tu vida, aunque no necesariamente, todo dependerá si te va bien en el trabajo o en los estudios y no la cagas en ninguno de los dos caminos.

 

Jesús Bermejo Bermejo          Madrid 2014

miércoles, 30 de abril de 2014

EL SUEÑO DEL ÁRABE


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Está protegida con Copyright de acuerdo con lo establecido en el Real Decreto 1/1996 de 12 de abril, por el que se aprueba el texto refundido de la Ley de Propiedad Intelectual y Ley 23/2006, de 7 de julio, por la que se modifica el texto refundido de la Ley de Propiedad Intelectual.


Queda prohibida la reproducción, distribución y comunicación con ánimo de lucro de acuerdo con lo establecido en la presente ley.

jueves, 27 de marzo de 2014

HISTORIAS DE LA JARA (II)


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martes, 18 de febrero de 2014

VESPACIO: LA CUMBRE – SANTIAGO DE COMPOSTELA.

5º DÍA: LA MARAGATERÍA y EL BIERZO

Para Alberto, Patricia,
Alberto jr y Nerea
(la más leonesa).

- ¡¡ Te compro la vespa, te compro la vespa!!- Ramiro lo dice todo a voces ante el asombro de los extranjeros, con las mochilas a cuestas, que van a sellar su peregrinaje. Ramiro regenta el “Bar Cowboy” en El Ganso (León) <<¡¡de lo bueno, lo mejor!!>> vuelve a gritar; lo lleva desde que vino de la legión, de aquella época cuando se emborrachaba y hacia escapar al pueblo entero; ahora está más reformado, o al menos eso dice… un peregrino alemán, con su acento “guiri”, le pregunta donde hay alguna fuente para beber, <<¡¡no hay fuente, botella de agua, un euro!!>> y sacude la botella, golpeándola contra una maravillosa barra de roble, a la vez que, con los nudillos, destroza la chapa de las cámaras, sonriendo, porque sabe que, justo al lado, hay una fuente de agua cristalina; ríe o al menos eso pensamos, y revienta el espectáculo con chistes “machistas” ante la resignación de Patricia y Noelia, volviendo a aporrear el metal de las cámaras, mirando al horizonte, frunciendo el ceño, como si la luz de la portalona fuera un extraño de mala ralea que llamase, incomoda, en busca de refugio.
Decididos a repetir lo de Zamora, paramos el motor de la vespa en el antiguo establo de  Alberto, y junto a ella, reconducimos el tiempo en otras perspectivas, dispuestos a empaparnos de esta tierra que nos atraía de una forma extraña, inexplicable, como si reconociéramos, en cierto modo, una esencia ancestral; sentados, tranquilos, en la armonía de los grandes bancos del Bar “Cowboy” o acodados en su espectacular mostrador de roble, observando los aperos antiguos, sombreros y demás cachivaches que adornan el techo y las paredes, como si estuviéramos en La Cumbre, también, entre amigos, y el sol de la tarde convirtiendo nuestro mundo en una franja rojiza agradable, rezumada en el deleite de poder analizar el espacio, igual que el que otea un paisaje que solo le inspira sosiego y no puede apartar la vista, contando los detalles que brincan en sus pupilas, como los corzos por la parcheada carretera que comunica Astorga con Ponferrada; pasando Rabanal del Camino, justo antes de llegar a Foncebadón y subir el “Monte Irago”, donde la magia celta empieza a hechizar el ambiente y se escuchan sus conjuros entre los robledales aledaños al pueblo, que duerme un sueño fantasmagórico, tan solo perforado por las idas y venidas de los peregrinos, campeando, curiosos por sus calle, azuzando los llanos donde se alza una ruinosa espadaña, testigo del monasterio que, aquí, fundo el monje Gaucelmo, a finales del siglo XI, en medio de la naturaleza salvaje, particular como los relatos embalsamados en lo más profundo del corazón de esta tierra que, a duras penas, ha encontrado en el milagro del Camino de Santiago, el sustento en el que sujetarse a la existencia de un futuro con historia.

En efecto, el nombre del pueblo alude a las fuentes del lugar. Foncebadón derivaría de Fuente de Abdón y, durante años, fue un pueblo dormido, de calles oscuras, sin habitantes, condenado a desaparecer y a que se desvaneciera el recuerdo de sus gentes, cuyas voces surcaban los páramos, quejidos bajo madrugadas sin luna. Así se quedó este lugar religioso, el punto más alto de la ruta jacobea entre la Maragatería y el Bierzo. La emigración de los 60-70 lo destrozó como a tantas zonas rurales, y la hierba empezó a abrazar sus calles mientras el musgo se apoderaba de sus piedras y la carcoma hacia estragos en sus vigas.

Fue entonces cuando llegó Javi (nombre inventado a petición del verdadero Javi), regente de la taberna Irago con su asombrosa historia, bajo una crema de orujo y un conjuro contra las meigas que pudieran escuchar y aprovechar la debilidad del narrador: Javi era un hombre de negocios que acababa de enviudar, sus hijos estaban en el extranjero, uno estudiando en Estados Unidos y otro, casado, trabajando y asentado en Alemania con su familia. Javi estaba solo, tan solo, tan solo que sólo tenía dinero, apartamento de lujo en el centro de Madrid (en pleno barrio de Salamanca), chalet en la sierra, casita en la playa en Vera (Almería), una mini colección de coches de lujos (Duesenberg Model J Coupe 1931, Ferrari 250 GT SWB California Spyder 1961, Toyota 2000GT 1967 y algunos más); viajes al extranjero, nadar entre delfines, vuelta al mundo en globo,... y un sinfín de “caprichos” que hacían singular su propia vida. Pero cuenta que, cuando enviudó, se quedó destrozado, no solo por la terrible pérdida sino porque, en todos sus años de matrimonio, apenas había convivido con su esposa, no había tenido vida familiar, carecía de la experiencia de jugar con sus hijos. Quiso recuperar el tiempo perdido pero ya era demasiado tarde, sus hijos habían perdido (o tal vez nunca lo tuvieron) el anhelo de estar y vivir con su padre; como no había dado cariño en su vida, no recibió ni una pizca de ese sentimiento vital. Un día se emborrachó en su propio apartamento (ya lo hacía con frecuencia recorriendo las calles de Madrid semitambaleandose), se metió en el jacuzzi y se quedó dormido, de repente oyó un ruido en la calle, cuando fue a ver qué había pasado, debido a su estado, se resbaló y cayó violentamente, golpeándose fuertemente en la cabeza; fue en ese momento, en medio del inmenso cuarto de baño, con el sonido lujoso de las burbujas del jacuzzi y el olor a sales aromáticas mezcladas con sangre, donde quiso desaparecer, olvidarse, vivir de la tierra o padecer los tormentos de un vagabundo. Pero no podía hacerlo sin más, aunque no mostraran por él afecto ninguno, tenía familia lejos, su propia descendencia; así que puso en práctica su plan de autodesaparición: primero vendió todas sus riquezas, sus inmuebles, su colección de coches de lujo, ect y dividió lo recaudado en cuatro partes, dos partes las envió, por separado, a cada uno de sus dos hijos; con la otra puso en marcha una ONG, consistente en hacer negocio con ropa usada.
En el calor de la taberna de Irago, bajo esencia celta, como los ingredientes de la pócima de un druida, Javi desgrana su historia, se hace escuchar, movido por la crema de orujo o porque al contarla, él mismo se desnuda y se vuelve a encontrar en el pasado.
La ONG se llamó “Arrópate”, consistía en compra-venta de ropa usada, en una gran nave, la gente que quería deshacerse de prendas de vestir la vendía a precio bajo o las donaba, a su vez, estas se clasificaban en función de la calidad, si era buena se volvía a vender a un precio más bajo, y si era mala, se reciclaba y el material se vendía a industrias textiles que lo compraban a un precio, sorprendentemente, alto. El caso es que los ingresos se quintuplicaron enseguida, designó a un equipo de dirección y se abrieron varias naves más en las principales ciudades, todos los derechos de propiedad se los traspaso a su hijo menor para que tuviera un gran trabajo al acabar los estudios en EEUU, apartó un 25% de acciones para el mayor y desapareció del panorama mientras grandes fortunas eran destinadas a la creación de escuelas en Sudamérica, a la construcción de pozos en África y numerosos proyectos solidarios más.
Desapareció y encontró refugio, tras andar perdido solo con su mochila al menos 10 días, en Foncebadon; allí compró el edificio de la escuela, a la entrada del pueblo y, durante el primer año, no encontró más compañía que la de Ángel, un pastor que, tras unos meses, le abandonó para irse a Barcelona a trabajar de albañil. Al principio lo pasó mal, no sabía nada de agricultura ni de ganadería, durante los meses de invierno apenas veía a nadie y en los meses de verano, los peregrinos pasaban de largo por la carretera sin entrar siquiera en el pueblo.
Una vez cayó una gran nevada y se quedó aislado, malvivía calentándose al fuego alimentado de la madera carcomida de las casas ruinosas aledañas; el hambre se hizo insufrible y cayó enfermo; sin poder avivar el fuego, demacrado sobre un viejo colchón de muelle, parecía que había llegado su fin, << quizá era mejor así>> pensó, ya que no había sabido convivir con sus seres queridos, se merecía morir solo, enfermo, deshaparrado sobre una vieja cama en una escuela por la que hacía más de 20 años que no asomaba ningún niño, mientras el cielo lloraba nieve y las noches helaban las horas restantes, endureciendo de blanco el pavimento de su mortaja. Entonces ocurrió el milagro, alguien, en medio de la madrugada, entró, al principio creyó que era un espectro, un fantasma de los muchos que afirmaban por los pueblos de alrededor que vagaban por Foncebadón, o la propia muerte dispuesto a sesgar su agonía con su guadaña; pero no era ningún ser del otro mundo, se trataba de Hanna, una muchacha alemana, que atravesaba aquellos páramos en peregrinación a Santiago, cuya nevada, y la noche, la había sorprendido en mitad de la jornada.
Javi nos cuenta que fue amor a primera vista, lo cuidó y cuando se recuperó reformaron el edificio escolar, Hanna era escultora y llevaba casi toda la vida dedicada a la cerámica, al principio, se quedó hasta que nuestro ermitaño estuviera bien, luego lo ayudo a terminar de instalarse y, hasta ahora, es su compañera, con la que no piensa repetir sus errores pasados. Fue entonces cuando Javi decidió recurrir a su habilidad, la única que se le daba realmente bien y que había sido, a la vez, su condena: los negocios. Con el dinero que le quedaba montó la taberna “Irago”, fiel al pasado de Foncebadón, decorándola con motivos medievales y célticos; la montó para salir del paso y tener lo justo y suficiente para vivir, pero, algo dentro de él, sabía que no iba a ser así; la taberna y albergue se convirtió en un éxito, ahora todos los peregrinos, que antes pasaban de largo, quieren hacer noche allí y los beneficios se han multiplicado. Parte de ese dinero sobrante lo ha invertido en adecentar el resto del pueblo pero, aun así, según él, los beneficios superan sus expectativas.
A nosotros no deja de sorprendernos su peculiar “maldición”, Javi es un “rey midas” para los negocios y no tiene ningún problema en vaciar con nosotros una garrafa de crema de orujo, fabricación propia. Como, anteriormente hizo Gaucelmo, lleva varios años con su albergue y taberna, un negocio, desde 1999, que es un canto a su forma de entender la vida, adornado con muebles de peral, tejados de paja y pizarra… hasta el cierre exterior de madera lleva su firma artesana.


-¿no volviste a saber de Ángel?- pregunté alucinado con la historia.
- Si, bueno, era un hombre bastante taciturno, no sé gran cosa, que está en Barcelona, que anda de aquí para allá, en fin, le propuse que se viniera aquí y se emplease conmigo pero no quiso, hubiera estado bien que hubiera vuelto, al fin y al cabo es el hijo de la señora María.
- ¿Y quién es la señora María?- preguntamos al unísono.
- Jajajajaja- Javi se ríe- la señora María es la auténtica protagonista de este pueblo, este será un pueblo sin habitantes pero con muchas historias jajajaja.

Y, como encadenado a su propio testimonio, comienza a narrar la leyenda de María, que era la única habitante, junto con su hijo Ángel, de Foncebadón años antes de la llegada de Javi, montañesa, menuda y un poco huraña; vivía sola entre las ruinas de lo que fue su pueblo, bajo la espesa hierba que ocultaba su esplendor en el devenir de los días, en el umbral de las nevadas y ventiscas que casi la aislaban del mundo; pero eso a ella le importaba un rábano ya que podría llevar más de 20 años solitaria, observando el silencio del paisaje y el envejecer de las piedras.
Un día recibió una carta del Obispado de Astorga comunicándola que iban a retirar las campanas de la iglesia del pueblo, puesto que ya no tenía habitantes y no se oficiaban misas ni demás ceremonias en décadas. Con la carta, nuestra montaraz hizo el fuego aquella tarde y así quedó el asunto. El día señalado para el traslado de las campanas una expedición, integrada por dos curas, seis obreros y cuatro guardias civiles, avasalló el pueblo dispuestos a cumplir su cometido. Su sorpresa fue mayúscula cuando empezaron a llover piedras y palos desde el campanario; decidida a defender lo que es suyo, María recibió a la comitiva, desde el tejado de la iglesia y de esa manera, diciéndoles que para llevarse las campanas antes tendrían que matarla.
-Pero no se da cuenta, buena mujer, que las campanas ya no sirven de nada aquí- argumentó uno de los sacerdotes.
- Me sirven a mí por si me pongo enferma o me quedo aislada y tengo que avisar ¡¡largaos de aquí!!- dictaminaba María.
- Venga señora bájese de ahí que esto no tiene sentido- bramaba un guardia civil.
- Además una de las campanas no tiene badajo- justificaba otro cura.
- ¡¡Pues te corto el tuyo y se lo pongo a la campana, pajarraco!!- enloquecía la montañera.
Y toda la expedición se tuvo que esconder donde aguardaba Ángel, el hijo, sentado en una piedra, resignado y familiarizado con la actitud de su madre.
-         Pero haga usted algo por el amor de Dios, intente convencerla, que entre en razón- casi suplicaba el religioso.
-         Mire usted, señor cura, a mí las campanas ni me llaman ni me dejan de llamar, por mi pueden ustedes llevárselas sin problemas. Pero si mi madre no quiere que se las lleven sus razones tiene y, créanme, no hay manera de convencerla de lo contrario… así que ya lo he dicho, las campanas me dan igual pero que nadie toque a mi madre porque agarro la escopeta y la lio.


María preconizaba a veces que, tras su muerte, Foncebadón se moriría del todo, enfermo de silencio, oxidado sus huesos bajo el olvido de sus historias; y así hubiese sido sino hubiera aparecido un vagabundo dotado con un extraño don que huía de él mismo, Javi, que no se llama así, narrador en la tarde leonesa bajo el encanto de su taberna celta en un pueblo que estuvo a punto de desaparecer, un lugar donde sus ancestros duermen tranquilos el sueño de los justos porque el tañer de sus campanas les devuelve, todavía hoy, la melodía de su existencia, recorriendo el sonido la senda de estos parajes sagrados.


Al día siguiente fuimos a visitar una herrería medieval que sigue funcionando, en el pueblo de Compludo. Contra todo pronóstico (o contra nuestra creencia y costumbre más bien), llovió en pleno agosto, y no estaba de más una cazadora o un polar fino. Por escarpadas carreteras, descendemos valles envueltos en hojas, guarecidos de recuerdos cuyos riscos engalanan las vistas. Robledales y alisos que esconden los pueblos, a los que se acceden por diminutos senderos, recientemente asfaltados, donde las sombras se alargan avaladas por el propio paisaje.
Compludo se viste de flores entre pizarras, con restaurantes típicos maragatos y alguna que otra casa rural para deleitarse del desestresante ambiente que se respira. Aparcamos el coche de Alberto justo al lado de la Iglesia de San Justo y San Pastor, que guarda la arquitectura típica de la zona, limando asperezas con la comarca vecina  de El Bierzo. Por un camino adornado de castaños bajamos a un riachuelo por el que, siguiendo las señales, advirtiendo la humedad del aire, llegamos a la famosa herrería.
Esta, la herrería, es el único monumento que todavía funciona desde que se instalaran los monjes de San Fructuoso de Braga en este tranquilo valle, allá por el siglo VII, constituyendo la primera fundación monástica berciana; quizá, por estos monjes y por el obispo Fructuoso la iglesia se llame San Justo y San Pastor y el pueblo Compludo: estos santos sufrieron martirio en Complutum, lo que ahora es Alcalá de Henares, y quizá una cosa lleva a la otra.
Cobijada entre macizos pétreos y bautizada continuamente mediante un ingenioso aprovechamiento hidráulico, el edificio recibe el asombro y la satisfacción de sus visitantes. Mientras recorremos sus instalaciones y quedamos embelesados con el entorno, no puedo evitar acordarme de los molinos de La Cumbre, abandonados a su suerte, despojados de utilidad y protección, por mucho cariño que les profesemos, sus ventanas se abren al Gibranzos en una comunicación ancestral cuyas palabras ya no salen de sus rosneras y las pizarras yacen desparramadas y semienterradas por el campo. El mecanismo de la herrería es rudimentario pero preciso y lógico: unas aspas se impulsan por el agua, girando alrededor de un eje de levas que se sustenta en una gran viga de nogal, con dientes en un extremo; esta actúa de palanca para el martillo pilón, el cual, a su vez, golpea sobre el yunque donde se trabaja el material. Con todo esto, el caudal de las aguas son canalizadas para regular la velocidad de golpeo deseada y para que, con fuerza, provoque una corriente de aire que avive el fuego de la fragua.



Llueve afuera y el cielo torna, aún más grises, a las piedras. El destino hace que descubriéramos una carretera recién asfaltada, ajena al trayecto turístico, bajamos para volver a subir, esquivamos los acebos y el viento saluda nuestro tránsito; allí está, al final del camino, no queda nada más, Carracedo de Compludo, un pueblo donde viven menos de 10 habitantes y estuvo deshabitado algunas décadas atrás. Comprendí entonces nuestra fascinación por el lugar, como aquellos indianos que emigraron hacia América cuyos bisnietos regresan al principio de sus orígenes, así me sentí yo. El pueblo no tiene plaza pero tiene el árbol de morera con los frutos más exquisitos que haya probado jamás; la iglesia, cerrada ahora, estuvo sometida al expolio y al bandidaje continuo; desde allí, el campanario ofrece, sin lugar a dudas, la mejor vista en el tiempo detenido, rasgado sobre el movimiento de las copas de los árboles, plasmado en el brillo de los tejados que emergen en la soledad como setas cobijadas entre raíces y hojarasca; que gusto da escuchar el mundo, pienso mientras observo, con asombro, una bicicleta antigua de muchos colores, a quien la herrumbre ha empezado a devorar su cuerpo…¡qué lugar! ni siquiera puedes pasear por sus calles porque no hay calles, solo trazos convertidos en viviendas que lloran frente a los muros derruidos de las casas vecinas y donde la madera se oscurece, atreviéndose a luchar contra las inclemencias temporales. Solo en estos lugares te das cuenta de las nimiedades de la vida, hay que llegar a ellos para darse cuenta de ciertas cosas, quizá eso sea el verdadero sentido del peregrinaje; a lo mejor realizas un viaje de miles de kilómetros y no encuentras nada, pero te sumerges en la espesura de estos valles y das con la solución; como si el paraíso, la búsqueda del ser, el verdadero correo donde se afanan los sentimientos, estuviera al lado, y solo en estos lugares eres capaz de verlo, ajustar tus pupilas para que el cristal sea traslúcido y se explaye, sobre ti, la armonía de tu alma, que andaba extraviada.





Por la tarde, camino de El Ganso, con Alberto, guía, Patricia y Alberto hijo, torcemos por un sendero que conduce a un parque eólico, allí la altitud ofrece un paisaje portentoso; el sol cae lentamente sobre los montes, acicalando el horizonte, mientras contemplamos el lento oscurecer del monte Teleno, a la izquierda, donde los romanos erigieron altar al dios “Tilenus”, cumbre de 2.180 metros que germinó del rayo divino; el Puerto del Manzanal, a la derecha, se abre ante nosotros en un juego de luces, con los coches, diminutas hormigas, por la carretera Madrid-A Coruña, recorriendo el valle del Bierzo y el imponente sistema montañoso que separa, como un hermano celoso, la adusta meseta de Galicia.
A pesar de que tenemos una ruta pendiente, insistimos en observar la majestuosidad que se abre a nuestro alrededor, a la vez que el mecanismo rutinario de los molinos de viento rompe el equilibrio de sombras que se han cernido sobre el vasto territorio desde el origen más remoto.


Bajamos por un camino apretado de alisos hasta el “charco de las hoyas” (imposible no compararlo con nuestro “chaco la olla”), hasta abordar un reguero de álamos en la vereda de un riachuelo que nos conduce hasta los restos de la iglesia de Poibueno, otro de los pueblos abandonados cuyo centro religioso y los muros desplomados de sus casas son el epítome de una existencia, no tan lejana. De la antigua parroquia apenas quedan los restos del coro provisto de una puerta con arco de medio punto vislumbrando el pardo de las pizarras entre el follaje. Allí, en una escena de cuento de hadas, quedamos sorprendidos cuando un hombre de barba y pelo largo, vestido con ropas parecidas a las de un indio americano, continúa el sendero, callado, con aperos de labranza sobre su hombro. Decidimos seguirle por la senda salpicada de escobas verificando nuestras sospechas, en parte culpa de Alberto que ya nos había advertido lo que nos encontraríamos; antes de llegar a Matavenero, arboles pintados con colores vivos y tipis en sus copas delatan la renovación de este pueblo, convertido en “ecoaldea” o, como lo llaman en los lugares vecinos: “hogar de hippies”.

Matavenero, o Mataveneiro, fue localidad dependiente del municipio de Torre del Bierzo y a finales de los años 60 quedó deshabitado, hundiéndose su recuerdo en la profundidad de estos valles bercianos, hasta que, en 1989, un grupo de personas crearon en él una junta vecinal, conformando la nueva población bajo la estructura de aldea ecológica. El origen de sus ideas y su forma de vida viene determinada por el movimiento Rainbow: contracultural, libertario y pacifista; cuyos discípulos son los, conocidos y, muchas veces incomprendidos, hippies.
De una forma pausada, mezclando pensamientos suspendidos en la bóveda de madera del único bar, nos explicaba Kjetil, un noruego que fue uno de los fundadores neo-pobladores del nuevo Matavenero, los problemas y la ilusión con la que comenzaron.
Recurriendo a métodos primitivos, el agua potable es suministrada por arroyos de montaña y la luz a través de paneles solares.
Pasado el tiempo, la población creció, se crearon negocios artesanales y agrícolas cuyos productos se comercian en ferias y mercados de poblaciones colindantes, principalmente Ponferrada y Astorga.
El pueblo dispone de panadería, bar, restaurante, escuela (que llaman “escuela libre”) donde hay más de 30 niños; una tienda, un centro común destinado a reuniones y asambleas; yurta de artesanía; hasta un Dome, que se alza como una cúpula multicolor despuntado en la distancia, donde se  llevan a cabo encuentros y actividades de lo más variopintas.
Creamos o no lo que nos cuenta Kjetil y veamos, un poco dolidos para no engañarnos, la nueva confección y estructura de vida de este lugar; lo cierto es que (la historia no deja de sorprendernos), estas personas tienen atada allí su propia trenza de entender el día a día, auspiciado por la entrega total a la madre tierra y a las fuerzas, de distinto orden, que ejercen su círculo de fuego sobre todos nosotros al experimentar este tipo de convivencia, en un valle perdido al que se accede por una, casi intransitable, vereda o por una pista sin asfaltar, recientemente acondicionada para acceder a los molinos de un parque eólico, cuyas aspas remueven los nuevos tiempos, agitando las pinturas pregoneras de pensamientos distintos y verdaderos, que cicatrizan sus heridas con melisa, ortiga, caléndula y tomillo.



Ramiro cierra puntualmente a las doce de la noche, comprometidos con él para una nueva visita después de cenar, el paladar nos supo a gloria con los chichos y unas deliciosas hamburguesas doradas al fuego alimentado con leña de manzano. Apenas dejamos hueco para la cecina, <<complemento que nos causará deleite cuando la almorcemos mañana, camino de Ponferrada>>, decía yo; <<¿mañana?, de eso nada, mañana comemos “botillo” y pasamos el día en El Ganso, para que descanséis de la “paliza” de hoy y continuéis a gusto al día siguiente>> zanjaron Alberto y Patricia sin otorgar la posibilidad de negociar su decisión por nuestra parte.

El café nocturno en el “Cowboy” bajo el silencio corrompido por el transformador antiguo del bar y las “lecciones morales” de Ramiro otorga un sabor enigmático a la velada, cargada de historias y risas, boicoteada, de vez en cuando, por las voces de nuestro anfitrión, quien se remonta, como suele hacerse en estas tertulias, los años atrás, cuando sus primeros ligues pueblerinos en “el fontanal” o su diversión nocturna cazando jabalíes entre los pinares cercanos, o su sempiterna misoginia aderezada de lujuria, << ¿¡unas copas?!>>, <<pues no sé, vamos a acostarnos pronto y…>>, <<¡¡no, unas copas!!, ¡así te emborracho y me quedo con la vespa, jajajaja!>>.



El pueblo está dormido pese a ser un poco más tarde de las doce de la noche, una línea de farolas esparcidas arrebatan a la oscuridad su razón, con dos brazos que le otorgan un aspecto de cruz latina iluminada. La vuelta al término municipal no nos da para más de 10 minutos, andando muy despacio y atendiendo al pequeño Alberto corretear y subirse a los escalones del crucero de madera en lo que, podríamos llamar, la plaza; o quedarse sorprendido del tablero granítico donde fecundan los huecos del famoso juego de los “bolos maragatos” al pie de la antigua escuela, edificio del que se cree que estuvo el antiguo hospital de peregrinos, allá por el siglo XIII, hoy es un recinto que suspira vacío a través de la claridad que entra por sus cristales.
Gracias a este hospital, El Ganso ha sabido sobresalir a pesar de su, siempre, escasa población, de la condena al olvido que sufren muchas zonas rurales; referencias históricas desatan las crónicas hacia este hospital en varios documentos que citan entre sus líneas el territorio de Cassum, próximo al pueblo, donde se han encontrado vestigios de época romana entre sus cimientos rectangulares y donde ya se palpaba las luchas internas de los pueblos de alrededor por delimitar el territorio de cada uno.
Pero al preguntar, al día siguiente, a los gansinos/as, nadie nos sabe hablar de los orígenes de su pueblo; nadie lo explica muy bien aunque, de lo que dicen unos y otros, enlazo mi propia conclusión. Lo cierto es que la cultura popular habla de que “allí se guardaban los patos de la Sra. Marquesa”; al preguntar que marquesa, de nuevo, incógnita. Para colmo, Ramiro lo acaba de rematar <<¡¡Pero es que tú no sabes que esto es el Camino de Santiago!!, ¡esto es como el juego de la oca, con sus casillas de trampa, sus atajos y sus casillas de oca!, ¡¡por eso se llama así este pueblo!! ¡Aquí se está a salvo de los peligros del camino!, bueno, depende, porque el otro día le dije a una peregrina que se viniera a mi casa y si hubiera dicho que sí hubiera sido una trampa ¡¡mortal!! Jajaja>>.
Ahora que lo dice, si es posible que el camino pueda asemejarse con un gran juego de la oca, con sus visitas obligadas, posadas, puentes, sus lugares encantadores, las casillas trampa y demás infortunios que aparecen en el peregrinaje. Pero, esta similitud nos descuadra un poco de los orígenes de El Ganso, menos mal que, al visitar la iglesia, la mujer que tiene las llaves (se nos olvida preguntarle el nombre) desempolva un recorte periodístico y arroja algo de luz a la esperpéntica afirmación de Ramiro.
Detenidos en el tiempo, la bóveda eclesial evidencia la compostura de iglesias maragatas con su peculiar espadaña, campanario pétreo incrustado a los pies del coro donde nos llama la atención el acristalamiento de una cruz templaria y un esquilón gracioso, confeccionado con una hilera de campanitas haciendo un circulo.
El escrito redacta la doración por parte de Juan Antonio de Arrojo del retablo mayor y los colaterales del Ángel de la Guarda y San Benito; y la construcción del portal, a la salida poniente del pueblo. También nos habla, del vasallaje de este territorio a los Marqueses de Astorga y la dependencia del lugar al señorío de Turienzo de los caballeros, evidenciando el poblamiento, dedicado a la ganadería y labranza, antes de entrar en los bosques y acceder a las montañas del Bierzo.




Este parece ser el origen de El Ganso, un pueblo originado por las familias que se asentaron para civilizar el camino hacia Santiago de Compostela, cuyos peregrinos encontraban cobijo en un antiguo hospital, que luego fue escuela; y donde los Marqueses de Astorga tuvieron tierras, ganados y no sabemos si ocas, que dieron lugar a la leyenda de los patos de la marquesa, cruzando la antigua carretera por la que, al día siguiente, esta vez sí, continuamos viaje mientras el sol de agosto bate sus rayos sobre los montes y valles, donde los hippies viven, un poco, al margen del mundo; y las aspas de los molinos cercanos escarban en el bosque surcado por jabalíes y corzos que beben del riachuelo, la misma corriente que sirve de combustible principal para que una herrería medieval siga vigente en el silencio de las calles, enhebradas de vegetación, de Carracedo de Compludo, donde es posible encontrar la estabilidad que conduce la razón del ser; la misma que encontró Javi en su taberna de Foncebadón, cuyas campanas, eternamente inmóviles, repican la victoria para todos aquellos que buscamos algo verdadero en el andar de la vida.



Jesús Bermejo Bermejo El Ganso (León) Agosto de 2011.


Glosario:
·        Tipis: es una tienda cónica, originalmente hecha de pieles de animales como el bisonte y popularizada por los pueblos indígenas de los Estados Unidos de las Grandes Llanuras, pero también han sido construidos y habitados en otras partes geográficas.
·        Yurta: es una tienda de campaña utilizada por los nómadas en las estepas de Asia Central. Distintos pueblos han usado este tipo de vivienda desde la Edad Media. En la antigüedad, la yurta era modular y desmontable, pues estaba formada por varias partes y realizada con diversos materiales. Las actuales conservan la forma, pero los materiales utilizados en su construcción se han cambiado por otros más evolucionados y mejorados tecnológicamente.
·        Dome: Estructura de forma cóncava o de cúpula de gran tamaño.

jueves, 28 de noviembre de 2013

LA SENDA DEL PALACIO

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jueves, 17 de octubre de 2013

VIDRIOS QUEBRADOS


No puede durar el mundo,
porque dicen, y lo creo,
que suena a vidrio quebrado.
Lope de Vega, La Dorotea

El olor de la tortilla francesa recién hecha buceó, entre el pasillo, hace dos viernes, hasta mi habitación, donde estaba a punto de terminar “el areté” de octubre; como una dulce llamada los sentidos se agudizaron a mi alrededor, me iba a disponer a bajar a la cocina cuando ¡plof!, mi ordenador se quedó sin fuerzas y la imagen de la pantalla se desvaneció; <<¡no me jodas!>> alcancé a decir sin poder vaticinar ninguna explicación que justificase el desplome y deserción de mi más fiel aliado en esto de aprender a escribir.
La cena se sumió en una incontenida preocupación, no ya por la avería sino por la cantidad de documentos que tenía guardados, hace seis meses metí gran parte de ellos en un disco duro portátil pero, aun así, guardaba bastante contenido en el maldito ordenador que, por ahora, parece que ha soltado, cual máquina que tiene la sartén por el mango, eso de “sayonara baby”.
Salí fuera a disipar mi mal rollo por lo ocurrido, la calle estaba inhóspita, coloreada por los farolillos de mi casa y los de mis vecinos. La carretera anudaba pasajes de luz cada 3 metros por el neón de sus farolas; las voces salían de “Jara” como una libertad entumecida y desde las ventanas de “Naya” parecía entreverse mesas llenas de cautelosa jarana.
Llegue hasta el “Ciber”, allí estaban Raquel y Domingo, acodados en la barra; como tampoco era plan de trasladar mis penas e infortunios hacia nadie, acodé mis problemas y comenzamos con la bendita liturgia de los viernes, regada, por mi parte, con una coronita, mientras las conversaciones y los saludos se dividían, disciplinarios, a partes iguales. Dependiendo de los transeúntes, en todo bar, se oye el perceptible vagar del tiempo, por ejemplo, en estas fechas, los pescadores se van despidiendo de la temporada mientras los cazadores se equipan para empezar la suya; los universitarios vacilan y exageran los devenires del, siempre turbulento e inolvidable, inicio del curso; los caballistas cepillan a sus caballos después de largos entrenamientos, preparándose para su marcha a Guadalupe… toda época tiene su espacio, los acontecimientos vociferan su momento, y es en los bares, donde se reafirman y despiertan, en función de los gustos e inclinaciones.
El itinerario nos llevó carretera arriba, el “Coocum” desfigura los minutos con la intermitencia de sus luces, la complicidad libre me inclinó a pedir un té de limón, o de naranja, que están cojonudos, lo mejor para irse a dormir pensareis, pero no hay problema, siempre me he llevado bien con las bebidas excitantes a la hora de conciliar el sueño.
Y esto sería todo, unas risas, estar con los amigos, sentir el placer de tener todo el fin de semana por delante, un viernes cualquiera en La Cumbre, me iría a la cama y el sábado amanecería con el sol membrillero cincelando sus frutos; pero no, ese no sería un viernes cumbreño cualquiera.

Cuando me iba para casa, mientras el bullicio tabernero se quedaba atrás, el equilibrio silencioso se abría a las calles negociando el paso de la oscuridad
Crucé la calle Hornillo hasta llegar a la Ronda Colón donde, tras avanzar unos metros, me pareció ver una sombra que subía por la calle de San Juan; un escalofrío hizo que se me erizase el vello de los brazos, para ahuyentar mis malos espíritus grité << ¡Eeehh!>>, la sombra permanecía en la esquina del camino vecinal, unos segundos después del grito, se puso en medio de la Ronda Colón; era una silueta delgada, más alta que yo, con una sudadera roja cuya capucha tapaba el rostro. Durante unos segundos nos quedamos mirando, él me analizaba y yo intentaba entrever quien se escondía detrás del gorro de la sudadera, mientras, albergaba la esperanza de que alguien conocido pasase, también de camino a casa, por allí. La silueta se dio la vuelta y comenzó a caminar Ronda Colón adelante; dicen que el miedo sabe a hierro, y que es capaz de recorrer tu cuerpo en un segundo, sintiendo como frío, no lo sé, tampoco sé porque me eché hacia adelante, quizá, el temor y la prudencia no van cogidos de la mano; el caso es que, casi sorprendido conmigo mismo, grité <<¡¡Eh tú párate ahí!!>>, al ver que la sombra no paraba volví a gritar <<¡Eh tú hijo de puta párate ahí!>>; en esos momentos la silueta se giró y retiró media capucha, un rostro moreno y desconocido me miraba desafiante, avieso, amenazando pensamientos y jurando infamias. En esos momentos interminables, cruzando miradas, como en un duelo del salvaje oeste, sabía que no podía dar marcha atrás ¿qué iba a hacer? ¿salir corriendo, zigzaguear por las calles y dejarle que siguiera recorriendo el pueblo a su libre albedrio?, no me fastidiéis, sabía que estaba cometiendo una gran imprudencia, pero también sabía los comentarios de mucha gente que juraban haber visto a “tíos” encapuchados por la calles de La Cumbre de noche, como “Pedro por su casa”; no tenía vuelta atrás, estaba entre la espada y la pared, sosteniendo la mirada a aquel desconocido que, luego lo pensé, podría tener un arma y acabar con el “pringao” aspirante a héroe en un abrir y cerrar de ojos; pero como dije antes, no podía echarme atrás, un sentimiento, llamarlo, patriótico, una vehemencia terrenal me hizo dar dos pasos hacia adelante, a lo que el adversario contestó, a su vez, con tres o cuatro paso más, como jactándose que no tenía miedo de nada; <<¡¿Qué haces por aquí a estas horas?!>> pregunte nervioso, <<que voy a hacer, esperando>> me soltó con acento extranjero y una voz hosca, profunda, maltratada, quizás, por el tabaco y la vida. En esos momentos, como de la nada, apareció un coche (un seat córdoba gris de los antiguos), casi tan cerca que a punto estuvo de alcanzarme con el espejo retrovisor y se paró unos metros más allá; el desconocido se metió las manos en los bolsillos y, tras dar unos pasos marcha atrás, sin apartar la mirada, se metió en el coche, que salió a toda velocidad dirección Cáceres.
Ya en la cama, los pensamientos se apelotonaban en mi cabeza y los nervios habían dejado mi cuerpo en un, extraño, éxtasis armónico, relajado; por un momento me arrepentí de todo lo ocurrido y me juré a mí mismo no volver a ser tan necio; pero una parte de mí no estaba arrepentida del todo, aunque quería estarlo, como cuando se canta en misa lo de “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”; no, aquello no había estado bien del todo pero tampoco había estado mal del todo; el escritor y filósofo Eric Hoffer dice que podemos conocer a que tiene más miedo nuestro enemigo observando los métodos que usa para asustarnos, pues bien, si esto es así, la coartada a mi comportamiento no estuvo, del todo, injustificada.
Lo cierto es que, si, es verdad que rondan extraños por las calles de La Cumbre, ahora que lo pienso, lo más preocupante es que si estos individuos se dan un paseo un día de finales de septiembre principios de octubre por las calles del pueblo, viernes, con buena temperatura y vecinos por ahí, a pesar de que sea de noche, ¿qué cosas podrían hacer, por ejemplo, un día de mediados de noviembre o enero, a las 4 de la mañana, miércoles, con 1ºC de temperatura?... no podemos escurrir el bulto y mirar hacia otro lado, las consecuencias de esta crisis que nos ahoga no solo la notamos en la falta de trabajo sino también en la aparición de estos bellacos que, sin escrúpulos algunos, se aprovechan de la escasa vigilancia de los pueblos pequeños para husmear y realizar todo tipo de canalladas; para chapotear, cada vez más, en este mundo cuyos cristales han sido reventados por las desigualdades, la codicia y el cainismo entre la humanidad, cristales rotos cuyas secuelas yacen en forma de vidrios quebrados en el suelo.

Escribo esto, no para alardear de mi valentía ni para parecer un héroe, es más, creo que mi actitud, a día de hoy, no está justificada en absoluto, por muy caballeresca que pueda resultar. Parece ser que mi ordenador tiene solución y puedo recuperar los documentos que ya tenía por perdidos; el areté de octubre tendrá que ser el areté de noviembre porque, después de contar la hazaña, la preguntas y la curiosidad se empecinaran en encontrar lo que buscan, tal vez, otro viernes por la noche, puede que con más frío que el de hace unas semanas, donde pude comprobar por mí mismo la certeza del huronear de encapuchados que no se amilanan y huyen a la primera sino que se remilgan y desafían al posible transeúnte que cometa la torpeza de plantarles cara.  Lo aconsejable en estos casos es que, al igual que hacían los pueblos norteños con los lobos que bajaban a por los rebaños, el ruido es fundamental, voces, música, ruido de todo tipo…y llamada a la Guardia Civil, por supuesto. Esta parece ser una batalla perdida de antemano, tan antigua como el mundo, que parece querer escapar a ninguna parte, como el seat córdoba gris misterioso, que huye, aguarda y viola, harapiento, las leyes y la falta de riquezas de un reino perdido.


Jesús Bermejo Bermejo.                 Alcorcón 2013.




jueves, 19 de septiembre de 2013

VESPACIO: LA CUMBRE – SANTIAGO DE COMPOSTELA.

4º DÍA: ZAMORA – EL GANSO (LEÓN).

En el transito monocorde de los días de verano, decidimos ir hacia Benavente para luego surcar los pueblos zamoranos de la LE-1; allí los bosques se aprietan y abrazan pequeñas carreteras parcheadas por las que la vespa se abre camino, cobijada en la sombra de robledales cuando aprieta el calor en los valles y agotada en las sierras, a pesar del descenso de la temperatura y el viento, que fragmenta las cumbres moteadas de nieve.
En Otero de Bodas paramos a descansar, al lado de la iglesia, en los peldaños pizarrosos de una casa que, seguramente, llevaba más de 40 años sellada al mundo; aquí los vecinos, ese día, tenían  un conflicto acuífero, pues la mitad del pueblo llevaba varios días sin agua en las casas y tenían que salir, de nuevo, con cántaros y cubos a las fuentes; << si vais para arriba, a la sierra, en el “muelo de la vieja” os encontrareis la herradura del apóstol, que se la dejó ahí, en una roca, por un salto de su caballo>> nos dice un hombre, que había dejado los cubos de agua un instante mientras descansaba en una esquina, << nos gustaría mucho pero no creo que pasemos, queremos llegar esta tarde a Santiago Millas>> le contesté, <<entonces ir de día que éste es un pueblo lobero>>, << ¿hay muchos por aquí?>> pregunté sorprendido, <<¡buh!>>, el hombre se echó las manos a la cabeza y soltó, orgulloso, que en la Sierra de La Culebra se encuentra la mayor población de lobos de Europa, <<¿vosotros sabéis porque se llama este pueblo Otero de Bodas?>>, ante nuestra negación, soltó los cubos y se sentó con nosotros en los peldaños de la antigua casa cerrada a los tiempos; entonces bajó la voz y nos hablo del caballero Gil Otero de Biedma, que mantuvo amoríos con una de las pupilas de Enrique IV, famosa en la comarca por bruja; aquella hechicera lo maldijo a no sentir  placer en el acto sexual, salvo cuando desposara a una virgen y durante la noche de bodas. En virtud de la maldición, Gil de Otero se dedicó a desposar doncellas con el objetivo de alcanzar placer en la noche nupcial, matándolas después para poder casarse con otra nueva; hechos que le otorgaron el mote de Otero de Bodas, apodo que se trasladó al pueblo. Nuestro cronista volvió a bajar el tono de voz; <<dicen las gentes de aquí que aquel caballero mataba a las chicas, las despezaba y se las echaba a los lobos en una encrucijada próxima que se llama “trozoloslobos”; ¡andad con cuidado caminantes!, los parajes loberos tienen historias como esta y más adelante aguardan los lobos los “trozos” de las muchachas de Gil de Otero, quien se aparece por las noches y pregunta  a las solteras ¿Quieres casarte conmigo? jajajaja>>.

Estos parajes recónditos, de historias con sabor a muerte y deseo, descienden entre robledales, que se apoderan del terreno; surcándolos con la vespa, teníamos la sensación de ser observados, entre los pinos de las cumbres, por sombras agazapadas en constante movimiento. La carretera se estrecha y se observa (y siente) su continuo parcheo con nuestra mochila atrás, restando viento, mientras antiguos miliarios evidencian el camino antecesor por el que pasó el séquito de Teodorico II, de camino a Bragança.
En Molezuelas de la Carballeda los vecinos saludan nuestro tránsito con la mano, a juzgar por las camisas, el tiempo, suave hoy, se juzga por estas tierras, más bien, frío. Los hombres siembran en huertos cobijados de la intemperie, a la falda de las casas; tres mujeres con sombrero de paja de ala ancha nos observan, haciendo girar sus cuellos hasta perdernos de vista; apenas hemos visto niños y el silencio se abalanza sobre el destino, en el trayecto del porvenir de estos lugares.
Volvemos a subir, zigzagueando, deteniéndonos en una de las cimas para observar el paisaje, robusto, lleno de presagios circunvalando las sierras como protegidas de sueños que producen el desperezo en las horas solitarias, constituyendo la comarca como un punto de partida, el inicio de un carácter, un estoque de tradición que conserva los mismos ojos, el mismo pelo, la misma lengua de quienes los precedieron, atavismos aferrados con fiereza sobre el estupor de la memoria que parece descolgarse, de vez en cuando, y habitar entre los robledales, las pizarras, los pinos soldados de las cumbres, hasta en la casta del inaccesible rebeco que nos observa desde la cima, o el lobo furtivo que acecha desde la espesura de estos montes.
Volviendo al valle, en Cubo de Benavente, la tradición vinícola envuelve a sus habitantes, quienes tienen un caldo curioso y refinado en las bodegas subterráneas excavadas a mano en las laderas de los montes; el linaje de los vinos se pierden entre la misma tierra que lo embelesa para deleitar. Como íbamos con la moto, apenas pudimos hacer una cata y nos vimos imposibilitados de llevarnos alguna botella; así, con el imposible sabor del vino, entramos en la provincia de León, esquivando hendiduras de viejas carreteras, que se abren al cielo como cicatrices de asfalto y parecen intimar con la soledad y la ausencia del tránsito de vehículos.
Entramos en la comarca de “La Maragatería”, nombre provisto de muchos orígenes, como las costumbres que la laurean y las construcciones típicas que la encumbran; el término “maragato” se pierde como una hoja en la otoñada, se piensa que puede derivarse de aquellos mauri capti (moros capturados) haciendo alusión a aquellos musulmanes conversos que se establecieron en la zona; otra hipótesis proviene del rey Mauregato, relacionando el nombre, de nuevo, con un origen bereber;  y otro, más coloquial, hace alusión al trasiego y comercio de sus habitantes, que vendían pescado en Madrid, cogiéndolo antes en Galicia; se dice pues, que de Galicia (mar) a Madrid (gatos) se fusiona la denominación “maragato”.
Rencillas toponímicas aparte, la comarca serpentea entre tierras fértiles de paredes de piedra que bifurcan las lindes y los senderos por donde surcan los innumerables caminos de armónica compostura, ennoblecidos con valles donde residen choperas, cuyo verdor contrasta con el manto amarillo de la estepa castellanoleonesa y la otorga de un tapiz “machadiano”*.
Más adelante, quedamos maravillados con la fisonomía de Santiago Millas, estructurado de casas minuciosamente esculpidas en pizarra, con puertas y ventanas azules, ataviadas de pequeños gallineros en cuyas entradas deambulan el picotear constante y el gracioso cacareo, como un quejido hacia las altas temperaturas del día. Persiguiendo las marcas sospechosas de la historia, las calles maragatas de este pueblo se sustentan sobre una loma, que las da forma y pacta con ellas la imagen de sus siluetas, abriéndose y cerrándose en virtud del capricho y planteamiento de sus antiguos habitantes. En la plaza del ayuntamiento, una hermosa chopera reconvertida en parque, con bancos de piedra y fuente en su núcleo, se convierte en un hermoso enclave donde sentarse a respirar; allí un gran grupo de ancianos y niños juguetean entre las sombras y el juego de luces que crea el revoloteo de las hojas en una danza constante con el viento; nos llama la atención el salto generacional de las gentes del parque, la vecina Astorga está cerca y hace presagiar que los padres de estos niños se encuentran en dicha capital, mientras, la tarde en Santiago Millas se ofrece para abuelos y nietos deslumbrante, plagadas de rincones mágicos donde los juegos cobran fiereza en el tránsito de los dulces momentos que ofrece el verano.

Atravesamos Murias de Rechivaldo, cuyas pizarras se perpetúan en sus casas y en el molino que sigue vigente a la vera del río; aquí, en estas piedras nobles, pavimentadas a los siglos, se inclinó a vivir el visigodo para reunir la grandeza casta que se mezclaría y perpetuaría el devenir de los días venideros. Y como un reguero pedregoso, a apenas 2 km, Castrillo de los Polvazares se alza como un tesoro en el camino, atravesamos el puente, como si accediésemos a un gran castillo donde se cobijan la historia y el paisaje, de cuyas riendas, se nutre el presente; la calle principal se abre entre grandes portales y callejones gateros, con cruces de madera provista de pequeña capilla acristalada, el silencio unido a la arquitectura típica maragata enaltece el aura que respiramos mientras, dejada la moto al inicio, andamos suavemente por el pizarroso suelo, basto y puntiagudo para embestir las heladas.


El pueblo originariamente estuvo en una ubicación distinta y fue destruido por una riada; por aquellos entonces, los arrieros maragatos del siglo XVI reconstruyeron el nuevo Castrillo de los Polvazares en la ubicación actual. Aquí se atrincheraron los franceses en 1810, cuando fueron repelidos en batalla en Astorga por los españoles, quienes liberaron al pueblo al caer la noche.
Pero aquella jornada dista bastante diferente a la que hoy ven nuestros ojos, las casas arrieras se alinean hasta llegar al descampado donde, años atrás, el relinchar de los caballos ahogaban los gritos de las horas; allí, frente al antiguo abrevadero, que hoy es un albergue, se encuentra la piedra donde perduran los agujeros de los bolos maragatos, un antiguo juego usado con gran fervor por sus habitantes, en decadencia hoy, como todo lo que enaltece el rango de la historia.
Proseguimos camino a Astorga, no sin antes pasar por la entrada de Santa Catalina de Somoza, allí se encuentra un hombre singular al que le apodan “Bienvenido”, por que saluda a todos los peregrinos que enlazan su aventura por este camino; Bienvenido está jubilado y hace “varas” para vendérselas a los caminantes <<pero que no me pille la Guardia Civil, que ya me tiene fichado… ¿estáis haciendo el camino en la vespa? ¡anda, fíjate que curioso! está la vespa y la lambretta no? si si, me acuerdo yo de cuando Eusebio el cartero venía de Astorga en una de estas… muy bien pareja… si entráis en el pueblo y queréis comer bien, el primer restaurante a mano derecha es cojonudo, se come de rechupete,(baja la voz) es de mi hijo pero eso no lo digo jajajaja… ¿no queréis una varita? ah claro que vosotros no vais andando, que bien jeje… pues las extranjeras no os creáis que hacen asco al cocido maragato, o al botillo, bueno si, las del norte si, escandinavas y holandesas pero bueno, que se le va hacer, para gustos… (se dirige a otra pareja que va caminando) ¡¡oye, pareja!! ¿queréis comer bien, pero bien y barato?>>… Dejamos a Bienvenido, con su charla constante y su intercambio perenne de contertulios, mientras vende alguna que otra vara y algún que otro llavero de cuero y manda a los/as hambrientos/as a comer al restaurante de su hijo, entrado ya en el pueblo.

Caída la tarde, Astorga se desdibuja eterna en la fachada de la catedral, asociada desde el siglo XI al Camino de Santiago, aquel antiguo campamento romano supo prosperar hasta convertirse en aquella “urbs magnifica” que definiría Plinio el viejo. El sonido de la historia frecuenta cada rincón de su casco urbano, plagado de inconfesables secretos cuya extravagancia reluce en el palacio de Gaudí, antigua sede episcopal que, actualmente, alberga el museo del Camino de Santiago; y que, a pesar de su belleza no hace sombra a la catedral, osadía viva en piedra muy bien puesta para perdurar, construida sobre un templo prerrománico anterior, esta maravilla tiene origen gótico sobre capillas perpendiculares renacentistas y fachada barroca; este mestizaje de estilos la hacen espectacular, sobre todo en la tarde agonizante, cuando los rayos del sol la tiñen de color pardo y rojizo mientras las campanas se revuelven extasiadas en el pregón de acontecimientos.




Es Astorga ciudad de carácter belicoso, como lo muestran antiguas batallas que atestiguan la inmortalidad de sus monumentos, sin embargo, embriaga un dulzor, de antiguas industrias chocolateras, cobijado en sus calles que invita al trasiego y te deja una sensación familiar. Sentados en su plaza mayor no podemos evitar acordarnos del “abuelo Mayorga” placentino cuando observamos a dos muñecos vestidos de maragatos dar las horas en la espadaña central del edificio del ayuntamiento.
Las edades de los hombres se cimientan unas sobre otras como un candelabro sin limpiar que, de continuo, aguanta la vela de turno, encendida bajo el fuego del tiempo, cruel antídoto para estas mismas edades pues se nota su presencia cuando observamos los restos de termas, foros y puertas romanas, la inutilidad que enseña la majestuosa muralla que ,durante siglos, sirvió de contención a los enemigos de Astorga; la forma de las ventanas del palacio de Gaudí, que contrasta con aquellos poderosos contrafuertes de la catedral, donde sobrevuelan los cernícalos y mantienen en jaque la población de palomas que, ni cortas ni perezosas, se cuelan bajo las mesas de las terrazas en la plaza mayor, donde, Juan Zancuda y Colasa, que así se llaman la pareja de maragatos de la torre del ayuntamiento, nos avisan del peregrinar del destino, en cuyas cuencas vamos llenando de grandes historias, emparentándolas con aquellas otras que crecen a desbandadas.
Con la noche pisándonos los talones, llegamos al pueblo del El Ganso, sin saber, en esos momentos, la gran cantidad de sensaciones, lugares, costumbres, gentes, historias y vida que nos encontraríamos; sin saber que, en esta senda, viajaríamos a un mundo que solo existe en nuestro interior, un antiguo universo tan solo habitado por nuestra alma y que, hasta entonces, parecíamos tener olvidado.


Jesús Bermejo Bermejo       El Ganso (León) Agosto 2011.


*”Machadiano”: los campos castellano-leoneses me recuerdan a los versos de Antonio Machado en su libro Campos de Castilla.